21 de julio del 2008
Les he contado con mayor o menor acierto estos últimos meses cómo iba evolucionando la economía y qué problemas graves aparecían en lontananza. Les he hablado, mal claro, de la especulación inmobiliaria, de las infraestructuras, de la economía de la inteligencia, de la especulación financiera, de la ceguera ambiental, de la energía y un largo etcétera. Creo que en líneas generales he acertado más resultados de los que he errado. No muchos pueden hacer tal afirmación, lamentablemente para la mayoría. Ahí queda escrito para su comprobación notarial.
En lo dicho aquí, en los valles de Parapanda, no hay nada fuera de la lógica humana y social y de una cierta forma de pensamiento económico racional. Productos esos muy alejados de lo que el modelo económico vigente premiaba hasta hace unas horas (en referencia al ex presidente de un club y al ya casi ex presidente de una inmobiliaria). Lo que resulta curioso es que eso mismo aparece día a día como novedad en publicaciones diversas y en foros de verbo oportunista. Incluso los ministros del ramo van acercándose a la realidad prevista y ahora ya ejecutiva con más o menos rapidez vergonzante, pero sin ningún afán autocrítico. Y eso, amigos míos, es la mejor esencia del cristianismo: confesión y culpa exonerada.
Ya el articulillo de la semana anterior quería poner un cierto punto final a esa novela dieciochesca sobre si la crisis si o no, qué es lo que ha pasado y porqué. Hemos vivido una especie de relato por entregas, con huérfanas y asesinos de por medio que no tenia el más mínimo misterio a poco que uno estuviera al caso de lo que acontecía en plena calle. En fin, como me parece agotada esa línea editorial, pondré personal punto final a ella hasta que en los meses venideros las cosas se muevan con alguna novedad que sea de interés. No piensen que renuncio al comentario o a la propuesta económica, al contrario, doy tiempo a los que deben actuar, políticos, empresarios y sindicatos para ver si de una vez surge aquello de que estamos tan necesitados.
Lo que escribo hoy no es por lo tanto una amalgama de lo dicho anteriormente. Artilugio literario muy utilizado en todas las épocas para escritores agotados. Mi intención es ofrecerles acicates veraniegos en este mundo del euro y el dólar que justifiquen y recompensen la tan merecida siesta agosteña. Un acicate simple que permita la digestión y la digresión. Voy a ello.
Les diré que hoy en el mundillo de los partidos políticos las propuestas económicas están que arden: lo sé de buena tinta y mejor voz. Todos piden material. Unos para solicitar créditos, otros para obtener portadas. Los más sinceros y comprometidos para ver si logran insuflar algún apunte benéfico en las políticas que se cuecen en las cocinas de los grandes menestrales del ramo: Ministerios económicos, bancos del estado, organismos internacionales y un largo etcétera. Las publicaciones escritas (que son producto de la reflexión) inciden en lo mismo con las diferencias que la ideología y la sinceridad imponen.
En realidad las ofertas disponibles se resume en dos o tres asuntos de verdadero interés: cómo reactivamos la economía, es decir el consumo. Cómo frenamos la crisis financiera que lleva camino de torcer el trayecto de la mayoría de las empresas (incluso las solventes) y cómo reducimos la factura externa debido a la energía mayormente. Y así todo y no más allá, aunque las letras se multipliquen en manos del linotipista.
Pero esa enorme síntesis de la crisis, consumo, financiación y coste exterior, que se adorna con multitud de parámetros de menor importancia, tiene un resumen más escueto que ejerce de demostración palpable de hasta dónde ha llegado la economía española en su fracaso estructural: el peso de nuestro futuro, el de la economía del conocimiento (en el más amplio sentido del término). Punto final.
Si en los últimos diez o doce años, tres legislaturas, los gobiernos del estado y de la economía (diferenciación que hago para incluir grandes empresas y grandes empresarios) hubieran apostado consecuentemente por un desarrollo más calmo y más tecnológico, hoy estaríamos en una posición de enorme ventaja estratégica. Pero no ha sido así y la pregunta que vengo haciéndome es si en el futuro sabremos rectificar. La semana anterior apostaba por el no, lamentablemente. Pero hoy, como corresponde a un punto final, les daré mi receta. Que es esta:
Para aliviar la caída del consumo propongo bienes públicos, tanto en la forma del gasto corriente, como de la inversión. Esos bienes pueden cifrarse en prestaciones sociales con ley pero sin un euro (ley de la dependencia), en vivienda pública, en transporte por ferrocarril (personas y mercancías) y en programas ambientales. La financiación de esos programas recae tanto en el sector público (papá estado, mamá autonomía y el tío municipio), como privado, mediante concesiones de explotación y otros sistemas de amortización lenta.
Para desatascar los canales de financiación tenemos normativa pública, que debe flexibilizarse y adquisición de activos privados inmobiliarios para pasarlos a tasación pública para su oferta en el mercado a costes adecuados a la capacidad de compra o alquiler. Les estoy hablando de adelantar las inversiones en vivienda pública de los próximos cinco años para ahora mismo, utilizando la oferta privada sin dueño real en estos momentos.
El coste exterior es otro asunto de mayor recorrido temporal. Pero ahí hay que actuar mediante la prima a la producción de energías autóctonas, el viento y el sol, de las que podemos alimentar un elevado porcentaje de nuestro consumo. En otro orden de cosas, la limitación del poder de eléctricas y petroleras no nos iría nada mal, puesto que abriría el mercado a otras fuentes y empresas. Y por descontado una regulación del consumo energético de todo tipo facilitaría las cosas.
Vuelvo a insistir, no parece tan difícil. Y en todo caso, no es el asalto al palacio de invierno. (Fragmento del memorándum que he enviado a las autoridades, a quienes les pregunto: ¿mando la factura con o sin IVA?)