7 de marzo del 2009
¿Se acuerdan ustedes del Libro blanco de Jacques Delors? Hace un poquito más de tres lustros, nuestro hombre presentó un documento de gran importancia que giraba en torno al crecimiento, la competitividad y el empleo. En aquellos entonces, Europa atravesaba una fase recesiva aunque mucho menor que la que tenemos ahora. Dos elementos estaban en la raíz inmediata de aquella crisis: de un lado, la política monetaria restrictiva de los Estados Unidos y del Bundesbank alemán; de otra parte, la guerra del Golfo y la caída de la Unión Soviética. En aquellas condiciones Jacques Delors propuso una política coordinada de inversiones (públicas y privadas) a nivel europeo en las siguientes direcciones: redes de transportes europeos, investigación, desarrollo, biotelecnologías, etc. Para financiar las inversiones proponía bonos europeos, emitidos por la propia Comisión Europea.
Dos pesos pesados rechazaron las propuestas delorsianas: el Reino Unido y Alemania. También lo rechazó la bicha: de ella hablaremos más adelante. Los británicos, siempre en concordancia con el perro del hortelano, fueron hostiles porque el Libro blanco planteaba un papel mucho mayor de las estructuras comunitarias y -aunque moderadamente-- una acentuación del carácter federal de la Unión Europea. En el caso de los alemanes la contrariedad venía porque, afirmaban, la emisión de los bonos gravaría excesivamente a Alemania que, en aquellas calendas, tenía los tipos más bajos que otros países. Así las cosas, con británicos y alemanes con cara de perro, Delors empaquetó su libro y lo puso en la estantería al lado de En busca del tiempo perdido: allí descansa proustianamente.
Ahora bien, con el euro en marcha, pronto se vio que la estructura de los tipos tendía hacia el nivel más bajo. De manera que desempolvar el Libro blanco no debería encontrar excesivos obstáculos por parte de Alemania; perdón: siempre que fueran los costes la verdadera preocupación. (Por cierto, voces que se tienen por solventes afirman que Alemania sería quien más se beneficiaría de un plan europeo de inversiones. Con permiso de la bicha, o sea, los grandes bancos que temen una fuerte concurrencia sobre los mercados financieros.)
Pues bien, a falta de un plan los jefes de Gobierno se reúnen, hablan y se fotografían, esto es, se disfrazan de noviembre para no infundir sospechas. Mientras tanto, Sarkozy afirma que "si una empresa francesa produce coches en la India para venderlos allí es cosa fenomenal; pero si los produce en Praga para venderlos en Francia, eso ni hablar". Cosa que, como es natural, ha provocado la indignación de un poco presentable Topolanek. Que está en contra de todos los proteccionismos menos con el suyo.
En resumidas cuentas, mientras más se tarde en como mínimo coordinar las políticas económicas en la Unión, mas se consolidarán los proteccionismos. Y más difícil será la salida del túnel.