16 de octubre del 2008
“Nissan ha ganado trescientos millones de euros en los últimos cinco años en España”, dicen los periódicos. Ahora tiene un problema: la caída de la demanda. La empresa, así las cosas, responde con un planteamiento caballuno: poner de patitas en la calle a 1.680 trabajadores. O, lo que es lo mismo: a un problema coyuntural se responde con una medida estructural. Se me dirá que nada hay nuevo bajo el Sol o que esta es el habitual comportamiento de no pocas compañías, transnacionales o domésticas. Lo cual es muy cierto. Pero también es verídico hasta qué punto los actuales grandes terremotos financieros han puesto en entredicho toda una serie de conductas del alto management y una serie de falsas verdades reveladas (o revelables) de la caspa y la brillantina del neoliberalismo. Como no menos cierto es que, quienes acusaban a los que interferían o criticaban abruptamente tales falsas verdades, están recurriendo desordenadamente a las medidas del denostado intervencionismo del Estado, que ahora es la solución cuando antes –según ellos- era el problema. Hasta el Fondo Monetario Internacional se disfraza de noviembre para no infundir sospechas. En suma, lo que está cayendo puede ser incluso más gordo de lo que los simples comunes mortales sospechamos cuando tantos encopetados personajes aparcan -¿hasta cuándo?, es lícito preguntarse- sus regüeldos neoliberales y se pasan al “estatalismo”. ¿Pero sólo en el terreno financiero?
Aclaro: se habla de normas y controles. Otros, más precavidos, parecen decir que no se trata de impugnar el uso de las políticas neoliberales sino el abuso de las mismas en un intento de salvar los muebles de la quema ideológica como si pudiera existir, en este caso, una neta diferenciación entre uso y abuso. Pero sólo, insisto, en la arena financiera: un ruedo, como se sabe, especialmente sensible. Pues bien, las reflexiones sobre el uso del neoliberalismo: los comunes mortales de la grasa industrial quedan fuera de estas disquisiciones. Aquí, en esa lógica, no hay tu tía. Y, sin embargo, cabe decir que el modus operandi de Nissan (y otras cofradías parecidas) es aproximadamente similar a las conductas neoliberales químicamente puras: la ganancia inmediata y siempre creciente, a ser posible de manera metafóricamente exponencial. Cuando ganando, no se gana de ese modo; cuando ganando, sólo se gana en progresión aritmética; cuando ganando, no se gana como el año anterior o como subjetivamente tiene en la cabeza el alto management -en este caso, de Nissan—, las campanas tocan a difunto y se anuncian despidos masivos. El alto management, así las cosas, tiene en la cabeza que también el Estado tiene la solución: que le apruebe el expediente y pague el desempleo a dichos comunes mortales.
Pues bien, ¿no pueden ponerse normas y controles para tales desaguisados? Normas y controles ex ante y ex post. Un avezado conseller de la Generalitat de Catalunya como Antoni Castells afirma con estudiada y pacata respuesta que sí, pero con cuidado porque, en caso contrario, nadie querría invertir aquí o allá. Una respuesta que poco tiene que ver con lo que está sucediendo, y a la vez menos contundente que cuando exige, acertadamente en el fondo y menos en la forma, más dinerillos a Zapatero en el importante asunto de la financiación autonómica.
En definitiva, sean bienvenidas las normas y controles (ya veremos en qué queda la cosa) para regular el sistema financiero. Pero ¿qué pasa con la grasa de las industrias? ¿Sólo la responsabilidad social de las empresas? ¿De qué guindo te has caído, alma de cántaro?