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27 de noviembre del 2007

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Alterglobalización

Economía del conocimiento
y factores de la producción


Luis Moliner
FSE. España, noviembre del 2007.

 

El punto de inflexión histórico que podemos entender como relevante desde la perspectiva económica es el final de la II Guerra Mundial. Se comienza a percibir claramente que el resultado de la actividad económica o Producto Interno Bruto (PIB) de algunos países comenzaría a depender menos de los procesos de transformación de la base física de la producción, es decir de objetos (materia y energía transformadas en productos manufacturados), y más de la transformación de la base intelectual de la producción, es decir, de los distintos aspectos relacionados con lo que representaban los objetos conseguidos.

Esta evolución, desde una sociedad industrial con referentes anclados en el siglo XIX, caminaría hacia una nueva sociedad del conocimiento. Y ello tendrá impacto a tres niveles: individual, organizativo y social.

Hoy en día, a la hora de analizar los componentes del PIB de algunas naciones, podemos apreciar cómo se genera en un 80% por actividades productivas basadas en conocimiento y todo lo relacionado con él. Así como ejemplo más relevante, el valor en libros de algunas organizaciones intensivas en conocimiento, es menor al 10% de su valor de mercado.

La economía del conocimiento se constituye, entonces, en una redefinición de los factores de la producción, esto es, de los elementos que agregan valor en una sociedad. Algún sector de opinión entiende, inadecuadamente, que la economía del conocimiento es sólo un tipo de producción basada en conceptos tradicionales como la ciencia y la tecnología, es decir, para su desarrollo, creen, que basta con una intensiva inversión en tecnologías avanzadas y/o la educación superior. Conocimientos en sentido convencional. Pero realmente la economía del conocimiento va más allá de esta visión simplista, es mucho más que esos dos elementos.

Por ello, al analizar sus componentes, además de los elementos "objetivos", "lógicos" o "racionales" del conocimiento, que pueden apreciarse en esa visión superficial del concepto, han de incluirse también en su análisis los elementos "subjetivos", "analógicos" o "emocionales" del mismo, como son la intuición, la sensibilidad y la expresión artística, que generan también potenciales en el desarrollo de la economía del conocimiento.

Taichi Sakaya, el padre de la revolución industrial japonesa, vio con claridad hace 20 años lo que aún hoy pocos alcanzan a ver: que el producto económico de una nación es resultante de todos los elementos de valor que se expresan en una sociedad. Que para fundar el desarrollo sostenible de un territorio, sea ciudad o región se requiere tanto capital racional como emocional. Tanto financiero como de relaciones. Tanto tecnológico como cultural. Hay que dar cabida no sólo a elementos cuantitativos sino cualitativos que influyen en el desarrollo de la economía. Que no es la acumulación de capital -el crecimiento- sino el balance del mismo -el desarrollo integral- lo que brinda identidad, salud, cohesión y viabilidad futura a una sociedad.

Debemos pues abrir horizontes en donde no sólo tenga cabida en la planificación del desarrollo económico aspectos que hasta ahora no se han cuestionado, sino dar cabida a otros factores diferentes, menos medibles en lo inmediato y que conforman otro tipo de desarrollo aún no medido pero efectivo en los resultados de la economía del conocimiento.

España, suspenso en economía del conocimiento

España, en la actualidad, va por detrás de los países competidores en aspectos clave como la inversión en I+D y la calidad de sus universidades, producto de la visión encorsetada del desarrollo económico que se planificó en los últimos 20 años. Se apostó por un tipo de desarrollo económico tradicional basado en las infraestructuras y el ladrillo, en la transformación del producto como materia, sin atender a los efectos "colaterales" de servir de forma integral al desarrollo económico.

La economía del conocimiento ha derribado las fronteras que históricamente dividían al sector manufacturero y al de los servicios. Ya no caben planteamientos tradicionales con estrecheces de miras. Fabricar algo y prestar un servicio son aspectos de la actividad económica cada vez más interdependientes.

Debe replantearse el futuro del desarrollo económico porque la competitividad de las economías pasa inevitablemente por su capacidad de producir bienes y servicios innovadores y creativos con un alto valor añadido. A medida que las nuevas tecnologías impregnan más y más sectores, es más urgente que los trabajadores adquieran conocimientos altamente especializados para adaptarse al nuevo entorno, y esa especialización se basa más en ofertar ese plus de valor al producto que se crea, que en el nivel de productividad.

Hoy en día la efectividad final viene dada por ofertar algo distinto, con un valor añadido mayor que el de tu competidor. Y mientras que en otros entornos esa economía del conocimiento se va asentando como formula para la readaptación de la economía, una vez más, España se atrasa porque no está haciendo una apuesta clara para incorporar esas nuevas tecnologías (TIC) a las actividades tradicionales.

La economía del conocimiento, no debe entenderse sólo como el desarrollo de las empresas de vanguardia, sino como la capacidad de incorporar el conocimiento a todos los sectores del aparato productivo. Por ello, debe observarse como relevante que una de las ventajas más interesantes de desarrollar con una economía del conocimiento es que la creación de nuevos empleos ayuda a amortiguar los efectos de las deslocalizaciones de empresas a otros continentes.

