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18 de junio del 2008

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Iberoamérica
Reflexiones peruanas

Una ardilla de 95 años


Wilfredo Ardito Vega
La Insignia. Perú, junio del 2008.

 

A una de mis cuñadas le gusta organizar juegos en las reuniones familiares, y esta vez había una competencia de adivinanzas:

Tronco abajo, tronco arriba,
luciendo mi larga cola,
nadie en rapidez me gana:
corriendo me quedo sola.

-¡La ardilla! -declaró una voz entusiasta. Era mi abuela, que a los 95 años no deja de sorprender por su lucidez y también por su facilidad para adaptarse a los nuevos tiempos.

Todos los días cocina con la olla arrocera y el microondas, como si los conociera desde siempre. Aunque ahora sale acompañada, recorre Ripley y Tottus con el mismo empeño con que otrora visitaba Oeschle y Monterrey. Antaño asidua clienta de la Botica Francesa, hoy gusta del Crepes & Wafles por el pollo tailandés y el capuccino con Baileys. Desde que el año pasado conoció la comida japonesa en el Don Katsu de Jesús María, siempre quiere volver.

En las navidades pasadas se puso muy contenta porque encontró en Casas & Ideas el regalo que quería: platos cuadrados, de esos que se usan en los restaurantes de moda. En ellos le gusta lucir las comidas criollas tradicionales o los nuevos platos que descubre o inventa: pastel de fideos, zapallitos rellenos, lasaña de carne o vegetariana.

Todos las salas que conoció en Lima han desaparecido, pero no se amilana cuando alguien le propone ir a algún multicine. La última película que vimos fue La vida en rosa, donde Edith Piaf sufría tanto que yo me habría marchado a los cinco minutos. Mi abuela no se hizo mayores problemas con el sufrimiento ni con los saltos temporales de la trama.

Supongo que sobre ella y sobre lo que ha vivido también se podría hacer una película: recuerda El Callao lleno de italianos, las sucesivas revoluciones desde la primera que le tocó en tiempos de Leguía, las visitas a las haciendas o las islas guaneras, donde a los indios se les daba coca para explotarlos mejor, porque así sentían menos el cansancio. ¡Cuántos cambios se han producido en el Perú desde entonces! Sin embargo, mi abuela los lleva bastante bien y incluso ha aprendido a evitar expresiones racistas que le escuchaba cuando era niño.

Si alguien desea conocer el secreto de su longevidad y su salud, seguramente quedará desconcertado. Ha fumado hasta los 80 años, como sigue haciendo su hermana, y sigue comiendo todo lo que le gusta: chorizo, chicharrón, cabanossi (los prepara con ollucos), el pellejo del pollo y todas las salsas que según muchos médicos no son recomendables pasados los treinta años.

Mi abuela suele decir que, con el paso del tiempo, todos los médicos que la han atendido se han ido muriendo:

-En el noticiero dicen que atropellaron a una anciana de sesenta años. ¿Qué les pareceré yo? -añade cuando voy a almorzar a su casa.

Su vitalidad, su energía y su sentido del humor son un desafío a una sociedad donde ser viejo tiene tantas connotaciones de acabado o caduco. Lejanos están los días en que la edad, con sus manifestaciones naturales como canas, calvicie o arrugas, inspiraba respeto. Aunque en aquel entonces, claro, los ancianos eran pocos.

En el ámbito laboral, la discriminación por edad es un problema frecuente. Pero lo más triste es que a muchas personas mayores de 65 años les espera el período más precario e incierto de su vida: los jubilados deben entablar juicios contra la insensible ONP y, al no existir un sistema universal de seguridad social, la única esperanza para los demás son sus familiares. Cada día de vida parece tener un precio, porque hay que pagar por medicinas que son de uso permanente. Disponer que todos recibieran una pensión, como se ha hecho en Bolivia, sería el mínimo de justicia hacia las personas mayores.

En el caso de mi abuela, somos los nietos quienes afrentamos sus diversos gastos. Afortunadamente, ella es tan independiente que sólo a partir de este año ha tenido que llamar a una señora para que la ayude, cada quince días, en algunas tareas domésticas.

-¿Y no te gustaría hacer tai chi? -le pregunto a veces, para provocarla.
-Eso es para viejas ociosas, que no hacen nada en casa -me contesta riéndose.

Quizás, si tiene un secreto, es mantener intactas las ganas de vivir. Me recuerda a la coqueta e intrépida ardilla de la adivinanza. Porque importante, se llegue a la edad que se llegue, es saber (y poder) disfrutarlo.