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10 de enero del 2008

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Cultura

La solución antihistórica


Mario Roberto Morales
La Insignia. Puerto Rico, enero del 2008.

 

El último capítulo de El mito del eterno retorno, de Mircea Eliade, lleva el sugestivo título de "El terror a la historia" y, en él, el autor rumano imagina un diálogo entre el hombre antiguo y el moderno en relación a su percepción del tiempo, contraponiendo la concepción circular, repetitiva y arquetípica que las sociedades premodernas tenían de los acontecimientos, y la noción lineal, progresiva y perfectible que abraza la modernidad respecto de la historia.

En este libro, terminado en 1947 y publicado por primera vez en francés en 1951, nuestro teórico de las religiosidades afirma que la humanidad ha llegado a un momento en el que busca con desesperación escapar a su terror a la historia retornando a la negación del tiempo mediante los rituales repetitivos y circulares de los mitos arquetípicos de las sociedades antiguas, las cuales se aferraron a un noción del tiempo que no era histórica, pues no fluía de atrás hacia delante en una marcha de perenne perfectibilidad de la que sólo era responsable el ser humano, sino que volvía a empezar donde finalizaban sus predeterminados ciclos, dándole así a la humanidad una seguridad rotunda en su condición de creación divina y una certeza absoluta en el sentido trascendental de su destino.

Este retorno a la concepción antihistórica del tiempo se debe, según Eliade, a que la historia vista como una necesidad válida en sí misma no permite la justificación de ciertos acontecimientos que la conforman, sobre todo los relativos a crímenes masivos, a tragedias políticas, raciales y económicas. El sentido de necesidad histórica quizá pueda justificar, dice, las tragedias sociales para los imperios en ascenso, pero no las justifica para los pueblos que se encuentran en el camino histórico de esos imperios, cuya necesidad histórica hace necesaria la desaparición de los obstáculos que se hallan en su camino. El pendular entre una concepción y la otra depende, pues, de las necesidades de las elites de poder.

Décadas antes de la publicación de El fin de la historia, del neoliberal Francis Fukuyama, nuestro autor decía que "en un momento en que la historia podría aniquilar a la especie humana en su totalidad (…) no sería extraño que nos fuese dado asistir a una tentativa desesperada para prohibir 'los acontecimientos de la historia' mediante la reintegración de las sociedades humanas en el horizonte (artificial, por ser impuesto) de los arquetipos y de su repetición. En otros términos, no está vedado concebir una época, no muy lejana, en que la humanidad, para asegurarse la supervivencia, se vea obligada a dejar de 'seguir' haciendo la 'historia' en el sentido en que empezó a hacerla a partir de la creación de los primeros imperios, en que se conforme con repetir los hechos arquetípicos prescritos y se esfuerce por olvidar, como insignificante y peligroso, todo hecho espontáneo que amenazara con tener consecuencias 'históricas'. Incluso resultaría interesante comparar la solución antihistórica de las sociedades futuras con los mitos paradisíacos o escatológicos de la edad de oro de los orígenes o del fin del mundo".

Es el caso de la idolatría del mercado, que luego de llevar a la sociedad al borde de su destrucción, busca detener la historia y decretar el fin del futuro mediante nociones como la de la utopía realizada y la del tiempo como repetición ritual, arquetípica, circular y eterna del consumismo. Por eso, proclama el fin del mundo histórico y el eterno retorno al divino paraíso inamovible del mercado.


Mayagüez, 2 de enero del 2008.

 

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