16 de marzo del 2008
El sentido de la producción de cultura y conocimientos en América Latina a menudo difiere en muchas maneras de la producción de conocimientos que sobre ella se realiza en la academia estadounidense. Las diferencias residen en las divergentes necesidades de tales producciones según el lugar y el sujeto de sus enunciados y, consecuentemente, estas diferencias se remiten a los objetivos que estos enunciados buscan cumplir y al efecto que producen sus consecuencias ideológicas y políticas. El espacio de debate que sobre los criterios metodológicos para pensar la América Latina se abre en esta disyuntiva, tiene su historia y sus loci más recientes en Estados Unidos. Pero las voces latinoamericanas que teorizan para y desde América Latina, al interpelar los criterios centralistas que la teorizan como periferia (incluidas sus versiones solidaristas y autodesconstructivas), se han ganado a pulso un lugar de interlocución imposible de ignorar por parte de la academia hegemónica (2) .
En su nueva cruzada contra los infieles a la "campus left" y a la corrección política, titulada "The Neoconservative Turn in Latin American Literary and Cultural Criticism", John Beverley tilda de neoconservadores a quienes critican los esencialismos sobre los que se han construido las "teorías" del testimonio, la subalternidad otrificada y el poscolonialismo aplicado a la América Latina, por parte de las languidecientes izquierdas culturalistas en Estados Unidos. Para hacerlo, regresa a su postura en contra de la literatura -vista por él como un producto burgués que representa inadecuadamente al subalterno esencializado- diciendo que, si bien los neoliberales desjerarquizan la cultura desafiando así la vieja autoridad de los intelectuales letrados, los neoconservadores tienen razones para no hacerlo:
"En contraste, los neoconservadores creen que hay una jerarquía de valores propios de la civilización occidental y las disciplinas académicas -una jerarquía esencialmente afincada en el paradigma del Iluminismo- la cual es importante defender e imponer pedagógica y críticamente. Esto requiere de la actividad y la autoridad de los intelectuales tradicionales que operan dentro del sistema universitario y educativo" (Traducción mía).
Al unir a los críticos del constructo esencialista poscolonial subalternista con la tradición de la autoridad letrada burguesa y elitista de la Ilustración, el nudo beverliano queda atado "teóricamente", de modo que, para él, las posturas antiesencialistas equivalen a tomas de posición burguesas, conservadoras, elitistas y, obviamente, antipopulares, derechistas e incluso conformadoras de lo que Guha llamaba la "prosa de la contrainsurgencia" (3). El operativo es maniqueo, bipolar y esencializador tanto de los "intelectuales tradicionales" como de los que según Beverley no lo son (¿los considerará "revolucionarios"?). Por eso, sigue diciendo:
"Desde un punto de vista conservador o reaccionario, el ideal sería una hegemonía neoliberal sobre la política económica y una hegemonía neoconservadora sobre las instituciones culturales, incluido el sistema escolar" (Traducción mía).
Es decir, como quienes rechazan la esencialización de la subalternidad, automáticamente se ubican en la (también esencializada) tradición letrada occidental -elitista, reaccionaria y opresiva de la subalternidad-, por ello se los puede juzgar como intelectuales orgánicos del neoliberalismo, en su calidad de neoconservadores.
El linchamiento de los infieles queda así "académicamente" consumado mediante un operativo de parchado intelectual, típico de los más débiles Estudios Culturales al uso en la universidad dominante del primer mundo. Pero la cosa se complica un poco cuando Beverley matiza su linchamiento diciendo que los neoconservadores a los que él se refiere se posicionan en contra de las tendencias neoliberales y conservadoras en materia de producción y teoría culturales, pero que sin embargo eso no es obstáculo para afirmar que el neoconservadurismo es la nueva tendencia emergente en los estudios literarios y culturales en América Latina y, para muestra, tres botones: Mabel Moraña, Beatriz Sarlo y yo, con quien empieza su ataque, aludiendo a mi libro La articulación de las diferencias o el síndrome de Maximón, que fue mi tesis doctoral en la Universidad de Pittsburgh, dirigida por John Beverley en 1998. En otras palabras, los neoconservadores, afirma Beverley, no saben, no se han dado cuenta de que lo son y se ven a sí mismos como intelectuales de izquierda.
