2 de enero del 2008
Por los visto, él había ya comprendido que el mayor temor activo del que somos víctimas es el que le profesamos a nuestras propias reacciones una vez enfrentados a lo que tememos. Me explico. Tememos enterarnos y que se enteren los demás de cómo somos cuando quedamos solos ante el espejo o la habitación vacía, ante el peligro, la responsabilidad o la confrontación. Le tenemos miedo al miedo de enfrentar el miedo.
Pero cuando nos hemos aceptado a nosotros mismos sin juzgarnos y ya somos capaces de no condenar nuestras conductas sólo porque son rechazadas por el común de la gente, entonces nos hemos situado por encima de la culpa y del chantaje moralista. En otras palabras, ya no somos presa del pendular entre el bien y el mal institucionales y socialmente aceptados, y podemos conocer la libertad individual y la responsabilidad plena y gozosa de nuestros actos.
Cuando nuestros defectos ya no nos atormentan y nuestras virtudes no nos obsesionan ni mucho menos buscan la aprobación del prójimo, la paz interior, esa que sobrepasa todo entendimiento, nos abrasa y nos hace esplender sin que nadie además de nosotros tenga por qué enterarse de ello. Cuando ya no le tememos a la imagen que podamos proyectarles a quienes nos sancionan, ni nos angustia cumplir con mandatos para encajar en los moldes de la aceptación social, hemos sido capaces de percibirnos a nosotros mismos sin temor y, por lo tanto, hemos aprendido a ser felices pues nos hemos atrevido a disfrutar de nuestra libertad.
Si nos preguntamos acerca de todo lo que nos impide alcanzar este estado de armonía, nos damos inmediata cuenta de que el sistema educativo, las religiones, la política, las "buenas costumbres" y el mercado es lo que nos enseña, en su conjunto y mediante su acoso, a no estar a gusto con nosotros mismos impeliéndonos a "ser mejores" según estándares inalcanzables, ya que si se alcanzaran, el negocio que produce la culpa y la frustración quebraría irremediablemente. Somos sujetos del temor porque el temor es rentable. La dicha no lo es. Ni la libertad. Tampoco la felicidad ni la paz.
Conocerse a uno mismo resulta por ello subversivo para los poderes constituidos, tanto políticos como económicos, ideológicos y religiosos. A esto se debe que se nos inste a equiparar la libertad individual con el individualismo ególatra y consumista, cuando resulta obvio que aquélla asegura el desarrollo del espíritu y éste su truncamiento. Atrevernos a ser libres implica ser capaces de estar por encima de la condenación y la absolución. Esto pone a temblar a toda suerte de jerarcas, para quienes sólo somos rentables mientras formemos parte de un rebaño y no de una humanidad que base su convivencia en la completa aceptación que cada individuo pueda llegar tener de sí mismo, mediante el ejercicio sincero y neutral de la autoobservación.
Si nos observamos a través de los ojos del poder, nos percibimos como seres incompletos. El temor de llegar a sentir miedo nos paraliza, hasta que constatamos que nuestros temores son infundados y que nuestros fantasmas huyen si los miramos de frente. Si vemos al miedo a los ojos, éste escapa atemorizado. Si nos negamos a verlo, crece como un monstruo de espuma y puede atormentarnos hasta la locura. "Ser feliz significa poder percibirse a sí mismo sin temor" porque la verdad nos hace libres y la libertad nos hace felices.
Mayagüez (Puerto Rico), 28 de diciembre del 2007.