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19 de abril del 2008

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Cultura

Guatemala

Brevísima dialéctica de la frustración


Mario Roberto Morales
La Insignia. Guatemala, abril del 2008.

 

Uno se frustra cuando no logra estar a la altura de sus expectativas. Y de este hecho la persona frustrada suele darse cuenta con relativa facilidad. De lo que a menudo no se percata es de la naturaleza exacta de sus expectativas, lo cual es una lástima porque ocurre con frecuencia que las expectativas de una persona son construcciones ilusorias que están muy lejos no sólo de las posibilidades naturales de quien las sueña, sino también de ser materialmente posibles en el medio social que lo rodea y determina.

La frustración nos vuelve iracundos porque percibimos que no hemos sido capaces de salirnos con la nuestra, y cuando la ira aprende a acomodarse en nuestro ánimo como un depredador paciente, se convierte en rencor y resentimiento. Esto ocurre tanto entre los individuos como entre las naciones, de modo que hay individuos frustrados, iracundos, resentidos y amargados, del mismo modo que hay países en los que ciudadanías enteras se revuelcan en el fango de la lamentación envenenada.

De esto quizás se desprenda que uno debería tener expectativas acordes con sus posibilidades naturales y con las bondades y carencias del medio social en el que le toca desarrollarse. Pero si las expectativas tienen que ver con el propio esfuerzo por cambiar el medio social, el país y la nación, a fin de crear las condiciones necesarias para que la frustración se circunscriba a la falla individual y no se amplíe al impedimento social, económico y político, entonces la ira y el resentimiento resultantes de la frustración se "politizan", sumiendo a los agentes del cambio en la queja propia de la autoestima devaluada y la victimización denigrante.

Esta fase de frustración e ira la viven todos los países en algún momento de su historia, sobre todo cuando las oligarquías son los únicos grupos que se sienten realizados en medio de su ignorancia y su poder mantenido por la fuerza. Y se sienten así porque han logrado frustrar las luchas colectivas cuya victoria hubiese creado las condiciones de la justicia social o igualdad de oportunidades. Después, los países suelen vivir etapas de realización colectiva, para luego transcurrir los turbios senderos de la decadencia, a fin de ser capaces de volver a nacer y volver a morir. Así lo muestra el flujo de la historia, y quizá si pensáramos nuestras expectativas en este marco determinante, los desenlaces de nuestros esfuerzos se tornarían en elementos de un valioso aprendizaje sobre nuestras posibilidades y no en fuente inagotable de inútil amargura.

Entender esto equivale a alcanzarse a sí mismo, a comprenderse como lo que uno es: un ser social determinado por su entorno y condenado a cambiarlo o a aceptarlo según sus rasgos específicos en un momento histórico dado. Por ello es que Cioran, en su libro de 1954 Silogismos de la amargura, dice que: "Nuestro rencor proviene del hecho de haber quedado por debajo de nuestras posibilidades sin haber podido alcanzarnos a nosotros mismos. Y eso nunca se lo perdonamos a los demás". Es decir, si de hecho conocemos nuestras posibilidades concretas y no somos capaces de estar a su altura, nos amargamos, y la violencia que brota de esa amargura se la inflingimos a los otros, así como los otros nos la inflingen de vuelta con aplicada saña y torvo rencor.

Si como individuos o como país arrastramos nuestra devaluada autoestima por los caminos de este infierno, hemos llegado a la imperiosa necesidad de actuar. A no ser que escojamos cobrarle a los demás el amargado precio de nuestra impotencia.

Guatemala, 15 de abril del 2008.

 

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