No voy a referirme a los casos de Moraña y Sarlo porque ellas son de sobra capaces de defenderse, pero sí voy a referirme a mi caso, aunque debo decir que este es un debate que, teóricamente, quedó agotado con la publicación del libro de David Stoll sobre Menchú y con la de mi tesis doctoral, así como con la de la recopilación de las ponencias de una sesión de LASA dirigida por mí, en la que participaron Elizabeth Brugos y David Stoll, entre otros, y que se llama Stoll-Menchú: la invención de la memoria. Sin embargo, Beverley insiste en darle respiración artificial a una discusión en la que sus ideas llevaron la peor parte. Es por ello que él se explica a sí mismo mis posiciones antiesencialistas en cuanto a su "teorización" del testimonio de Menchú, aludiendo a la persona y no a sus argumentaciones, diciendo lo siguiente:
"La manera en que Morales plantea el problema del nacionalismo cultural maya brota de una doble crisis incrustada en su propia persona: la crisis de la izquierda revolucionaria centroamericana, con la cual se identificó como escritor y como militante, y la crisis del concepto tradicional de escritor como una especie de Moisés literario, un 'conductor de pueblos', para usar la metáfora de Hernán Vidal, hondamente integrada a las prácticas culturales de la izquierda latinoamericana en los sesentas y setentas" (Traducción mía).
En otros escritos suyos, en los que ha hecho la misma crítica (4), ha dicho que yo he sido víctima del "desencanto" respecto de la izquierda, debido a la experiencia de tortura psicológica a la que fui sometido en Nicaragua por los sandinistas, a instancias de la izquierda guatemalteca de la URNG, debido a mi crítica de la irresponsable conducción de la guerra que esta coalición realizaba, poniendo a la población civil indígena a merced de las masacres del ejército nacional en su campaña de "tierra arrasada" para "quitarle el agua al pez". Al decir esto, Beverley sugiere que yo he dado un vuelco hacia la derecha, y que la prueba está en mi antiesencialismo subalternista. Y alude a que mi "carrera" de escritor se vio afectada por mi crítica a la URNG, y que por eso busqué una "carrera" como profesor universitario en Estados Unidos, que es la que muchos adeptos de la "campus left" se han esforzado en truncar.
Esto, sin embargo, no es sino una proyección suya sobre mi vida, la cual he concebido y vivido de una manera radicalmente distinta a la de los caminos del carrerismo literario y académico, y más encaminada en una militancia a la que subordino mis quehaceres intelectuales. Pero esto no lo entiende Beverley, y por eso afirma:
"…hay en Morales y Sarlo una descalificación explícita del proyecto de la lucha armada revolucionaria de los sesentas y setentas a favor de una izquierda más considerada y cuidadosa, y la sugerencia de que un 'error' similar se halla en el corazón de las nuevas políticas de identidad y empatía" (Traducción mía).
Lo que hay en Morales es una crítica a la URNG desde dentro de la izquierda guatemalteca, y no una descalificación de la lucha de la izquierda en general. Beverley puede leer mis editoriales en los diarios para darse cuenta de que no he renunciado a una postura de izquierda, por mucho que él me llame neoconservador desde su apacible cubículo en Pittsburgh. Resulta además curioso que siendo Beverley un culturalista, es decir, alguien que antepone la cultura a la economía a la hora de teorizar sobre los derechos de la subalternidad, a la vez adopte un moralismo de comisario del pueblo, decidiendo quién es de derecha y quién de izquierda, y endilgando epítetos como el de neoconservadores a intelectuales que cultivan el intelecto porque la lucha de su pueblo lo exige y no porque hayan escogido una carrera universitaria para vivir de ella a fin de llegar tranquilamente a jubilarse.
Creo que vale la pena explicar de dónde viene esta actitud de Beverley hacia mí. Cuando yo ya tenía fecha fijada para mi examen público de doctorado en la Universidad de Pittsburgh, la antropóloga Kay Warren llamó al profesor Michael Jiménez a Pittsburgh para decirle que iban a graduar a alguien que se oponía al "movimiento maya" y a quien la URNG (a cuya línea obedecía Warren) lo acusaba de derechista. Ante este rumor que Warren hizo llegar a mi terna examinadora para impedir que me graduara, Beverley quiso poner distancia entre él y yo, y sobre todo atenuar el hecho de que fungió como mi director de tesis, siempre en contra de mis ideas pero respetuoso de ellas. Como se sabe, Kay Warren es un notorio espécimen de la corrección política, la esencialización subalterna, el feminismo antimasculino y el linchamiento puritano, todo en nombre de su idealización de nociones como las de pueblo, "mayas", subalternos e izquierda (5) .
