5 de marzo del 2008
Se me ha sugerido un asunto de novela negra, que por descontado son las únicas que merecen tal nombre, de forma que les amenice las meninges agitadas que dejan las campañas de venta electoral. Me pongo a ello muy a gusto.
Como en toda novela negra, es necesario un marco sociológico que justifique los crímenes y explique la lentitud de la justicia. El marco es Europa, la Comunidad Europea y su constitución económica (digo constitución por que funciona como tal aunque no la haya) que define como funciona el mundo económico en esta nuestra Europa. Constitución (Maastricht, recuerden) que fija reglas muy solemnes y claras en beneficio de la transparencia y de la competencia europea. Se le nota ahí a Europa su afinidad germana, renana mejor dicho y también su ascendencia protestante. Una regulación estricta y para todos. El terreno de juego no ha de dar facilidades a los peores, sino a los mejores.
Definido el marco, paso al argumento. En este caso puede dar para muchas novelas, pero nos mantendremos en ese extraño mundo de las licencias para robar o estafar al fisco que poseen diversos estados europeos o porciones de estado. Algunos incluso forman parte de la Comunidad, otros ni eso. Todo el mundo sabe a quien me refiero. Suiza, Andorra, las islas del canal, ese estado de nombre germánico impronunciable, etc. En España y en la mayor parte de los países europeos si la fiscalía quiere y la agencia tributaria investiga lo tienen muy mal los que esconden dineros en colchones prohibidos. Cuando digo dinero me refiero no solo a los mercaderes de hachís, sino a los de algunos negocios inmobiliarios, a proveedores de material militar de alto estanding y cosas por el estilo. Incluso a algunos receptores de herencias turbias. Esos fondos no pueden circular con la cabeza alta, deben mantenerse discretamente escondidos a la espera de oportunidades de legalización, tal que un inmigrante de patera (como propone el PP). Para ello necesitan refugios estables, seguros, garantizados. Ahí surge la peculiar banca que trafica con lo que le echen, desde tesoros nazis provenientes de los campos de exterminio, hasta la última comisión de Roldan. Solo pide una condición: no saber nada. De este modo los banqueros se sienten también seguros frente al altísimo que les juzgará, puesto que tienen pensado alegar desconocimiento.
El esquema, explicado con cierta brutalidad es así y las cifras que se manejan inconmensurables: que significa que no se pueden medir por su olímpica dimensión. De ello viven muy bien muchos y sus monedas son sólidas de verdad. Tan es así que se libran desde hace siglos de la belicosidad de sus vecinos. Otros que no han tenido tanta habilidad sufren las corrientes de aire que de tanto en tanto ventilan Europa, pero no les afecta en demasía, su negocio principal sigue activo e igual de clandestino. Todos ellos han llegado a sutiles normativas patrimoniales, fiscales y bancarias para que no se les caiga la cara de vergüenza. Todo lo que hacen está bajo control legal, puesto que sus normas se lo permiten. Es como si dijéramos que el empresario De la Rosa y el ingeniero Roldán pudieran establecer las normas de funcionamiento de la contabilidad y la fiscalidad a su gusto y manera. Me entienden, ¿ verdad?
Pues eso acontece en nuestra regulada Europa. Esa tolerancia no es producto de una mala digestión, ni de un despiste. Es la necesidad de tolerancia del capital respecto a sus límites innombrables. ¿Por qué perder ese negocio que podría marcharse a Cancún, por ejemplo? Al fin y al cabo todo es dinero e inversión.
Si el argumento novelado va por ahí, ahora habrá que tratar de los personajes. La actualidad nos ha traído alguno: el fiscal alemán que ha andado tras de sus paisanos que imprudentemente se dejan retratar en un DVD por alguien que les ha traicionado. Fantástico, ni en los años esplendorosos de la novela negra de EEUU se pudo imaginar algo así. El despecho, el tráfico de información, las altas tecnologías y al final un hombre: el fiscal que con los métodos de siempre, a pie, con constancia y abnegación logra hacer saltar por los aires a la banca y a centenares de sus paisanos pringados hasta el delirio en evasiones y negocios turbios. Ojo, con los germanos aparecen nombres y direcciones de Barcelona, Madrid, Almería. Nombres que esperamos conocer aquí mismo, en la península. Ansiamos saber quien tiene cuenta en Liechtenstein y de donde provienen sus dineros. También queremos que paguen el IRPF, como los que no tenemos cuentas suizas y, si se han saltado un semáforo en rojo, les quiten los puntos correspondientes y hagan posteriormente el curso del perdón. Estamos dispuestos al perdón, faltaría más, siempre que haya contrición y penalización. Como buenos católicos. Quien la hace la paga y después queda libre y perdonado. Espero con ansiedad qué dice de ello el subcomandante Rouco Varela. No será ningún desperdicio, seguro.
Esos personajes -detective y culpables- sólo son parte de lo que se cuece en toda buena novela negra. Por encima siempre queda algo. Una presencia inquietante, difuminada, escurridiza. Es el sistema, el poder cuando toca las fronteras de lo que no puede decirse.
En Europa no ha lugar para paraísos fiscales ni para paraísos legales. Si queremos una Europa jurídica, sus integrantes no pueden tener territorios con estatutos medievales; y los países ajenos, pero también europeos, deben aplicarse la misma medicina. Es excesivo, dirán algunos. Los negocios son los negocios. Faltaría más, así es, pero si un negocio debe respetar las normativas laborales y acreditar su legalidad en todos los frentes, cabe deducir que es para todos sin excepción.