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20 de octubre del 2007

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Cultura

El arte supremo de la viveza


Sergio Ramírez
La Insignia. España, octubre del 2007.

 

En América Latina hemos llegado a ser virtuosos en alguna clase de artes que requieren dotes de nacimiento, y también una buena dosis de preparación. Una de esas artes es el de la viveza. El arte del descaro.

Ser vivo significa imponerse sobre los demás a base de matrerías unas veces hilvanadas de manera muy fina, y otras sin importar el grado de ramplonería mostrado. En la viveza todo vale, y por tanto no hay reglas del juego que respetar. En cada situación, las reglas se fabrican de acuerdo con las necesidades que demanda el tomar ventaja a toda costa, a costillas de los otros. Por tanto, no hay escrúpulos. En el arte de la viveza, el triunfo se corona con una disimulada sonrisa, o con la burla abierta o solapada frente al adversario derrotado, si es que podemos hablar de adversarios, y no de víctimas. El vivo sabe de sarcasmos. Todo le vale madre, porque en la viveza todo se vale.

Lo importante es el triunfo espurio. Ser el rey del engaño, dejar atrás, sumidos en el desconcierto y la impotencia a todos los que, confiados en los normales códigos éticos de convivencia humana, esa terca pero olvidada buena fe, no advierten que a sus espaldas, o a lo mejor frente a ellos, el vivo trama despojarlos de algo que es legítimo suyo, o por lo que compiten de manera legítima.

Un vivo, por ejemplo, es el que se presenta en la fila de quienes desde ratos atrás esperan pacientemente para comprar su boleto en la taquilla del cine, se sitúa descaradamente delante, con un "compermiso" apenas audible, y ya con el boleto en mano, se escurre disimuladamente o se ríe por lo bajo de los demás. Este es el caso más inocente.

Pero también están los vivos que se levantan subrepticiamente para ir al baño a la hora en que llega la cuenta a la mesa de amigos en el bar o en el restaurante, o los que te piden préstamos imprevistos, dinero efectivo o alguna prenda, o se las ingenian para hacerte servir de fiador de una deuda suntuaria con la intención deliberada de cargarte con el pago.

Los vivos son también aquellos que plagian trabajos de tesis ajenos para graduarse, o párrafos enteros de un libro que suponen nadie nunca va a leer, y piensa en su argucia, que no habrá, por tanto, oportunidad de comparación posible.

Y ascendiendo en la escala, se hallan los vivos que se hacen expertos en robar elecciones, manipulando votos y anulando actas, o resucitando muertos de sus tumbas para agregarlos a las listas electorales. O los vivos supremos que en su papel de magistrados, reciben coimas por debajo de la mesa para resolver sentencias judiciales.

Muchos más, ustedes agregarán otros muchos. Pero la estrella de los vivos es hoy día el licenciado Roberto Madrazo Pintado, ex gobernador del estado de Tabasco, ex presidente del Partido Revolucionario Institucional (PRI) de México, y candidato a la presidencia de la república en las elecciones del año pasado, que perdió, a pesar de su viveza.

El licenciado Madrazo perdió la carrera presidencial, situado en un lejano tercer lugar, pero si entonces no tuvo la posibilidad de aplicar sus consagradas dotes de viveza, un experto en la materia según su amplio record político en México, sí lo hizo en el recién celebrado Maratón de Berlín. Otra clase de carrera.

A sus 55 años el licenciado Madrazo es maratonista, y en Berlín fue parte de los 40.000 atletas que se inscribieron para correr la distancia de 42 kilómetros, llegando en el puesto 146, con un tiempo admirable de 2 horas, 40 minutos y 57 segundos, en franca competencia con el mítico corredor etíope Haile Gebreselassie, quien entró de primero.

Lo que hizo el licenciado Madrazo, paradigma de los vivos, fue desaparecer prudentemente de entre los pelotones de corredores al llegar al kilómetro 25 de la ruta asignada, y reaparecer, fresco y lozano, 10 kilómetros después, para unirse de nuevo a la carrera en el último tramo.

Una proeza de imaginación, sangre fría y cara dura, cualidades esenciales e imprescindibles de los vivos, necesarias lo mismo para firmar un vale de duración eterna a un cantinero, que para meterle votos falsos a una urna electoral.

El licenciado Madrazo no ganó, pero gracias a su viveza pudo haberlo hecho, y aquí hay que reconocerle alguna dosis de pudor para no haberse alzado con el primer lugar, si es posible el milagro del pudor entre los vivos de marca. O es que se trataba apenas de un intento de prueba, y ya lo veríamos campeón absoluto en el siguiente maratón. Si no es que lo descubren.

Los vivos piensan siempre que nunca serán descubiertos, pero ya ven que no siempre es así. El director del maratón, Martin Wahl, ordenó anular el registro de tiempo del vivo corredor tramposo, y por tanto descalificarlo. Según las averiguaciones, el licenciado Madrazo Pintado tomó un atajo en un punto donde el circuito asignado a los corredores se estrechaba para hacer una especie de ocho, y entonces atravesó tranquilamente unas cuantas calles, silbando, seguramente. Tiempo suficiente aún para tomarse tranquilamente una cerveza, antes de reemprender su camino a la efímera gloria.

Aunque se trate de otro tipo de carrera, ¿no se parece esto a un fraude electoral?

En el cielo de los vivos, ya ven, el licenciado Madrazo, curtido en vivezas, es una estrella refulgente.


Madrid, octubre del 2007.

 

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