Mi crítica a la esencialización de la subalternidad se ha enfocado en una desconstrucción del multiculturalismo estadounidense y de su Identity Politics, trasplantados mecánicamente a la América Latina para explicar mediante la "diferencia cultural" su realidad multiétnica. Y lo he hecho porque la perspectiva multiculturalista no toma en cuenta el mestizaje como eje de las diferenciaciones (que en América Latina son asimismo mestizadas), sino simplemente divide y aparta esencializando a "mayas" y "mestizos", como si los indígenas (llamados "mayas" por una elite de indígenas con maestrías y doctorados en universidades estadounidenses y europeas) no fueran mestizos. Por eso, en mi libro citado, propongo teorizar las diferencias interculturales desde sus puntos de articulación y no desde sus diferencias esencializadas multiculturalistamente "a la gringa", en el entendido de que nuestros mestizajes son muchos (no se trata del falso melting pot), cambiantes e interactuantes, y de que este mestizaje diferencial e interculturalista no niega las diferencias culturales sino que las percibe como diferencias mestizadas y móviles (6).
En otras palabras, la realidad intercultural nuestra no se puede explicar mediante oposiciones bipolares, comparando, por ejemplo, a Guatemala con Sudáfrica, como suelen hacerlo algunos profesores universitarios de la "campus left" que no comprenden la problemática intercultural guatemalteca pero que espetan juicios irresponsables sobre la misma (7). Este juicio no cabe ni siquiera como metáfora, porque esta figura retórica consiste en expresar algo por medio de otra cosa, pero el algo inicial no se halla falseado, como lo está en este juicio irresponsable, entre muchos otros que ha vertido el autor, algunos de los cuales se pueden ver en el prólogo a la segunda edición de La articulación de las diferencias. Esta postura mía, Beverley la ve como antisubalterna porque percibe que se perfila en contra del "pueblo", entidad que él confunde con un "maya" esencializado que en realidad no existe sino en su vieja imagen de Rigoberta Menchú, la personaje que, como suelen hacerlo los escritores, se valió de experiencias ajenas para atribuírselas a ella y crear así un personaje-síntesis cuya ficticia experiencia de vida "explicaba", según Beverley, la problemática política y étnica de Guatemala. Después de lo establecido por Stoll sobre ella, y luego de que ella misma admitiera que no fue testigo ocular de nada de lo que narra como si lo hubiese sido, la "teoría del testimonio" beverliana se derrumbó por obra y gracia de un poco trabajo de campo por parte de Stoll, perfilándola como un constructo de gabinete por parte de alguien que, como se sabe, jamás ha visitado el país sobre el que "teoriza" (8).
La "teoría del testimonio" que propuso Beverley (La voz), circunscribe este género al relato de un testigo presencial (eye witness account) que tiene por fuerza que ser iletrado, oral y perteneciente a una otredad cultural binaria y esencialistamente opuesta a la hegemónica, pues todo eso asegura que su versión sea más adecuada, en términos representacionales del sujeto subalterno, que la de los letrados "blancos". Dice Beverley:
"Existe una diferencia fundamental, en términos de poder, entre que alguien como Rigoberta Menchú cuente la historia de su pueblo (y gane un Premio Nobel), y que la haya contado, por muy bien que lo haya hecho, alguien como el novelista y Premio Nobel guatemalteco Miguel Ángel Asturias" (Against 76, traducción mía).
Después de los hallazgos de David Stoll, es sabido que esa "historia de su pueblo" que Beverley adjudica a Menchú, es una historia mediada por la izquierda "blanca" y marxista eurocéntrica, a la que ella pertenecía, y que es el mestizaje cultural, signado por la teología de la liberación y las teorías indigenistas de la época, y no la otredad oral e iletrada, lo que caracteriza el discurso de Menchñú, el que de esta manera se parece demasiado al de Asturias como para convenir al esencialismo binarista que resultó de la apropiación estadounidense del poscolonialismo y el subalternismo originarios. Es sorprendente el contraste entre el entusiasmo desmedido que por la literatura sentía Beverley unos años antes (Literature and Politics) y sus posturas antiliterarias posteriores. Las siguientes afirmaciones, cuya responsabilidad comparte con Marc Zimmerman, lo ilustran:
"... afirmamos que en Centroamérica la literatura ha sido no sólo un medio político sino también un modelo para hacer política. (…) Aunque nuestra tesis es que esta poesía [la 'poesía revolucionaria'] ha sido una fuerza materialmente decisiva en las revoluciones centroamericanas, también es importante enfatizar que de ninguna manera constituye su única práctica ideológica significativa o importante. Existe, por ejemplo, la muy rica herencia de la cultura oral indígena y mestiza de Centroamérica..." (xiii, traducción mía).
