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13 de febrero del 2008

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Cultura

Sobre héroes y burlas


Mario Roberto Morales
La Insignia. Costa Rica, febrero del 2008.

 

Playa Hermosa está en el Golfo del Papagayo, sobre el Pacífico costarricense, cerca de la frontera con Nicaragua. Aquí termino de releer Sobre héroes y tumbas, la monumental novela que Ernesto Sábato publicó por primera vez en 1961, y que ahora, además de deslumbrarme de nuevo, se me confirmó como un edificio construido descoyuntadamente con elementos disímiles. La primera y la segunda partes tratan sobre la enigmática y sufriente Alejandra, vista por los ojos enamorados de Martín. La tercera, sobre la obsesión de Fernando, el padre de Alejandra, por los ciegos. Y la cuarta, sobre la caída y la paz final de Martín luego de la horrenda muerte de Alejandra.

Por fortuna, el descoyuntamiento en la arquitectura de la novela se diluye en la intensidad psicológica de los personajes y en la aguda inteligencia del autor al poner en boca de ellos los más audaces juicios sobre diversos asuntos históricos y culturales de Argentina, España, Suiza y otros lugares del mundo. La atmósfera frondosa de la narración, más que su tema, que son las obsesiones, es la que la hace grande, así como la truncada historia del atormentado amor dependiente de Martín por la enfermiza Alejandra. Por eso me cuesta no imaginar a Sábato leyendo El cuarteto de Alejandría, de Lawrence Durrell.

En la página 281 de la edición de Seix Barral, Sábato hace decir a uno de sus personajes que "no se puede tratar a un infeliz que simplemente esperó con alegría la muerte de sus progenitores para recibir unos pesuchos en la misma forma que a uno de esos anabaptistas de Mineápolis que aspiran al cielo explotando negros en Guatemala". Teniendo en cuenta que el personaje que afirma esto lo hace a mediados de la década de 1950, uno piensa en la explotación de las bananeras en la costa atlántica guatemalteca, pero, aun así, tampoco se puede dejar de pensar que quizá habría sido mejor que dijera "indios" en vez de "negros".

Pero este es un detalle que se diluye en la densa frondosidad de la novela, la cual contiene juicios mucho más lúcidos que el referido a ese país de nombre tan feo que es Guatemala, como este, en la página 257, en relación a Suiza, en el que se afirma que "los mitos nacionales (…) son fabricados a propósito para describir el alma de un país, y así se me ocurrió (…) que la leyenda de Guillermo Tell describía con fidelidad el alma suiza: cuando el arquero le dio con la flecha a la manzana (…) seguramente se perdieron la única oportunidad histórica de tener una tragedia nacional. ¿Qué puede esperarse de un país semejante? Una raza de relojeros, en el mejor de los casos".

Mirando el atardecer de Playa Hermosa, no pude sino pensar en los chistes mexicanos sobre los pies chamuscados de Cuauhtémoc y en las burlas guatemaltecas sobre que Tecún Umán no distinguía entre el conquistador y su caballo. También en el héroe nacional de "la Suiza centroamericana", Juan Santamaría, inmortalizado por la leyenda porque dio un paso al frente para incendiar un reducto enemigo en cuya intentona murió; pues aunque los ticos más socarrones afirman que fue la sordera del héroe la que lo hizo escuchar mal la orden y no dar el paso atrás que dieron sus compañeros, los más atrevidos se preguntan quién pudo ser el burlón que lo empujó, ya que su misteriosa identidad revelada vendría a aliviar en mucho la proverbial crisis de identidad que padece la ciudadanía del hermoso país en el que termino de releer a Sábato, mientras el sol se hunde lento y sonrojado en las blancas espumas del mar.


Guanacaste, 7 de febrero del 2008.

 

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