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27 de enero del 2009

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Cultura

Ay, bendito


Carla Guimarães
La Insignia. España, enero del 2009.

 

Primer paso: irse
Personaje: Claudia Helena
Nacionalidad: colombiana

Yo quiero quedarme. Mi hija quiere volver a Colombia. Peleamos todos los días, ya no sé qué hacer. Ay, bendito… Ella ya tiene quince años y no me deja vivir. El papá se vino dos años antes, solo. Consiguió trabajo en la construcción. Eran otros tiempos. Mi hija y yo nos quedamos en Pereira, esperando. Esperando, esperando, esperando… Dos años esperando. Habría que esperar dos años más para que le concediesen la reagrupación familiar, pero ¿qué pareja puede estar cuatro años sin verse? ¿Qué relación aguanta eso? Yo estaba segura que más tarde o más temprano él se buscaría otra vieja… No le culpo, es normal. Uno está solo, en otro país, no conoce a nadie. Ay, bendito… ¿Y yo? Yo también estaba sola… Pero rodeada de sus amigos, de la familia, rodeada de ojos, de juicios, de miedo a perderle, de miedo a sentir que cualquier otro hombre podría despertarme de mis dos años de vida monacal. Me casé muy joven, usted comprende, no he conocido a otro hombre. A veces una se pregunta si todos son iguales… Si hacen lo mismo en intimidad, si les gustará lo mismo. Usted comprende, cosas que una piensa. Lo digo por decir. Ay, bendito… Cuando supe que tendría que esperar dos años más le dije muy clarito a mi esposo: o voy ahora o esto se acabó. Hasta hoy no sé como pude hacerlo, como pude decirle eso, pero se lo dije calmada y no tuve que decirle nada más. En menos de un mes estaba en São Paulo, esperando un avión que me llevaría a Madrid. Dicho así parece fácil, pero fue horrible. Ay, bendito… Cuando me acuerdo… Mi esposo habló con unos señores, que nos consiguieron pasaportes falsos y dos billetes aéreos, uno de Bogotá a Caracas y otro de Caracas a Roma. Era más fácil entrar en Europa si eres venezolano y mejor si era por Roma, será por eso de que todos los caminos te llevan a Roma.... De ahí iríamos en autobús hasta Madrid. Pero no estaba de Dios. En Roma alguien me dijo algo, yo no comprendí y dos días después estaba en un vuelo de vuelta a Caracas. Claro, como pensaban que yo era venezolana... Mi marido volvió a hablar con esos señores. Me consiguieron otro vuelo a São Paulo y de ahí a Madrid. Entramos con pasaportes brasileños. Era más fácil entrar en Europa siendo brasileño que siendo colombiano. Bueno, por lo visto si eres colombiano, es complicado entrar en cualquier parte. No sé como lo conseguimos, no sé quien se pudo creer que yo era brasileña. Yo no abrí la boca, mi hija lloraba sin parar. Ay, bendito…

Finalmente estábamos aquí, no me lo podía creer. Mi hija pudo matricularse en el colegio el mismo mes que llegamos. Yo conseguí trabajo limpiando casas. No necesitaba papeles. Además, solo podría tenerlos si ocurriera un milagro. Ay, bendito… He rezado todas las noches pidiéndole a dioscito lindo un milagro. Especialmente porque teníamos una deuda de veinticinco mil euros con los señores que nos trajeron hasta aquí. A mi me parece justo pues han reunido mi familia otra vez, y eso no tiene precio. No me juzgue, por favor se lo pido. Usted debe comprender mi situación. Es muy fácil juzgar si se tiene un pasaporte español y puede ir a cualquier lado sin que te pregunten nada. Lo siento, no quiero ser grosera, es solo algo que pensé el otro día. Que las cosas cambian según el punto de vista. Como lo de mi hija y yo. Ay, bendito… En Colombia llevaba cinco años sin trabajo y dos días después de llegar aquí ya tenía trabajo de limpiadora. En negro, claro… No puedo volver. Mi hija dice que he traicionado a los míos. Le encanta decir frases catastróficas, como prefiero morir a seguir en este país o esta casa es una cárcel. Pero si era muy pelaita cuando estábamos en Pereira. Si no podía ir al colegio, si su madre no tenía trabajo, si su papá se mantenía de bares, llorando las penas y la falta de plata… De eso no se acuerda. La memoria nos viene y nos va según nos interesa. Ay, bendito... Pues de eso me acuerdo yo por los tres. Ella me llama la española, dice que me da pena ser colombiana... En realidad todo eso no me importa mucho, yo quiero simplemente trabajar, poder comprar una casa mía, tener algún ahorrito. ¿Qué tiene la nacionalidad que ver con todo esto? A veces, cuando la miro, me acuerdo de mi mamá. La pobre lo pasó muy mal conmigo. Yo era igual de impertinente. Ay, bendito… Mi madrecita murió el año pasado. Yo no pude estar con ella, ni siquiera ir al entierro. No me gusta hablar de eso… Si yo volviera a Pereira, no podría entrar otra vez a España. Esto sí me pareció cruel. Mi madre fue enterrada sin que yo le tirara al menos un puñado de tierra, sin llorar sobre su ataúd, sin poder decir palabras de consuelo a mis hermanos… Todo lo que yo tenía en Colombia fue enterrado en ese momento. Ay, bendito, cuando me acuerdo de su carita… No es justo.

Mi hija ya es una mujercita. A su edad yo ya estaba embarazada, aunque le conté que solo hice el amor después de los veinte. El día que saque mejores notas en matemáticas va a descubrir que le he mentido. Quizás deba dejarle tomar sus propias decisiones. Si ella quiere volver, puede quedarse con mi hermana. No lo sé... A veces quiero protegerla de todo, pero pienso que quizás hay cosas que uno tiene que vivirlas para comprender. Nunca he preguntado a mi marido si él ha estado con otras en estos dos años que estuvimos separados. Ay, bendito… Tengo miedo de la respuesta. También tengo miedo que él me pregunte lo mismo. Mejor estar callados, digo yo. Él también quiere regresar a Colombia algún día… Lo de mi hija le está contagiando. Espero que se les pase esta fase pronto. Espero que sea solo una fase. Después de todo lo que he hecho por venirme acá… Y si no, me toca a mí quedarme sola. Ay, bendito… Sola y sin papeles. Esperando un milagro.

 

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