Cualquier militante y/o escritor centroamericano sabe que, por sí misma, la práctica literaria nunca fue "materialmente decisiva" ni mucho menos en los procesos revolucionarios y que los escritores asesinados lo fueron por su militancia y no por lo que escribían, lo cual no podía ser relevante y menos aun subversivo en países con más de un 60 por ciento de analfabetismo. En cuanto a la cultura oral indígena y mestiza, cualquier militante de la izquierda centroamericana sabe que las dirigencias revolucionarias la consideraron como un obstáculo para la politización de las masas rurales a las que se quería indoctrinar en el marxismo-leninismo. No cabe duda de que el entusiasmo paternalista por el "pueblo" idealizado conduce a la tergiversación de "lo popular".
Otro exceso notorio, en la misma tónica del de Beverley, lo encontramos en estas afirmaciones de George Yúdice:
"Lo 'popular' era esencializado en recreaciones pequeño-burguesas del discurso y la cultura campesina e indígena (por ejemplo, Salarrué en El Salvador, Asturias en Guatemala), o vendido como cultura de masas (Fuentes, Puig, Sarduy)... Al igual que las Comunidades Cristianas de Base, que son movimientos de raíz popular en el que los sectores del pueblo (explotados) releen los Evangelios como la 'buena nueva' de la llegada del Reino de Dios en la Tierra, lo testimonial enfatiza una relectura de la cultura como historia vivida y como profesión de fe en las luchas de los oprimidos" (Beverley, Against 111, traducción mía).
En nombre de "lo testimonial" esencializado, se descalifica la "esencialización pequeñoburguesa" que los escritores "blancos" hacen de "lo popular". Esta lógica hubiese llevado, a la postre, a negar la literatura y la cultura como el ejercicio de elites que siempre ha sido, en nombre del "pueblo" y sus intereses. Algo muy parecido a lo que ocurrió en China durante la Revolución Cultural.
A estas alturas, cuando Menchú se volvió empresaria farmacéutica asociándose con un notorio empresario mexicano que vende dudosos medicamentes genéricos, y "embajadora de buena voluntad" del gobierno oligárquico de Óscar Berger, y luego de que tuviera una participación desastrosa como candidata a presidenta de Guatemala en las elecciones de septiembre del 2007, supuse que Beverley habría aceptado lo que para todos ya es obvio: que Menchú no sólo no representa a los indígenas de Guatemala, sino que en mucho ha sido una estafa política para las izquierdas que la apoyaron (en cuenta las de campus estadounidense). Porque, en efecto, en el municipio donde nació, Menchú obtuvo 86 de 10,085 votos efectivos (0.85%); en todo el departamento de El Quiché obtuvo 4,563 de 202,718 votos efectivos (2.25%); y del total nacional de votos, obtuvo el 3%, en una votación que acusó un 53% de abstencionismo.
Muy unida a mi crítica del multiculturalismo estadounidense trasplantado a la América Latina, está mi crítica a la cooperación internacional y a las universidades estadounidenses en sus tareas de intervención "a favor del subalterno", mediante el financiamiento de grupos y oenegés organizadas de acuerdo a "issues" políticamente correctos como el feminismo antimasculino, el etnocentrismo multiculturalista, la "diferencia cultural" y las orientaciones sexuales esencializadas, etc. Lo cual ha venido a atomizar a la sociedad civil haciéndola competir deslealmente entre sí por los financiamientos internacionales, impidiéndole organizarse como una totalidad y proponer salidas a las crisis económicas, políticas y culturales del país. Este es el resultado del asistencialismo multiculturalista y políticamente correcto, el cual tiene innumerables apóstoles fundamentalistas y culposos en los organismos de financiamiento y en las universidades e iglesias estadounidenses.
