22 de febrero del 2008
Los sindicatos estadounidenses han tenido siempre la fea costumbre de implicarse hasta las cejas en las campañas electorales, y desde tiempos antiguos han apoyado, con suculentas aportaciones financieras, a los candidatos de su conveniencia. Ellos sabrán qué beneficios ha reportado a los trabajadores esta manera de ser y actuar. Como no podía ser de otra manera, también en esta ocasión, las organizaciones sindicales están de lleno en la refriega.
Por lo general apoyaron a los candidatos demócratas. Y, en estos momentos, unas federaciones apoyan en bloque a don Barack Obama y otras a doña Hilaria Clinton. Es un estilo -eso de ir en bloque- que recuerda el invento westfaliano del cuius regio eius religio, cuya traducción aproximadamente castiza sería: lo que vota el mandamás debe seguirse sin rechistar por la plebe.
Pues sí, recientemente a Obama le han llegado dos nuevas y grandes adhesiones: se trata de la Service Empleyee International Union (SEIU) y de la United Food and Commercial Workers (UFCW). Con doña Hilaria están las organizaciones sindicales de los funcionarios públicos y de los enseñantes.
La SEIU cuenta con cerca de dos millones de afiliados y es una de las organizaciones sindicales más potentes de los Estados Unidos. No es sólo una potencia organizativa sino, como consecuencia de ello, también financieramente: en los últimos veinte años ha sufragado con unos 25 millones de dólares (veinticinco millones) las campañas electorales. Esta organización del sector servicios es una voz visible e importante en el asunto de la regulación de los emigrantes clandestinos.
Es en ese sector de servicios donde trabajan mayoritariamente, en las categorías más bajas del escalafón, los hispanos. De ahí que todos los candidatos se batan el cobre por una ley que disponga de un instrumento de regulación de esos flujos migratorios. Pero, como se ha apuntado, es hacia Obama donde sindicalmente se orienta el apoyo; otra cosa será lo que hagan las personas de carne y hueso. De todas formas, la cúpula sindical de SEIU ha sido clara. Andy Stern, el presidente, dijo recientemente: "Es doloroso que no pueda apoyar a Hilary, siendo muy amigo de ella".
Esta es una postura compartida por el otro sindicato, la UFCW. Estos cuentan con 1,3 millones de afiliados, ubicados en las industrias de la distribución y las empresas alimentarias: también aquí el peso de los hispanos es relevante. Y atención al dato: el cuarenta por ciento de los afiliados a UFCW tiene menos de treinta años. Lo que teóricamente le facilitaría las cosas a Obama. Al menos eso dicen.
Desde una mirada -¿debo disculparme por mi eurocentrismo?- todo ello me parece un disparate. Por no hablar del dislate caballuno de los veinticinco millones de dólares que, a tocateja, ha entregado la SEIU en los últimos veinte años. Naturalmente este tipo de relaciones político-financieras no están estipuladas en las normas estatutarias, aunque forman parte de los usos y costumbres de tales organizaciones. Son medidas discrecionales de los grupos dirigentes, que actúan como lobbys convencionales. Otra fea costumbre esta, pues se ampara en que, también allí, no hay una norma que establezca los límites de lo que pueden hacer (y de lo que no deben hacer) los organismos dirigentes.