8 de septiembre del 2007
La economía estadounidense sufre una notoria disfunción eréctil, en el sentido de que su aparato productivo y de reproducción del capital no logra -según la definición de la RAE- "levantarse, enderezarse o ponerse rígido". En efecto, aun en forma leve, ha venido cayéndose, encorvándose y ablandándose paulatinamente desde el año pasado, opinión que comparten ciertos expertos internacionales en la materia que hasta hace poco ridiculizaban a quienes pronosticaban una recesión.
Sin embargo, esos especialistas afirman que no se trata de un problema enraizado en los fundamentos macroeconómicos, institucionales y tecnológicos del imperio, sino estrictamente financiero. Lo que creen poder demostrar mediante una serie de procesos interconectados que están a la vista de todos y que aparentemente permitirían explicar el trasfondo de la turbulencia: la morosidad de los deudores en general y de los de créditos para vivienda en particular, la caída tendencial y la volatilidad de la Bolsa de Wall Street, el desplome de la demanda y de los precios de las casas, la devaluación creciente del dólar, la pérdida de confianza del consumidor y la compresión de la liquidez bancaria. Pero dichos procesos son precisamente la causa de una crisis subyacente que, por lo demás, ni es sólo coyuntural ni está limitada a los EEUU.
Para resolver el problema, la Reserva Federal de EEUU (FED) considera que podrá afrontar exitosamente el problema, como lo hiciera para acabar con la última recesión, que se prolongó de marzo a noviembre de 2001, derivada del estallido de la "burbuja" de Internet y demás innovaciones que se habían explayado desde los años ochenta y que permitieron un crecimiento económico fulgurante. Ese acto de flacidez señaló el fin de la revolución tecnológica sustentada en las ganancias que ofrecían las inversiones en microelectrónica, telecomunicaciones, biotecnología y nuevos materiales. En aquella oportunidad aplicaron políticas monetarias (y fiscales) expansivas y muy agresivas, hasta tal grado que la Reserva Federal redujo la tasa de interés referencial (interbancaria) del 6,5% al 1% en pocos años (tan solo en 2001 la redujo once veces, pasando de 6,5% a 1,75%).
Gracias a la milagrosa pócima macrofinanciera de Viagra, la aparente impotencia de la economía desapareció y creció a tasas muy elevadas hasta el año pasado. Para lo que se sustentó fundamentalmente en el consumo y la inversión, que se concentraron en el muy rentable sector de la construcción y su entorno real y financiero, dado que las utilidades en los sectores de servicios y manufactura se habían venido debilitando. Como consecuencia de los "espíritus animales" exageradamente optimistas de los empresarios, se produjo un proceso impresionante de sobreinversión que dió lugar a la "burbuja hipotecaria" que ha estallado hace poco y que castiga duramente a las capas medias y, sobre todo, a los más pobres, a quienes se les habían extendido créditos subprime o, más precisamente, NINJA (No Income, No Job or Assets); es decir, créditos que se otorgaban irresponsablemente a quienes no tenían ingresos ni trabajo ni activos.
En su desesperación por la debacle financiera actual, el 17 de agosto pasado el Banco Central redujo la tasa de descuento (a la que presta al sistema financiero) en medio punto (de 6,25% a 5,75%), otorgándoseles además un plazo mayor de repago (30 días) que el habitual. Lo que disparó los préstamos diarios de la FED de un promedio de 300 millones de dólares durante los últimos años a 1.600 millones en los últimos días: un salvavidas que se lanzó al sector financiero para que no se ahogara y para evitar el contagio al resto de la economía estadounidense y a la mayoría del planeta. Todavía hace tres semanas el presidente del FED estimaba que el mayor peligro era la inflación, por lo que no se aumentaría el crédito; pero desde finales de la semana pasada -tras la reunión de expertos en Wyoming- volteó abrupta y casi exclusivamente su atención a la recesión potencial. En otras palabras, habrá reducciones adicionales de la tasa de descuento y, por supuesto, también, de la tasa de los fondos federales, decisión que se tomará este 18 de septiembre durante la reunión del Comité de Operaciones de Mercado Abierto (esta última seguramente se reducirá en un cuarto de punto y en seguidillas mes a mes, por más que economistas reputados como Martín Feldstein hayan propuesto reducirla radicalmente en un punto porcentual).
El problema es que la receta no va a funcionar esta vez, porque las inversiones no tienen aparentemente adonde ir en presencia de las reducidas rentabilidades de los sectores reales. Agotado el macro-viagra, "el maletín de trucos macroeconómicos se ha quedado vacío", como bien lo ha dicho Bradford de Long.
Parece que a los EEUU les ha llegado la hora de la verdad. El carnaval que han festejado durante los últimos quinquenios ha terminado y no hay pócima que les permita seguir creciendo. Como en la más común de las deficiencias eréctiles, la falta de testosterona de los empresarios y la calcificación de las arterias de la estructura económica es lo que está en la base de la crisis estadounidense. El auge previo y sin precedentes -desde 1991 a 2001 sin una sola recesión- agotó la revolución tecnológica a que aludíamos. La sobreinversión en estos sectores y los ligados a ellos, atada a una reducción del ahorro doméstico (familiar y gubernamental), provocó que todo el proceso de crecimiento se financiara con ahorro externo masivo, agravado exponencialmente desde el 2002, y que el año pasado llegara a la asombrosa cifra de 811.500 miles de millones (6,2% del PIB).
En ausencia de factores reales que puedan impulsar los "espíritus animales", tendrán que arreglar sus irresponsables déficit fiscal y externo hasta que madure una nueva revolución tecnológica que les permita volver a alzar vuelo. Lo que por supuesto no parecen querer afrontar. Por una parte, porque ya comenzó el "ciclo político de la economía" con la mira puesta en las elecciones presidenciales y congresales del año próximo: el Bush actual recuerda bien que su padre perdió las elecciones de 1992 por la recesión de julio de 1990 a marzo de 1991 y tuvo que dejar el mando a Clinton, quien por ello exclamara la célebre frase It's the economy, stupid. Por otra parte, indirectamente, por las agresivas actitudes que vienen mostrando los grupos de presión de EEUU -congresistas, gremios empresariales y sindicatos- frente al resto del mundo, y que son otra muestra de senectud: creciente tendencia al proteccionismo, ya no sólo a través de cuotas o barreras para-arancelarias; ingenua construcción de muros kilométricos para que nadie entre por la frontera sur; invención de enemigos inexistentes para promover lucrativas guerritas por aquí y allá; incapacidad para poner de rodillas a China para que revalúe el yuan (como lograran con Japón en 1985, gracias al Acuerdo del Plaza); incapacidad para revertir la dependencia energética; etcétera.
Todo ello indica que están recurriendo a las pócimas más exóticas de los curanderos, cuando bien deberíamos saber que, por más que ingieran yohimbina o "mosca española", ese julepe de escarabajos secos que tanta fama afrodisíaca tiene, al final tendrán que afrontar las consecuencias de unas imprudencias que habían logrado extender más allá de lo imaginable y que, si insisten con ellas -aun sin viagra de por medio-, terminarán con un infarto o hard landing aún más devastador.
La secuela de ese sunami en nuestras latitudes es evidente, por más que estemos acolchonados en una montaña de reservas internacionales netas y en "fundamentos macroeconómicos" sólidos.
Lima, 7 de septiembre.