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3 de abril del 2008

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Cultura

El religioso y el combatiente


Mario Roberto Morales
La Insignia. Guatemala, abril del 2008.

 

En medio de la intensa acción militar de la lucha que enfrentó a los comunistas chinos con Chan Kai Chek, André Malraux enfrenta, más o menos a la mitad de su novela La condición humana, a un sacerdote y a un combatiente atrapado en la confusión política del momento. La confrontación le sirve al autor para plantear una de las interrogantes que han acosado a quienes, después de una experiencia de violencia, han vivido lo suficiente como para llegar a preguntarse con absoluta honestidad acerca del sentido de la praxis política, de cara a la irredenta condición humana, pautada por el egoísmo y la mezquindad, y acerca de la validez de la salida espiritual o religiosa como dadora de sentido a la existencia.

El pastor le pregunta al combatiente: " ¿Qué fe política acabará con el sufrimiento del mundo?" Y éste le responde: "Prefiero disminuirlo a buscarle explicación".

La divergencia ideológica es patente. El pastor se preocupa por el dolor del mundo como abstracción trascendente, descartando la validez de la lucha política concreta, y el combatiente se ocupa de disminuirlo haciendo la guerra a quienes él percibe como causantes de ese dolor colectivo. Una mente "teórica" contra una mente "práctica". Dos polos que niegan a la contraparte de manera frontal. Sin embargo, el combatiente sigue diciéndole al pastor: "El tono de su voz está lleno de... humanitarismo. No me gusta el humanitarismo que está hecho con la contemplación del sufrimiento". Con lo cual el combatiente define su crítica al trascendentalismo del religioso tachándolo de contemplativo, es decir, de inerte, de inactivo, de indiferente. Y al hacer esto, valida la "práctica absurda" de los hombres, el "compromiso ético en medio del sinsentido" como la única salvación posible.

El pastor se defiende preguntando si cree que puede haber otra clase de humanitarismo, y el combatiente le sale al paso respondiéndole que sí hay otro que al menos no está hecho solamente de la contemplación del sufrimiento, queriendo decir que la base de ese otro humanitarismo no es la preocupación sino la acción. Es entonces cuando el religioso le lanza la devastadora pregunta "¿Qué fe política destruirá la muerte...?" Y cierra la discusión agregando: "¿Cree usted que toda vida realmente religiosa no es una conversión de cada día?"

Esta súbita y conmovedora confidencia hermana de pronto al religioso con el combatiente, porque ahora comparten su propia angustia por la incertidumbre: uno, la angustia por la incertidumbre movediza de la fe, y el otro, la angustia por la incertidumbre fatal del momento de la muerte. En el caso del religioso, es la duda la que debe remontarse cada día reforzando la fe en la vida eterna, y en el del combatiente, es la amargura de la muerte la que debe ser superada a diario, dotando de sentido una y otra vez la práctica política y la acción militar.

La condición humana se publicó por primera vez en París en 1933, pero luego apareció revisada y corregida en 1946, convirtiéndose en una de las novelas emblemáticas del existencialismo de posguerra, que confrontó el sentido trascendente de la vida con el sinsentido de las acciones humanas regidas por las bajas pasiones y los intereses mezquinos. En este contexto, la derrota se torna victoria personal y también la única forma de trascendencia éticamente válida, pues la dimensión transformadora de la praxis abarca y supera la contemplación caritativa: esa máscara burguesa con la que la cobardía cubre su sonrisa hipócrita.

 

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