28 de agosto del 2008
La rentrée parece anunciar un relevante quehacer del sindicalismo confederal catalán. De manera simultánea va a estar implicado en dos situaciones de gran envergadura: la financiación autonómica y la movilización mundial por el trabajo decente. Se diría, pues, que ambas situaciones connotan la personalidad glocal del sindicalismo catalán. Tengo mis motivos para intuir que serán protagonistas en lo uno y lo otro. Por mero interés expositivo no tengo remedio que ir por partes.
Primero: Los sindicatos catalanes también han sido actores a la hora de reivindicar el cumplimiento de la financiación autonómica. Ahora, tras el acuerdo entre Zapatero e Iniciativa, apremian los plazos, pues el medidor del tiempo no atiende la demanda de Lucho Gatica cuando dejó cantado aquello de "reloj, no marques las horas".
Los sindicatos no deberían fiarse excesivamente de la responsabilidad de los partidos catalanes ya que la toponomástica política de la mayoría de ellos podría llevar a una situación embarazosa. Y, como quiera que son los sindicatos los más interesados en que se llegue al mejor acuerdo posible de financiación, estimo que deben poner encima de la mesa una inteligente presión -hacia "Madrid" y hacia las organizaciones catalanas- para corregir las hipotéticas derivas de algunos de ellos orientadas a un tempus fugit sin acuerdo. Los sindicatos catalanes no lo tienen fácil, es verdad: también en las casas granconfederales hay poderosas resistencias.
Segundo: Por si faltara poco para el canto de un duro, ahí está, viendo cómo se acerca el tiempo, el proceso de preparación de la jornada mundial por el trabajo decente: el 7 de octubre está a la vuelta de la esquina. Que para nosotros adquiere una responsabilidad especial pues fue José María Fidalgo (según tengo entendido) quien hizo dicho planteamiento en el congreso fundacional de la Central sindical mundial.
Cuando Juan Somavía acuñó, en sus tiempos de primer dignatario de la Organización Internacional del Trabajo, la expresión "trabajo decente", tal vez no fuera consciente de hasta qué punto iba a convertirse en una importante señal, capaz de vincular la acción colectiva global del conjunto asalariado mundial, de sindicalistas, juristas progresistas y de un amplio elenco de científicos sociales. Se trata de un hallazgo de gran pregnancia que relaciona la libertad, la igualdad, la seguridad y la dignidad humana, entendidas todas ellas -a mi juicio-- como inescindibles entre sí. Así pues, la inexistencia de una de tales condiciones impugnaría la definición de Somavía, y la merma de cualquiera de ellas crearía un déficit de decencia en el trabajo. La lógica tiene estas cosas; aunque la política pueda disfrazar las palabras, según ha dejado sentado Vittorio Foa en Las palabras de la política, la lógica, en su autonomía normativa, tiene esos inconvenientes a la hora de llamar la atención. Por otra parte, "trabajo decente" viene a representar un mínimo común divisor de las diversas situaciones -de latitudes, género y condiciones individuales y colectivas- realmente existentes en el mundo entero.
Recordemos las cuatro condiciones de Somavía para que se pueda hablar con fundamento de trabajo decente: la libertad, la igualdad, la seguridad y la dignidad humana. Así las cosas, me parece evidente que jamás en la historia el trabajo en ningún lugar del mundo (principalmente la del trabajo subordinado) ha sido, somavianamente hablando, decente, ni aproximadamente decente. Esta afirmación puede ser aceptada sin aparente inquietud; sin embargo, el panorama que sugiere es uno de los más prometéicos desafíos a los que se abocar el movimiento sindical global. Pero también podría ser que, dada la naturaleza de las cuatro características somavianas del trabajo decente, el sindicalismo acabara construyendo un nuevo mito al que recorrer en situaciones espasmódicas. Lo que llevaría a un callejón sin salida.
Aclaro las cosas: depende cómo se enfoque el asunto, el trabajo decente puede convertirse en un mito o traducirse en un proyecto de fuertes reformas para acercarse gradual e indefinidamente a las cuatro condiciones de Somavía: la libertad, la igualdad, la seguridad y la dignidad humana. Así pues, para decirlo abruptamente: nada de mitos, ¡proyecto! Un proyecto global que sea capaz de proponer un mínimo común divisor por el que se bata el movimiento organizado de los trabajadores y el sindicalismo mundial. En suma, un proyecto incrustado, con formas diversas en función de las más variadas situaciones, en todos los espacios e intersticios donde interviene el sindicalismo confederal y las diversas expresiones sindicales o protosindicales.
La Central Sindical mundial dio en la diana: el trabajo y la aspiración al trabajo son el elemento que atraviesa la condición asalariada en las cuatro latitudes del universo. Es por tanto un planteamiento solidario. Pero, como es harto sabido, la solidaridad con "los otros" -con los "otros" de allende los mares- no quita (más bien añade) que el trabajo decente es, a la vez, una poderosa exigencia en Occidente y, para mayor abundamiento, en nuestro país. En resumidas cuentas, esa movilización del día 7 de octubre es, sobre todo, un movimiento en exigencia de, por decirlo con palabras de Bruno Trentin (que, en estos días, se cumple un año de su fallecimiento) "la humanización del trabajo" en mi ecocentro de trabajo, en mi ciudad, en mi país...
Tercero: En fin, una rentrée de muchas campanillas que pondrá a prueba la fascinación de la actividad del sindicalista, la capacidad de los grupos dirigentes en la búsqueda de aliados, coaligados, amigos, conocidos y saludados. Y es de esperar que ocurra lo que a menudo ha sucedido: que la sociedad civil imponga sus condiciones a la política y a los contenidos concretos de la misma.