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6 de enero del 2009

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Cultura

Pelicula argentina


Margarita García
Teodora / La Insignia*. Argentina, enero del 2009.

 

Tú y yo y el canto de los pájaros: eso le dije a Teo cuando le propuse pasar el fin de semana en una estancia-posada modesta y tranquila. Pero desde el primer desayuno en la terraza se produjo un giro argumental: nos abordó un señor british muy mayor y muy bien parecido, que se presentó como Richard y manifestó su decepción porque la Argentina no era verde. Lo primero que pensé cuando vi a Richard fue que era una especie de Sean Connery fallido –después sabría, gracias a Google, que era un actor conocido, y que el productor de la primera película de James Bond le ofreció el papel, pero él no quiso–. Lo segundo que pensé fue que era daltónico. ¿Quién si no un daltónico podría decir que Argentina, más aún, que el campo argentino no es verde? He visto gente en tiendas de ropa diciendo cosas como: “Por favor, quiero una camisa verde pampa”. Pero después Richard explicó que la palabra verde se refería a criterios ecologistas y contó que viajaba por el mundo escribiendo sobre cómo se ocupan ciertos lugares de su medio ambiente; y que siempre viajaba con su mujer Lynn, una rubia divertida que jugaba a ser americana porque lo era, aunque no se le notaba porque llevaba casi treinta años viviendo en Londres. Argentina, decían entonces, no era lo que se dice un país muy “green friendly”. De la terraza pasamos a otra escenografía: un living afrancesado de siete metros de alto, con bibliotecas enormes y un equipo de sonido del que salía un loop de tangos. Aparecieron extras: un jardinero que se veía por la ventana oliendo rosas y una gordita de uniforme que se movía subrepticiamente por los pasillos llevando bandejas con galletitas y mate para nosotros, y bloody mary para los british. Después estaba la pareja dueña que vivía al fondo del campo en un chalet rosa, que aparecería sólo en el asado del mediodía para contar a sus huéspedes, en inglés, acerca de los motines que habían hecho ellos, estancieros revolucionarios, en contra del gobierno. En ese asado todos diríamos “ah” “oh” “indeed”, y asentiríamos ante los estancieros revolucionarios, que luego se regresarían al chalet dentro de sus bermudas. Entonces sería cuando pensaría lo que ya en el desayuno parecía una obviedad: mi guión de pajaritos era inútil. Esta película –con la actuación estelar de Richard Johnson– se trataba de un país gris con estancieros revoltosos, donde se hablaba inglés y se escuchaba tango. Y no tenía por qué sorprenderme, me dije mientras sorbía el primer mate, después de todo, hace mucho que el arte bucólico está muerto.

(*) Publicado originalmente en el diario Crítica, de Argentina. Reproducido en La Insignia por cortesía de la autora.