7 de marzo del 2009
Llamo por teléfono al gobierno de la ciudad; necesito pedir turno para un trámite. Oigo una voz de señora que enumera opciones, marco 4-1, y la misma voz me dice que en un instante seré atendida. Espero un instante en el que empieza y termina una canción. Al fin contesta alguien, creo que se llama Graciela, pero puede ser Beatriz, se me borró su nombre cuando empezó a maltratarme. Me pasa eso cuando me maltratan: me bloqueo, elimino al verdugo de mi visión y tarareo una canción de cuna. Taras, les llaman. Pero antes de bloquearme le dije que necesitaba pedir un turno para un trámite equis, ella me dijo que me correspondía una oficina que yo sabía que no era. Le dije que me habían dicho que me correspondía otra oficina, y que si me podía confirmar que… "No", dijo la mujer, seca. "¿Perdón?", dije. "Que no", dijo otra vez, y que la oficina era la que ella me decía, pero que de todas formas a mí no me iba a servir de nada ir allá. "¿Qué qué?", balbuceé. La mujer se quedó callada, me pareció que había colgado "¿Hola?", dije. "La tonada", dijo ella, o murmuró, más bien; o quizá se había estado conteniendo y sencillamente escupió la frase. "¿Perdón?", volví a decir. La mujer, ahora con más ímpetu, me explicó: "Vos sos extranjera, no damos turnos a extranjeros". Le expliqué que era residente, que vivía acá hace mucho, que… "Decime tu DNI". Empecé a decírselo: "nue…". "Sos extranjera", volvió a decir con esa voz de asco -sos mierda fresca en mis zapatos nuevos-. Me bloqueé. Tarareé en la cabeza ésa que dice: chocolate, molinillo, corre, corre, que te pillo… Ésa que seguro Graciela no conoce porque es una canción extranjera. "…y escuchame, ser residente no te hace argentina, sos y serás siempre extranjera, ¿entendés?" Colgó. Nunca me había pasado algo así. Llamé a la CGP del trámite, pregunté si atendían extranjeros y me dijeron "por supuesto", pero que debía pedir un turno en el gobierno de la ciudad, opción 4-1. Claro. Ya sé que en éstos días mi nacionalidad ha sido mancillada por episodios narcos que los noticieros presentan cuál película de Coppola, pero lo de negarme un trámite por portación de pasaporte es un poco mucho. Por eso hoy he decidido dedicar esta columna a la honorable funcionaria de la ciudad que inspira este relato, para decirle públicamente en mi tonada colombiana -usualmente comparada con la melodía de un dulce bolero-, que usted ha ensuciado la integridad de esta patria generosa, conocida por su espíritu de puertas abiertas y hospitalidad hacia los inmigrantes. Y que tenga larga vida, señora xenófoba, que su estrechez mental no la asfixie.