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1 de octubre del 2008

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Cultura

El milagro de la orquídea


Margarita García
Teodora / La Insignia*. Argentina, octubre del 2008.

 

Di mi palabra y pienso cumplirla: hace varios meses escribí una columna que se llamaba "Ver la orquídea, ser optimista", en la que acusaba a mi señor de ciertos desvaríos por eso de llamar a tres palos secos que le compró a una ex convicta en la calle Maipú "las orquídeas fucsias y perfumadas, las amarillas abundantes y las blancas con pintitas rosa". Esos palos fueron debidamente colgados con un clavito en la galería y sometidos a cuidados dignos de un bebé prematuro. ¿Y todo eso para qué? Para que en estos días primaverales en los que yo me asfixio por culpa del polen, ellos dieran a luz unas hermosísimas flores fucsias y perfumadas, flores amarillas abundantes y flores blancas con pintitas rosa. Y ahora en casa vuelve a haber otra discusión de tipo nominal: el fenómeno que Teo califica como un milagro, yo lo califico como una humillación. Lo mejor es que estos palos secos hayan decidido parir justo cuando los mercados del mundo se desmoronan y en la tele muestra a un chiquito que mató a otro y a un señor de sotana que violó a unos nenes. O sea, cuando la raza humana oprimida y opresora no está en su momento cumbre y yo -un dato menor pero igualmente humillante-, engordé tres kilos de cachete. ¿Quién puede competir en estas condiciones con una orquídea que apareció de la nada para restregarnos su belleza? Ni Jacqueline Bisset en su mejor momento. Si la vida fuera un cuento de hadas en mi galería estarían los aposentos de las princesas, donde Teo y Stella Maris -cada uno empuñando un atomizador para bañar a las orquídeas- harían de damas de honor, y yo -que los miro a la distancia y me trago sus comentarios irónicos acerca de mi falta de fe y acerca de la redondez de mi cara- sería un sarnosito indeseable. Meses atrás la historia era otra: palo seco era palo seco, yo era sílfide y asertiva, Teo era un grandísimo iluso y Estados Unidos una potencia. Pero las cosas cambian rápido: casi siempre para mal, como lo demuestra el mundo, y algunas veces para bien, como lo demuestra mi galería. Por eso, acepto humildemente que me equivoqué en mi apreciación -y claramente en mi dieta- y cierro esta nueva historia con una moraleja: es fácil aceptar que un príncipe fue antes sapo; lo difícil es besarlo cuando todavía es verde, salta y lanza eructos al aire. Fin.

(*) Publicado originalmente en el diario Crítica, de Argentina. Reproducido en La Insignia por cortesía de la autora.