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19 de septiembre del 2008

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Cultura

La señora X


Margarita García
Teodora / La Insignia*. Argentina, septiembre del 2008.

 

Mi querida señora X ataca otra vez el campo vastísimo de la paciencia universal. Ya me he referido a ella en esta columna, pero la señora X insiste –no intencionalmente, por supuesto–, en convertirse en un personaje de mucho más peso que aquel que lanza al aire, sin previo aviso, barbaridades semánticas. La señora X está especializándose ahora en el arte difícil de la formulación de dogmas. Ha eliminado de su lenguaje las cláusulas aclaratorias del tipo: “me parece” o “yo creo”, así como la costumbre responsable de citar la fuente de una afirmación tan tajante como: “El calentamiento global ha matado a más de un millón de personas en el Africa”. “¡Pero qué barbaridad, señora X! ¿Cómo sabe usted eso?”. Y ella lanza su muletilla favorita: “Todo el mundo lo sabe”. La última vez que fui a su casa estaba con sus amigas de Belgrano R jugando al Rumi. La conversación giraba en torno al tapado marrón que otra señora, ausente esa tarde, había llevado al último cumpleaños de la señora X y al anterior y al anterior. “Pensará que es una prenda clásica”, dijo una de las jugadoras y la señora X, sin aclararse la garganta siquiera, lanzó otra de sus sólidas definiciones: “Clásico es aquello que no agrede a la vista”. “Así es”, dijeron las demás. Lo más asombroso de la señora X, en todo caso, surge cuando habla de política. Para ella es incomprensible que la gente discuta cosas que la sociedad entera tiene tan claras como, por ejemplo, la reestatización de los ferrocarriles: “Es completamente inadmisible: los trenes son sucios”, y eso es todo lo que hay que decir sobre ese tema. La señora X es tan ligera que cuando mueve su corpulencia por el living generoso de su casa colonial parece que flotara. Va de acá para allá parloteando incontenible, sin que la sospecha de duda o indecisión o volubilidad de pensamiento sea algo de lo que su público deba preocuparse. Muchas veces, cuando salgo de su casa pienso que, quienes la conocemos, deberíamos estar agradecidos de que existan personas como ella, cuyas cabezas no encierran más que certezas sobre un mundo cada vez más confuso. Pero luego me arrepiento y pienso otra cosa sobre la señora X, y luego otra, porque a algunos todavía nos gusta ejercer el privilegio de la duda.

(*) Publicado originalmente en el diario Crítica, de Argentina. Reproducido en La Insignia por cortesía de la autora.