4 de noviembre del 2008
En los últimos días de septiembre llegó el momento crítico para el cual habíamos estado tratando de ganar tiempo. Desgraciadamente, la crisis se resolvió en perjuicio nuestro. Cuando la situación estaba al borde de la guerra y Francia y Checoslovaquia movilizaban tropas, Chamberlain y Daladier capitularon en Múnich ante Hitler, entregándole Checoslovaquia.
Nunca comprendimos cómo los checoslovacos, que podían poner en pie de guerra cuarenta magníficas divisiones, se rindieron sin combatir. Su ejército era en ese momento más fuerte numérica y técnicamente que el alemán, que aún no había completado su rearme. Si hubiese hecho frente a su enemigo, los gobiernos inglés y francés habrían tenido que reconsiderar su decisión, ya que en sus países muchos no estaban conformes con la política de apaciguamiento del fascismo. Al aceptar Checoslovaquia su derrota sin combatir, lo que iba a conducirla a su desaparición como estado independiente, todos los que en Francia y en Inglaterra querían defenderla no pudieron siquiera intentarlo.
Fueron presiones enormes las que obligaron a los checos a aceptar su suicidio, pero eso no los libra de culpa. La URSS condicionaba en sus tratados que ayudaría a Checoslovaquia si Francia e Inglaterra también lo hacían. Pero si el ejército checoslovaco hubiera luchado, tampoco la Unión Soviética se habría cruzado de brazos, al crearse para ella una situación estratégica completamente favorable. Precisamente el temor a una situación de esta naturaleza fue lo que impulsó a los gobiernos francés e inglés a abandonar a sus aliados checoslovacos, al sobrestimar, en el juego de las potencias, el peligro ruso sobre el peligro alemán.
(...) Aunque todos en España comprendimos que en el pacto de Múnich nos habían sacrificado a nosotros al mismo tiempo que a Checoslovaquia, no se nos ocurrió en ningún momento dejar de luchar ni abandonar nuestros frentes. Un cambio en la situación internacional era cada vez más improbable; pero nosotros seguiríamos adelante.
(...) El 20 de octubre comenzaron de nuevo las lluvias y se detuvieron los combates. En cuatro contraofensivas (de la tercera a la sexta), nuestros adversarios habían conseguido penetrar en el enlace entre los cuerpos XV y V en una profundidad de 10 km., formando una cuña (...) Su ritmo de avance, contando los días de operaciones activas y no los intervalos para reorganización, no llegaba a 250 metros por día (...).
(...) La reunión sobre la batalla del Ebro se celebró el 31 de octubre por la tarde, con un grupo de jefes de diversas unidades, a quienes relaté cómo se desarrollaron las fases ofensiva y defensiva de la operación. Cuando terminé, Claudín me informó que el parte de guerra de Barcelona del 30 comunicaba el comienzo de la séptima contraofensiva enemiga. La Sierra de Caballs había sido terriblemente bombardeada desde el amanecer por una enorme masa de artillería y aviación y se combatía en sus crestas principales. Aunque el parte no daba detalles, comprendí que toda la parte sur de la cabeza de puente, sector del V Cuerpo, estaba en peligro. Si se perdía la Sierra de Caballs, no sería posible tapar la brecha producida y por ella se lanzaría el enemigo hacia el río (...).
(...) En el Estado Mayor Central me informaron de que el ataque del día 30 lo había realizado una agrupación de banderas de la Legión Extranjera y de tabores de Regulares mandada por el coronel marroquí Mohamed El Mizzian, jefe de la 1ª División Navarra. Los días siguientes, el enemigo había completado la ocupación de la Sierra de Caballs y comenzado a descender hacia el Ebro, ampliando los bordes de la brecha, para penetrar con todo el Cuerpo de Ejército del Maestrazgo, divisiones 1ª Navarra, 82, 74 y 84.
Al anochecer del 2 de noviembre estaba ya de nuevo en La Fatarella y me hice cargo del mando del XV Cuerpo del Ejército (...).
El mismo día 7, el XII Cuerpo del Ejército del Ebro inició una operación local en el sector de Serós, cruzando el río Segre, avanzando unos tres kilómetros y haciendo unos 800 prisioneros. A la vez, el Ejército de Levante atacaba en la dirección Nules-Sagunto, en un intento tardío por atraer la atención y las reservas del enemigo, pero estos esfuerzos resultaron inútiles. Al anochecer de ese día fui llamado a un puesto avanzado del Ejército del Ebro, situado en la orilla derecha, en la prolongación de la Sierra del Águila, al norte de García. El coronel Modesto me ordenó tomar el mando sobre todas las fuerzas del V Cuerpo, ya que esta unidad había perdido todo su sector y se estaba combatiendo en el del XV. Realmente no tenía sentido que dos Estados Mayores estuvieran actuando en un sector tan reducido y con sus unidades mezcladas. Las instrucciones generales eran resistir al máximo pero no permitir que nuestras unidades fueran aniquiladas. Por lo demás, recibí completa libertad de acción para defender la cabeza de puente de la orilla del Ebro que quedaba en nuestro poder.
Inmediatamente marché al puesto de mando del V Cuerpo. Encontré a Lister en un barranco al norte de Mora del Ebro. Tenía desplegado parte de su Batallón Especial, pero no había ninguna línea organizada delante de él. Como la altura de la Picosa estaba en manos del enemigo, éste podía atacarnos en cualquier momento. Mientras conversábamos, trajeron sus hombres a un alférez de requetés que se aventuró demasiado y había caído prisionero. Fue rápida la transmisión de poderes y aquella misma noche el jefe y el Estado Mayor del V Cuerpo pasaron por el puente de García a la margen izquierda del Ebro. Con el cruzaron las divisiones 43 y 46, ambas muy maltratadas.
El plan de nuestros adversarios era perfectamente claro. Avanzar al norte hacia Ascó y Flix, a lo largo de la orilla del río, y cercar al XV Cuerpo en la Sierra de La Fatarella; por esto, en este último sector, no éramos atacados. Desde el día 30 de octubre todas las fuerzas de ingenieros estaban fortificando las estribaciones meridionales de la Sierra del Águila, donde tropezaban con un terrno abrupto y rocoso que hacía muy difíciles los trabajos. Pero por desgracia, estas posiciones no se llegaron a ocupar. Mis dos brigadas de reserva se mezclaron con las unidades agotadas del V Cuerpo y el día 8 de noviembre el enemigo ocupó las cotas más elevadas de dicha Sierra, adelantándose al batallón de ametralladoras de la 35 División y a dos batallones de Guardias de Asalto que yo había enviado a guarnecerlas. Ese mismo día tuvimos que volar de nuevo el puente de García y las vanguardias enemigas estaban ya a unos 5 o 6 kilómetros de Ascó. Sin embargo, la resistencia heroica de nuestras unidades, que retrocedían lentamente, los obligó a combatir durante cuatro días más para recorrer esa distancia.
Mientras tanto, di órdenes de pasar toda la artillería a la margen izquierda, donde tenían magníficas posiciones de flanqueo en la zona de Vinebre. Ordené también la evacuación de toda clase de depósitos que no fueran imprescindibles (...) Ya sólo quedaban en la cabeza de puente las divisiones orgánicas del XV Cuerpo, más la 43 y la 44 (...).