30 de octubre del 2007
Recuerdo a los amigos, conocidos y saludados que hace unas semanas los sindicatos italianos convocaron a los trabajadores a un amplio proceso de asambleas para debatir el preacuerdo que alcanzaron con el gobierno en materia de pensiones; un proceso amplio, pues se realizaron más de cincuenta mil asambleas, dentro y fuera de los centros de trabajo, que conduciría a la realización de un referéndum: votaron en dicha consulta más de cinco millones de trabajadores. El ochenta por ciento de los participantes dió su apoyo al sindicalismo confederal.
Esto ya lo comunicó Metiendo Bulla al día siguiente de la consulta. Pero resulta que en pleno proceso de las votaciones, algunos empezaron a deslegitimar el instrumento de la consulta, apuntando directamente a la deslegitimación del sujeto convocante. Se trata de partidos políticos que, por la gracia del pueblo soberano, tienen una reducidísima representación electoral, aunque hablan en nombre de la classe operaia, a pesar de que no conste que ésta les apoye. Así pues, dado que -de manera un tanto descarada- el conjunto asalariado no se siente confortado por el "cuerpo místico", que encarnan tales partidos obreros, éstos apuntan sus arcabuces contra las organizaciones sindicales. Naturalmente, el "cuerpo místico" legitima el voto contrario, el del no -se supone que es el único considerado "de clase"- frente al ochenta por ciento que, indirectamente, es calificado como borreguil. Algunos egregios exponentes místicos plantean desparpajadamente que dimita el secretario general de la Confederazione Generale Italiana del Lavoro, Gugliemo Epifani. En resumidas cuentas, a pesar del pronunciamiento masivo de los trabajadores ahora se procede a un vulgar revisionismo de los acontecimientos y a un proceso de ataque grupuscular contra las centrales sindicales italianas.
La hilaridad está alcanzando cotas esperpénticas. Hasta tal punto que podría pensarse que don Ramón Maria del Valle-Inclán está alcanzando una notable (aunque retrasada) influencia en esos menguados partidos de la izquierda. Porque esperpento valleinclanesco es afirmar que la contestación de los que han votado en contra es un motivo de gran preocupación para el sindicalismo confederal, pero sin aludir a que la federación metalúrgica (su dirección era contraria al planteamiento de las confederaciones) ha ganado... con más de un cuarenta y cinco por ciento que no le era favorable. Así pues, ¿no tiene nada que preguntarse en la federación metalúrgica, que ha ganado por los pelos? ¿no tienen nada que preguntarse los partidos minúsculos que de manera tan esforzada como militante (y estaban en su derecho) reclamaban un voto negativo que no se ha producido? Cierto, la mejor defensa es el ataque, como dejaron escrito en tiempos antiguos los técnicos del Alcoyano FC: un afamado equipo que, perdiendo por siete a cero, exigía prórroga. Así hacen los dirigentes del Partido Comunista de Italia y de Refondazione Comunista: piden la prórroga y, además, exigen la dimisión del entrenador del equipo contrario.
En el fondo y en la forma nos encontramos ante una grotesca impugnación de las formas democrático-participativas del sindicalismo confederal y de su naturaleza más inequívoca, la independencia y la autonomía. Más todavía, nos encontramos ante la enésima autolegitimación del partido que, no sólo reincide en los viejos harapos de la primacía de lo político, sino que -cuando es abrumadoramente contestado- arremete violentamente contra el sindicalismo y, por extensión, contra esa manada de borregos que le sigue. Me juego lo que sea que estos menguados partidos se pasan por la cruz de los pantalones lo que dijo el Barbudo de Tréveris en su polémica contra los lassalleanos, muy dados a considerar a los sindicatos como unos mandaos.
Estrafalaria la postura del "cuerpo mísitico" y, además, tan falsa como los viejos duros sevillanos. Quienes siempre reclamaron el voto a mano alzada, ahora reivindican -lo ha escrito cierta dama de la izquierda- que "si se usa la palabra referéndum, hay que poner reglas, instrumentos, controles y tiempos". Y tiene razón, pero es el caso de que han existido reglas, se han puesto los debidos instrumentos, se han dado los consabidos controles y los tiempos han sido más que generosos. De te fabula narratur, Rossanda. ¿Dónde está, pues, el problema?
El problema es que históricamente el partido (así, en genérico) siempre consideró al sindicalismo como una hijuela que naturalmente debía estar a su servicio: una concepción que hunde sus raíces en la socialdemocracia tradicional y se extendió a las más variadas familias que se reclamaban del "movimiento obrero". Una concepción, ya se ha dicho, que tradujo a la práctica Lasalle. Cuando el sindicalismo fue elaborando su propia biografía sin interferencias -ya fueran místicas o ascéticas- el partido decidió excomulgar o relativizar, enervar o aguar toda expresión que saliera autónomamente del sindicalismo. Esta es la práctica de los viejos lassalleanos que ahora le ponen su exigua proa al sindicalismo confederal italiano.