10 de mayo del 2008
En cambio, los desenlaces fueron: entendimientos entre enemigos, diálogos de paz y pactos debajo de la mesa. Y la gente de izquierda reacciona de formas diversas: decepción de izquierda, aferramiento dogmático y desfasado a la nostalgia de izquierda, y crítica de izquierda a la izquierda para que no mueran los principios de una acción política de mayorías inspirada en la utopía siempre vigente del bienestar colectivo. Así, en este marasmo ideológico, se suele perder de vista el aporte histórico de esta fuerza, el cual no fue el previsto pero igualmente contribuyó, repito, a que se moviera la rueda de la historia.
En efecto, sin la sangre guerrillera no habría habido procesos de democratización; sin el bloque socialista y su contención, el llamado Tercer Mundo sería un basurero del primero desde 1945; sin las experiencias revolucionarias -frustradas unas y triunfantes otras y todas dolorosas y gloriosas a la vez--, las masas populares no estarían ahora articulando programas autónomos de reivindicación de sus intereses fundamentales y los movimientos indígenas no reclamarían en la actualidad el derecho a la autonomía política frente a las etnias hegemónicas.
Sin la experiencia socialista, no existiría el criterio del beneficio colectivo como fin humanista frente a la rapacidad pragmática y deshumanizada de las derechas, viejas y nuevas. Sin la experiencia socialista y las luchas revolucionarias de los pueblos, no existiría la certeza de que es posible humanizar la lucha política, la producción de mercancías y la distribución de la riqueza. En una palabra, si no hubiera habido socialismo, el capitalismo con todos sus males se presentaría como una fatalidad sin alternativa, y no tendríamos la gran escuela del peligro que implica dogmatizar y corromper la acción revolucionaria como lo hizo el socialismo real.
Las nuevas luchas de las masas populares por la salud del ambiente, por las reivindicaciones sexuales y étnicas, por la autonomía de conciencia frente al mensaje de los medios masivos de comunicación y por un orden económico internacional justo, habrán de tener como objetivo estratégico la justicia social, y su inspiración ideológica tendrá que ser (cuál si no) la experiencia socialista, pero sin repetir sus errores.
Por ello, hay que actualizar el debate y lanzarnos a la búsqueda de soluciones reales. Aferrarse al pasado con nostalgia de viejos es un acto irresponsable frente a la sociedad y la historia. El sectarismo izquierdista a estas alturas es pura reacción, como lo es el sectarismo de derecha que aún añora las dictaduras militares. Seamos revolucionarios y allanemos el camino ofreciendo respuestas con honradez. ¡Actualicemos el debate!
Guatemala, 7 de agosto de 1992.