He dicho varias veces que la corrección política como concepción y práctica ética y moral, resulta de la confluencia de dos tradiciones culturales estadounidenses, conformadoras de la personalidad del país y de sus mentalidades: la del conductismo que enseña comportamientos socialmente aceptados como forma ideal de convivencia, y la del puritanismo autorrepresivo, que otorga un ilusorio sentido de autoridad basada en verdades reveladas e incuestionables. Por eso, la corrección política es intransigente y linchadora de quienes disienten de sus dictados. Una vez, en una de nuestras discusiones en Pittsburgh, le pregunté a Beverley si así como él creía que los indígenas debían imponerse sobre los mestizos de Guatemala (esencializados ambos), también los afroamericanos debían imponerse sobre los blancos y si, de ser así, él apoyaría la lucha afroamericana antiblanca. Me respondió que tendencialmente sí. Sin embargo, a la vista está que su práctica ni por asomo va por ahí. Entonces yo lo invité a que viajara a Guatemala y conociera el país aunque fuera por unos días, para que vivenciara las diferencias culturales y los mestizajes en acción, a fin de que dejara de imaginársela como un país en blanco y negro. Su vuelta a este agotado debate por parte suya me indica que todavía se niega a conocer mi país, aunque no a "teorizar" sobre sus problemas.
Por eso sigue diciendo:
"The denial of the possibility of solidarity in Morana and Morales is above all a denial of the ability of the gringo or non-Latin American to understand and 'represent' Latin America".
También dice:
"Pero hay también, más explícitamente en Sarlo y Morales, una negación de la posibilidad de la solidaridad entre grupos de diferente formación étnica, cultural, social y lingüística dentro de los límites de un Estado-nación latinoamericano o de América Latina como entidad internacional" (Traducción mía).
En primer lugar, no existe en mí ninguna negación de la posibilidad de solidaridad en ninguno de mis escritos, como puede fácilmente constatarse leyéndolos. Lo que hay de mi parte es una crítica en contra de que esa solidaridad sea intervencionista mediante la imposición de criterios multiculturalistas en los grupos financiados por la cooperación internacional, para que realicen luchas por incorporarse al sistema sin cuestionar sus bases, tal como ocurre en Estados Unidos con las luchas por la "cultural difference". Se trata de una oposición al culturalismo estadounidense como eje organizador de las reivindicaciones subalternas latinoamericanas y como sustituto de sus luchas económicas. Y en cuanto a que los gringos no pueden entender la América Latina, en mi caso creo que la defensa de Menchú como icono de la diferencia cultural esencializada, en la que todavía insiste Beverley, es de hecho una "cosa gringa" que les sirve a los profesores gringos y a sus réplicas latinoamericanas para librar "guerras culturales" de izquierda de campus y ascender en la carrera docente escribiendo "papers" y asistiendo a congresos, para llegar a jubilarse felizmente como progresistas "full professors". No se trata de una teorización para el cambio revolucionario en el tercer mundo. En otras palabras, ellos tienen una carrera. Nosotros, acá, tenemos una lucha. Por eso, yo no le concedo autoridad moral a un carrerista para que juzgue moralistamente a un militante. Y mucho menos para revivir un debate agotado por la evidencia de lo concreto.
El hecho de que el debate esté agotado en lo concreto tiene que ver con que, como lo predije en La articulación de las diferencias, el "movimiento maya" se encuentra hoy día reducido a minoritarios grupos culturalistas absolutamente dependientes de la cooperación internacional y sin arraigo ni mucho menos representatividad popular indígena. El multiculturalismo dio como resultado el acomodamiento de los "mayas" más estridentes, y para colmo, Menchú se evidenció como empresaria de productos farmacéuticos genéricos, como funcionaria de un gobierno oligárquico, como una candidata presidencial aborrecida en las regiones de mayor población indígena y, por si esto fuera poco, como aprendiz de escritora e intelectual letrada. Ante este panorama concreto, ¿qué queda del debate multiculturalista y poscolonial-subalternista de los años 90 en Estados Unidos, así como de su autoritaria pretensión de influir en Guatemala? Lo que está a la orden día aquí es el replanteamiento de las luchas indígenas como luchas económicas primero y culturales después. En Guatemala, es esto lo que nos ocupa. No el viejo cuento políticamente correcto y linchador de las izquierdas de campus estadounidenses.
Al final, Beverley acaba contradiciéndose o por lo menos enmendándose a sí mismo la plana moralista que constituye el tono de su ensayo, porque dice:
"Cierro con la cuestión de Borges porque creo que es particularmente difícil para nosotros. Como Cervantes, Borges es literatura, y la literatura es, en fin de cuentas, lo que nosotros hacemos. ¿Hasta qué punto entonces estamos individual y colectivamente involucrados en lo que estoy llamando 'el giro neoconservador en la crítica literaria y cultural latinoamericana'? Esta es una variante de la pregunta que se encuentra en el corazón de los Evangelios: ¿A quién sirves? La particular dificultad de los tiempos que vivimos, de nuestra ubicación institucional y nuestras lealtades es que es más fácil hacer esta pregunta que responderla" (Traducción mía).
