29 de noviembre del 2007
Los neoliberales no comprenden el argumento de que su método de análisis es lógico formalista y bipolar. Es decir, que sólo busca hallar lo falso y lo verdadero en el discurso mediante mecanismos de lógica formal; y al establecer la falsedad o veracidad de las afirmaciones verbales, las trasladan a los hechos sociales sin percatarse de que éstos reclaman una lógica dialéctica para ser explicados en su dinámica. Por eso se afanan en vocear que las afirmaciones que contradicen su discurso son erróneas, falsas e incorrectas, mientras las suyas son verdaderas, correctas y científicas.
En consecuencia, no conciben el debate intelectual como una búsqueda conjunta; creen que ya tienen la verdad consigo, como la izquierda dogmática en el pasado. Para ellos, el debate consiste en probar que tienen la verdad de su lado. Esto asfixia el ejercicio intelectual y alienta el dogmatismo, la acriticidad y el seguidismo que se observa en todos ellos, los repetidores, perros de presa de sus mentores, quienes se juntan a monologar en sus programas de radio y televisión y en sus columnas de prensa, enarbolando un discurso desgastado y circular.
El debate de ideas con el neoliberalismo es imposible. También porque está imbuido de un anticomunismo a destiempo (típico de sus ideólogos de guerra fría) y, en el caso de América Latina, contagiado por una amargura anticastrista que los jóvenes de la región no tienen por qué padecer a estas alturas de la finalización de la bipolaridad capitalismo-comunismo. Es una lástima que los jóvenes neoliberales vean socialistas y comunistas por todas partes; eso les impide ampliar su horizonte en cuanto a definir con precisión a sus contrapartes. Esta paranoia anticomunista a destiempo se acentúa ahora con la presencia de Hugo Chávez, Evo Morales, Rafael Correa, Daniel Ortega, López Obrador y otros políticos cuyo pensamiento y acción merece definiciones actuales y no de la guerra fría. Debido a este desfase, el eje argumental de los neoliberales para explicar América Latina sigue siendo bipolar, así: colectivismo (o coacción) contra individualismo (o libertad). O bien: populismo contra (neo)liberalismo.
Las bipolaridades son cómodas porque "explican" con un fácil simplismo formalista, mecánico y antidialéctico, las dinámicas sociales, económicas y culturales. El problema es que esta "explicación" no recoge la complejidad contradictoria de esas dinámicas y por ello se agota en un esquematismo dogmático que no llega a convertirse en pensamiento analítico. El neoliberalismo (que no es liberalismo ni por asomo) me recuerda mi época de marxista-leninista dogmático; y me entristece presenciar esta vuelta de la tortilla en ciertas juventudes inoculadas con el trasnochado anticomunismo, porque constato que no avanzamos sino que damos vueltas como perros que se muerden la cola en la impostergable tarea de replantear, superándolos y adecuándolos a las circunstancias concretas del siglo XXI, los paradigmas del cambio social.
Por su cerrado dogmatismo de ultraderecha, que se convierte en acción pro-oligárquica disfrazada de lucha por la libertad de mercado, la libre competencia y la igualdad de oportunidades, el neoliberalismo se autoexcluye de las convergencias políticas que nuestros países están forjando para caminar hacia un interés nacional en el que todas sus ciudadanías (y no sólo sus elites) se integren a la producción, el empleo, el salario, el lucro y el consumo.
Guatemala, 23 de noviembre del 2007.