7 de marzo del 2009
(...) Madrid fue una excepción. El domingo 5 de marzo, después de hablar conmigo, Girón hizo volver a Daniel Ortega a la posición Jaca, es decir, lo hizo regresar a donde acababa de escapar; tan esperanzado estaba de que la sublevación [casadista] no llegaría a realizarse. Pero se equivocaba: Daniel Ortega fue inmediatamente arrestado y al propio Girón lo detuvieron aquell anoche en el local del partido, junto con otros miembros del comité provincial, quedando descabezada la organización madrileña.
Entonces, de manera espontánea, en un movimiento de autodefensa, algunos jefes militares comunistas comenzaron a mover sus unidades contra las de Casado. La resistencia al Consejo la encabezaba el coronel Barceló, al frente del I Cuerpo, y el mayor Ascanio, jefe provisional del II Cuerpo por enfermedad del coronel Bueno. Pero la falta de directivas concretas, motivó que todo fuera demasiado lento y los combates no empezaron hasta el día 7 por la mañana (...) Veinticuatro horas más tarde, al leer en París el comienzo de la lucha en la que habríamos debido participar, me acusaba a mí mismo de haber aceptado con tanta facilidad salir de España. Pero la cosa ya no tenía remedio.
Mientras tanto, la Flota republicana había tratado de refugiarse en Argel, pero fue encaminada a la base naval de Bizerta, donde anclaría unos días después. Fue ésta una de las páginas más lamentables de los últimos momentos de la guerra, ya que desaparecía el factor más importante que podía permitir la salida de España de muchas personas comprometidas. La deserción de nuestra Escuadra, ya que no se le puede dar otro nombre, iba a costar la vida a miles de personas que habrían podido salvarse con ella. El propio Consejo Nacional de Defensa perdía, además, una de sus cartas principales para las negociaciones que se proponía entablar con el enemigo.
(...) Por la prensa francesa seguimos aquellos días con ansiedad las incidencias de la lucha en Madrid. Lo que no ofrecía dudas era que los combates, aunque violentísimos, estaban localizados en la capital. ¿Por qué las fuerzas comunistas de otros frentes no intervenían? Los jefes de grandes unidades que eran miembros de nuestro partido, mantuvieron de hecho una posición "neutral". Peor fue el caso de algunos "simpatizantes" que nos volvieron la espalda, como el general Miaja, que aceptó incluso la presidencia del Consejo Nacional de Defensa.
El contragolpe en la capital comenzó tan tarde y tan desorganizado que ni siquiera participaron las fuerzas del III Cuerpo mandadas por el coronel Antonio Ortega. A pesar de todo, las acciones de algunas unidades comunistas fueron suficientemente enérgicas para poner en aprietos a Casado. El ímpetu de su ofensiva fue frenado no por los anarquistas del IV Cuerpo, sino por las instrucciones que acabaron llegando de la dirección del PCE.
El propio coronel Ortega actuó de mediador, y el 12 de marzo hubo un alto el fuego en Madrid y todas las tropas volvieron a las posiciones que tenían siete días antes. A pesar de sus promesas de no tomar represalias, Casado hizo fusilar en pocas horas al coronel Barceló y al comisario Conesa, a los que hizo responsables de la muerte de vrios oficiales de su cuartel general capturados en la posición Jaca. Las cárceles de la capital se llenaron entonces de comunistas, mientras que, al contrario, eran puestos en libertad muchos simpatizantes del enemigo. Se suprimió del uniforme republicano la estrella roja de cinco puntas, considerada como signo comunista aunque había sido aprobada e introducida por Largo Caballero. Sin embargo, los vencedores no iban a establecer luego ningún tipo de "diferencia" cuando empezasen a actuar los consejos de guerra contra todos los republicanos, sin distinción.
(...) Los casadistas creyeron que eliminando a Negrín (...) tenían posibilidades de conseguir "una paz decente y honrosa". Pero si el enemigo no había respondido a los ofrecimientos del Gobierno anterior, menos iba a tener en cuenta los del Consejo Nacional de Defensa, militarmente mucho más débil y que, además, había renunciado públicamente a la carta más valiosa en las posibles negociaciones: la de continuar la resistencia. ¿Para qué tomar en consideración a un adversario que no estaba dispuesto a resistir?
Casado se apoyó en el descontento que muchos socialistas, anarquistas y republicanos habían acumulado contra los comunistas a lo largo de las enconadas luchas políticas, durante toda la guerra. Era natural que todos los demás partidos, sin excepción, se preocuparan por el futuro y recelaran de las posiciones que los comunistas habían ido ganando. Pero estos, simplemente, llenaron el gran vacío que creó entonces la división de los socialistas y la incompatibilidad de la ideología anarquista con el ejercicio disciplinado y eficiente que era necesario para la lucha. Esto, unido a la imprescindible ayuda rusa, permitió a los comunistas alcanzar posiciones muy importantes en las Fuerzas Armadas, y el Jefe del Gobierno, partidario de la resistencia, se veía obligado a utilizarlos (...).
Sin embargo, Negrín no seguía la polía de resistencia porque se hubiera entregado a los comunistas, como sus enemigos decían, sino porque creía que no había otra alternativa; y si el desarrollo de la guerra y la situación internacional le hubieran sido más favorables, habría limitado la influencia comunista (...).
Las proposiciones de paz del Consejo Nacional de Defensa eran, paradójicamente, mucho más exigentes y detalladas que los tres puntos de Negrín. Entre ellas, dos realmente sorprendentes: una, que conservasen sus empleos y cargos los militares profesionales y funcionarios, que recibirían así mejor trato que el resto de los ciudadanos (prueba evidente de quién mandaba en el Consejo); y la segunda, que en la zona republicana no entraran italianos ni moros y que se diera un plazo de 25 días para que saliera de España todo el que lo deseara. Algo invalidaba toda la protección solicitada para los republicanos que se quedasen, al limitarla a los que no huvieran cometido ningún "acto criminal", ya que nunca un vencedor está capacitado para juzgar objetivamente sobre eso. Responsabilidades, directas o indirectas, de todo lo ocurrido en nuestra zona, podían buscarse, si se deseaba, contra cualquiera que hubiera colaborado con la República.
El enemigo no se dio prisa en contestar a las ofertas conciliadoras de Casado, que se vio obligado a tratar con uno de sus propios oficiales, que se le presentó como delegado de la quinta columna en Madrid. El enemigo, que esperaba que la zona republicana cayera por sí misma como fruta madura, preparaba sus tropas y tribunales para la ocupación del territorio, y contestó al fin que exigía la rendición incondicional, que no firmaría ningún tratado de paz, que rechazaba a Matallana y a Casado como plenipotenciarios y que admitiría en Burgos a dos oficiales subalternos, pero sólo para acordar los detalles de la entrega.
Ante el fracaso, el Consejo Nacional de Defensa permaneció inactivo, sin atreverse a decir al pueblo que no podía cumplir sus promesas de conseguir condiciones aceptables de paz. No sólo no tomó medidas para la evacuación de las personas amenazados, sino que barcos extranjeros enviados por Negrín salieron de los puertos de Levante con solamente unas docenas de personas, que gracias a muchas influencias habían conseguido pasaporte, cuando habrían podido transportar centenares y miles.