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13 de abril del 2008

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Iberoamérica
Reflexiones peruanas

El peligroso Parque Kennedy


Wilfredo Ardito Vega
La Insignia. Perú, abril del 2008.

 

«Muchos amigos míos tendrían miedo de venir por acá -me decía el sábado pasado un joven publicista-. Creen que es peligroso.» Estábamos repartiendo la Ley de Trabajadoras del Hogar a los transeúntes, y el 'peligroso' lugar donde desarrollábamos esta labor cívica era nada menos que el Parque Kennedy de Miraflores.

Alcé la vista, tratando de pensar qué peligro podía emanar de los vendedores de cuadros o mazamorra morada, de los niños que se divertían en los juegos, de los comensales del Haití o del Starbucks y de los ancianos lustrabotas. Francamente, tener miedo de caminar por el Parque Kennedy me parece el colmo de quienes pretenden vivir en el Perú, pero totalmente aislados de sus compatriotas.

Resulta lamentable que la obsesión por la seguridad termine convirtiendo a algunas personas en verdaderos prisioneros. Su existencia transcurre entre búnkers custodiados por tranqueras y/o vigilantes armados: la casa, el trabajo, el centro comercial, la playa o los lugares para divertirse. Para ir de un sitio a otro buscan movilizarse en vehículos rápidos e intimidantes, que impidan cualquier contacto con otras personas. Todo lo que esté más allá de estos guetos voluntarios, donde los intrusos son rechazados y los servidores son sumisos, inspira incertidumbre y temor; hasta el Parque Kennedy.

Sin embargo, no sólo las clases altas se imponen a sí mismas barreras frente a los demás habitantes de la ciudad. El año pasado conocí a un grupo de universitarios españoles que llevaban dos meses alojados con familias de Pueblo Libre y San Miguel... y a todos les habían advertido que no fueran al centro. Una noche los llevé a pasear por el Parque de la Muralla, la Plazuela de Santo Domingo, el Jirón de la Unión, la Plaza San Martín y, por supuesto, no vimos nada peligroso.

Mis amigos extranjeros se sorprenden al saber que muchos limeños tienen miedo de caminar por el Jirón de la Unión, porque no les parece un lugar sórdido, sucio ni peligroso. Hay muchos transeúntes, eso sí, como en cualquier otra calle peatonal del mundo, pero sus rostros, los que un extranjero espera encontrar en el Perú, pueden generar rechazo en personas abrumadas por sus propios prejuicios.

De hecho, los integrantes de la clase media pueden tener aún más barreras que los sectores privilegiados: su situación económica les impide acudir a lugares caros y debido a sus prejuicios étnicos, o incluso al "qué dirán", no pueden frecuentar lugares más populares. Muchas personas, especialmente mujeres, prefieren quedarse recluidas y frustradas en sus casas si no tienen auto para desplazarse: viajar en taxi les atemoriza y la idea de ser vistas en una combi les parece degradante.

También he constatado barreras inversas en otras personas, que se niegan a ir al Olivar o los parques de la bahía de Miraflores, argumentando que "no son lugares para ellos". Y hay profesionales que dan esa razón para no acudir al Centro Cultural de la Católica. Existe, es verdad, el temor a ser discriminados, pero la autoexclusión puede reflejar también problemas de autoestima o inclusive cierto racismo hacia los limeños blancos.

A veces, algunas empresas refuerzan estos muros invisibles al emplear criterios más sociales que económicos para ubicar sus locales, como la Pastelería San Antonio o la heladería Quattro D. En realidad, vencer las barreras mentales puede traer muchos beneficios económicos, como descubrieron Pardo's Chicken, Bembos y Cineplanet al expandirse por la ciudad. Esta última empresa, sin embargo, mantiene sus prejuicios al dedicar sólo comedias y películas de terror a los cines del Cono Norte y el centro de Lima.

En mi caso, tuve la suerte de que desde niño siempre había algún motivo para conocer Lima. Mi padre se empeñaba en que cada misa dominical fuera en una parroquia distinta, desde Chorrillos hasta Barrios Altos.

Con los años, he heredado su empeño de hacer conocer Lima a otros limeños. Siempre me alegra cuando por primera vez disfrutan de la tranquilidad del Olivar o el Parque de la Muralla, de noche o de día, o cuando se sorprenden ante la prosperidad del Megaplaza. A veces logran superar prejuicios curiosos: un anciano de San Isidro se sorprendió de que en Plaza San Miguel no hubiera pandilleros. Desde lo alto del parque María Reiche, una economista de Barrios Altos confundió a los tablistas de Miraflores con los restos de algún supuesto naufragio.

Una vez que se vencen los prejuicios y temores, las posibilidades de disfrutar la ciudad son innumerables.

-Me encantaban las butifarras del Parque Kennedy -me dice con nostalgia un amigo canadiense, que ahora vive en Abancay - ¡Son las mejores de Lima!
-Sí, y también venden el mejor champús -respondo yo. (El champús es un dulce de guanábana, ideal para las noches de invierno).

Definitivamente, quienes viven prisioneros de sus barreras mentales no saben lo que se pierden.

 

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