25 de noviembre del 2007
La corta vida de Ceferino Namuncurá, el mapuche argentino beatificado la semana pasada, tiene muchos detalles llamativos: su madre fue una chilena blanca capturada por los mapuches. En el colegio salesiano de Buenos Aires donde estuvo internado, Ceferino derrotó en un concurso de canto a su compañero de clase, el después famoso Carlos Gardel. En Roma, tuvo un encuentro personal con el Papa Pío X, que sería también canonizado. Existe inclusive un dato que llamará la atención de mis familiares: tras la muerte de Ceferino, ante la creciente devoción, el gobierno argentino solicitó la repatriación de sus restos, que llegaron desde Italia en el barco denominado Ardito.
Sin embargo, para mí, lo más sorprendente es que ya se encuentre en los altares un mapuche, cuyo pueblo conoció el cristianismo a fines del siglo XIX. ¿Por qué no surgieron figuras similares en países como el Perú, donde los indígenas fueron evangelizados varios siglos antes?
En realidad, el sangriento episodio de Cajamarca nos muestra que a estas tierras llegó una forma de vivir el cristianismo bastante diferente de la que ahora conocemos. La religión del siglo XVI estaba centrada más en el culto y rituales externos que en valores como el respeto a la vida o la dignidad humana. Incluso la segregación racial (que se practicaba en los mismos templos) o la tortura a herejes y judaizantes parecían compatibles con el cristianismo de la época.
A fines del siglo XIX, los indigenistas responsabilizaban directamente a la Iglesia Católica por su complicidad en la explotación de los indígenas. En Aves sin nido, Clorinda Matto de Turner describió los abusos de sacerdotes y obispos, lo cual le costó la excomunión.
Por eso, la llegada de misioneros protestantes, especialmente adventistas, fue percibida de manera muy positiva por influyentes autores como Valcárcel. Teodomiro Gutiérrez, un oficial muy comprometido con los indígenas, incluso se hizo bautizar como metodista. Gutiérrez es más conocido porque en 1915, bajo el nombre de Rumi Maqui, encabezó una gran sublevación de los indígenas puneños contra los hacendados.
Rumi Maqui no podía imaginar el fuerte compromiso con los campesinos que demostraría décadas después la Iglesia Católica del Sur Andino. En realidad, la beatificación de Ceferino coincide con la intensa defensa de los derechos de los indígenas plasmada por los obispos de América Latina en el documento elaborado recientemente en el santuario brasileño de Aparecida.
En la línea de las conferencias de Medellín y Puebla, el texto señala la contradicción de un continente mayoritariamente católico donde prima la violencia estructural, la injusticia y la pobreza. Los obispos siguieron las orientaciones del Papa Benedicto XVI, quien precisó en su discurso inaugural que la opción preferencial por los pobres estaba en el centro del mensaje cristiano y advirtió sobre los peligros de usar la religión para evadirse de los problemas sociales y políticos.
Los obispos piden a los católicos latinoamericanos que se comprometan seriamente con las víctimas de discriminación, ya sean mujeres, ancianos, portadores de VIH, emigrantes, negros o indígenas, pero advierten de que otros colectivos no sólo están discriminados sino que incluso son "desechables".
El documento denuncia diversas situaciones muy familiares a los peruanos: la precariedad de las condiciones laborales, el debilitamiento de los sindicatos, las consecuencias del tráfico de personas y la debilidad de los Estados frente a las transnacionales, lo que se manifiesta en la afectación de los derechos de las poblaciones locales por parte de las industrias extractivas y la agroindustria.
El testimonio de los obispos peruanos fue especialmente importante al abordar la problemática del medio ambiente, señalándose que la Iglesia debe promover un desarrollo alternativo y la organización de la población rural. Frente al cerrado entusiasmo de algunos analistas limeños, se advierte sobre los efectos negativos de los tratados de libre comercio entre países con economías asimétricas, especialmente para los pobres.
Resulta comprensible que los medios de comunicación peruanos hayan preferido ocultar que un documento tan crítico puede encontrarse en librerías católicas y en internet. Tampoco difundieron la primera beatificación de un indígena sudamericano, que fue una ceremonia muy simbólica: no se llevó a cabo en el Vaticano, sino en el pueblito de Patagonia donde Ceferino nació e incluyó rituales a cargo de líderes mapuches.
Para muchos indígenas sudamericanos es motivo de alegría saber que existe, por fin, un santo (técnicamente, solamente beato, por ahora) de rasgos semejantes a ellos. Sin embargo, también vale la pena recordar la frase de Ceferino "Quiero ser útil para mi pueblo", con la que explicó a su padre por qué deseaba hacerse sacerdote.
El documento de Aparecida nos recuerda que para los cristianos procurar ser útiles constituye una obligación ineludible y que subsisten en América Latina muchas situaciones injustas frente a las que sería urgente comprometerse.