El párrafo anterior expresa con claridad meridiana que el dilema planteado por Beverley mediante la acusación dirigida contra Moraña, Sarlo y yo, no es sino una conflicto autorreferencial típicamente posmoderno. Beverley se pregunta hasta qué punto él mismo no es letrado, literato y elitista, y a quién sirve. Y confiesa que es más fácil hacer la pregunta que responderla. Yo creo que él sirve a su carrera y al sistema que (por adhesión o contradicción) la hace posible. Y yo sirvo a mi pueblo, aunque no solidarizándome acríticamente con un concepto culturalistamente idealizado de lo popular, sino librando luchas en el seno de ese pueblo a fin de lograr la unidad política en torno a las reivindicaciones económicas primero, y a las culturales después. Mi trayectoria y mis escritos en tal sentido están a la vista. Por eso, no acepto su linchamiento moralista. Y además, porque, para seguir con referencias bíblicas: "Ningún servidor puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios y al dinero" (Lucas 16, 13). En este caso, al carrerismo gringo y al pueblo latinoamericano.
Taichung (Taiwán)-Guatemala, noviembre del 2007.
(1) Este artículo se publicó originalmente en inglés (traducido por John Kraniauskas) en el Journal of Latin American Cultural Studies, Vol. 17, No. 1, Marzo 2008, pp. 81-89, con el título de "Serving Two Masters, Or, Breathing Artificial Life Into A Lifeless Debate (A reply to John Beverley)". En el mismo número se publicó el artículo de Beverley al que el mío da respuesta.
(2) Ver, Emil Volek. Latin America Writes Back. Postmodernity in the Periphery. New York & London: Routledge, 2002.
"The Prose of Counterinsurgency". Selected Subaltern Studies: 45-86.
(3) Por ejemplo, en "Postscriptum". Mabel Moraña, ed. Nuevas perspectivas desde/sobre América Latina: el desafío de los estudios culturales. Chile: Cuarto Propio-IILI, 2000: 499-508. También en "Calibán después del comunismo". Elzbieta Sklodowska/Ben A. Heller, eds. Roberto Fernández Retamar y los estudios latinoamericanos. Pittsburg: IILI, 2000: 116-33. También en "What Happpens When The Subaltern Speaks: Rigoberta Menchú, Multiculturalism and the Assumption of Equal Worth". A. Arias, ed. The Rigoberta Menchú Controversy. Minneapolis: University of Minnesota Press, 2001: 219-36. Y en el Prólogo a la edición guatemalteca de La voz del otro: 9-15. Como puede verse, su preocupación respecto de mis argumentaciones es grande. Y no es para menos, toda vez que él no quiere dar por acabado un debate que desde el inicio estuvo basado en falsos problemas, típicos de las "culture wars" entre las izquierdas de campus estadounidenses, y en el que, finalmente, como veremos, él y sus adeptos llevaron la peor parte, gracias sobre todo a las revelaciones de David Stoll sobre Menchú.
(4) Ver nota número 2, página viii, La articulación.
(5) Al respecto, ver, Mario Roberto Morales. "Peripheral Modernity and Differential Mestizaje. Beyond Subalternist Post Colonialism". Enrique Dussel, Mabel Moraña & Carlos Jáuregui, eds. Duke University Press. En prensas. También, la versión gallega de este ensayo en Tempo exterior No. 13, segunda época, julio-diciembre 2006. Compostela, Galicia: Instituto Galego de Análise e Documentación Internacional, Igadi.).
(6) "Metafóricamente hablando, podríamos decir que el ladino es como el blanco sudafricano, aunque dicha metáfora sea sólo operativa". Arturo Arias. "Poscolonialidad ladina, subalternidad maya?". Chicago: LASA, 1998. Para otras afirmaciones por el estilo, ver, nota 3, página ix, La articulación.
(7) "Rigoberta Menchú admitió este jueves haber mezclado los testimonios de otras víctimas de la guerra civil guatemalteca con su relato autobiográfico en el libro que la ayudó a ganar el Premio Nóbel de la Paz. 'El libro que están cuestionando es un documento que mezcla mis testimonios personales y testimonios sobre lo sucedido en Guatemala', dijo Menchú en una conferencia de prensa en Nueva York". "Rigoberta Menchú admite que usó testimonios ajenos en su libro". Fundación Rigoberta Menchú. Guatemala, 12 de febrero de 1999.