4 de noviembre del 2008
El periodo de crisis político-militar por el que atravesamos en los meses de marzo, abril y mayo empezó a superarse con la salida de Prieto de Ministerio de Defensa. Pero su política había originado reveses como el desastre del Este y el corte en dos de la zona republicana, que influirían negativamente en el desarrollo de los acontecimientos posteriores.
Al formarse el nuevo Gobierno, el presidente Negrín tomó en sus manos la cartera de Defensa (...) El nuevo Gobierno tomó decisiones importantes, promulgando entre otros los decretos de centralización de la industria de guerra y de militarización de los puertos. Nos llegó también material de guerra de la URSS, que permitió armar -aunque insuficientemente- a nuestras fuerzas (...) Pudo llegar mucho más, pero la No intervención cerró la frontera el 13 de junio, esta vez definitivamente, y reforzó el bloqueo en el mar. La política de Londres y París aceleró su rumbo hacia Múnich.
(...) En el orden militar, la ofensiva [del Ebro] estaba destinada a poner fin a los reveses que veníamos sufriendo en los frentes de batalla, recuperar la iniciativa y destruir los planes enemigos de invasión y conquista de Valencia y su región (...) Éste era el objetivo estratégico de la operación. Un objetivo que fue, sin duda, alcanzado plenamente por los combatientes del Ebro.
La ofensiva perseguía, en particular, crear una cabeza de puente al otro lado del río, atraer y sujetar ante ella durante el mayor plazo de tiempo posible -por lo menos un mes- a la masa de maniobra de las armadas del enemigo: nacionales, alemanes e italianos. Éste era el objetivo operativo, que también fue logrado. Y bien cumplidamente, porque volvimos a pasar el río el 16 de noviembre, esto es, ciento trece días (cerca de cuatro meses) después de haberlo cruzado.
(...) Hay quienes afirman que la operación no debió realizarse; otros dicen que precipitó el desenlace de la guerra; otros, en fin, niegan que pudiera ejercer influencia en el desarrollo de la batalla general entablada. Todas esas opiniones tienen un rasgo común a pesar de su diferencia de matiz: la sensación de la impotencia y de la derrota. Digamos de pasada que esas opiniones son el leit motiv de la propaganda enemiga que persiste hasta hoy.
(...) Es cierto que, después del corte del territorio republicano en dos, la situación era más desfavorable que antes para nosotros; pero de ahí a la pérdida de la guerra había una gran diferencia. Incluso teniendo en cuenta la superioridad del enemigo en ese período, superioridad que se cifraba en unos doscientos mil hombres en fuerzas organizadas y en una proporción de seis/siete a uno, como promedio, en material de artillería, aviación y tanques, la situación no era como para perder la perspectiva de la resistencia, cuyo mantenimiento era la condición para evitar la victoria de Franco.
A partir de la segunda quincena de mayo de 1938, la estrategia republicana (confirmada en el Ebro) tenía que orientarse, por imperativo de las circunstancias, a no permitir al Alto Mando fascista la concentración de su masa operativa en una u otra de nuestras zonas. Por eso fue correcto el planteamiento de la operación cuando el enemigo marchaba sobre Sagunto-Valencia y todo el Levante. Con lo fueron también las directivas del Gobierno a los mandos más caracterizados de la zona centro-sur para activar ésta en el curso de la batalla, cuando la masa de maniobra enemiga estaba combatiendo en el Ebro.
La pasividad en una zona republicana era la entrega de la otra al enemigo y contribuía a facilitar su victoria militar.
(...) En lo que concierne a los que sostienen que la operación del Ebro acortó los plazos de la guerra, la realidad fue todo lo contrario. Los casi cuatro meses de combate de la ofensiva, primero, y de la resistencia en la margen derecha del río después, salvaron Valencia y su región del peligro inminente que la amenazaba, fueron una contribución viva a la defensa de la República y contribuyeron a prolongar la resistencia del pueblo español.