Entre 1995 y 2005, el empleo en la economía del conocimiento creció en Europa un espectacular 24%, frente al 6% en el resto de la economía. Actualmente cuatro de cada diez trabajadores de la UE tienen empleo en áreas de conocimiento (uno de cada tres en España). Según las previsiones, la demanda de trabajadores bien formados en el área de la sociedad del conocimiento, va a crecer tanto que será imposible cubrirla en un futuro cercano. Y ello porque no se ha invertido, cuando han existido fondos para el desarrollo de nuestro país, en la formación en conocimiento, y se ha apostado por otro tipo de desarrollo sin previsión de futuro. El desarrollo económico no es sólo obtener elementos materiales, sino formar a futuras generaciones en conocimientos que sirvan para evolucionar económicamente a estadios de vanguardia.

Según refleja un estudio del Consejo de Lisboa, "eta tendencia creará desequilibrios y obligará a tener mejores políticas de inmigración y mayor movilidad laboral y estudiantil para facilitar la llegada de licenciados con más talento que compensen la caída demográfica". Se necesita un cambio radical en las universidades, en la mentalidad de las empresas y en la cultura general del país para responder a los nuevos retos y poder aprovechar los incentivos que se ofrecen.

Hoy por hoy los sectores que pilotan la economía española y que crean empleo, como la construcción y los servicios, no son grandes promotores de tecnología. El modelo es optar por mantener este tipo de economía débil ante los avatares económicos o crear elementos sólidos basados en el conocimiento como inversión para un futuro cercano.


Modelo de crecimiento

Desde el ingreso en la Unión Monetaria, España adoptó un modelo de crecimiento condicionado por los bajos tipos de interés y la estabilidad de la economía, principio básico del Tratado de la Unión. Dicho modelo ha estado fundamentado en la demanda interna, por un lado de la vivienda y por otro del consumo de las familias a consecuencia del fuerte aumento del empleo del sector construcción.

El modelo ha dado lugar al más largo periodo de desarrollo de la economía española, una década con crecimiento medio cercano al potencial de desarrollo. Sin embargo, este modelo empieza a dar ya señales de fatiga: caída de los precios de la vivienda, fuerte déficit exterior y de competitividad que hace que ya no sea sostenible a medio plazo. El pase a otro modelo de crecimiento es lento, no se consigue por decreto, sino a través de cambios estructurales que a veces son dolorosos a corto plazo.

En la economía moderna el cambio en el modelo de desarrollo discurre transformando conocimiento en innovación.

Las infraestructuras han desempeñado un papel esencial en el desarrollo de los países a consecuencia de la correlación entre capital público y productividad, sin embargo esta relación se ha procedido a revisar, resultando que la elasticidad del producto respecto a las infraestructuras se encuentra en el entorno de 0,02, en tanto que para los activos englobados en las tecnologías de la información y el conocimiento (TIC): software, hardware y telecomunicaciones, dicha elasticidad es casi el doble. Esto obliga a realizar una distinción entre capital riqueza y capital productivo, aconsejando un desplazamiento del gasto desde las infraestructuras al gasto en tecnologías de la información y el conocimiento, especialmente a España, gran beneficiadora de fondos comunitarios para infraestructuras, pues ello impulsará nuestro desarrollo de forma más equilibrada.

Los últimos Presupuestos Generales del Estado correspondientes a esta legislatura son una buena excusa para hacer balance y confirmar dos buenas noticias: el gran aumento de las partidas de I+D+i durante los últimos cuatro años y, quizá más importante, el notable cambio de actitud de las Instituciones. La actual política presupuestaria y los correspondientes programas en vigor confirman que la investigación tiene, ahora sí, una importancia estratégica, máxime, teniendo en cuenta que la delicada situación de partida influye negativamente en nuestra competitividad.

En síntesis, Lisboa propone que la UE invierta un 3% del PIB en I+D y que, de esa cantidad, el 66% corresponda a la iniciativa privada.

Según las últimas estimaciones oficiales (2005), las cifras europeas rondan el 1,8% y 55%, respectivamente. En cambio en España, es apenas el 1,13% y poco más del 48%. Por tanto, el objetivo de converger con Europa puede parecer tan complicado como ambicioso.

El diferencial de crecimiento económico de España frente al conjunto de la Unión Europea durante los últimos años ha estribado esencialmente en la creación de empleo, que se ha visto acompañada de modestos avances en la productividad del trabajo. Tan modestos, que han resultado claramente insuficiente para sostener la competitividad internacional de nuestros productos, lo que ha llevado, entre otras consecuencias, a un profundo y rápido deterioro del saldo de nuestra balanza por cuenta corriente.

Sin embargo, pocas veces se ha dado un consenso tan generalizado en el sentido que la única garantía de sostenibilidad de nuestro desarrollo futuro pasa por el cambio de esta pauta de deterioro de la productividad, dando paso a un incremento sostenido del rendimiento de nuestros trabajadores, hoy sensiblemente inferior al comunitario.

Para lograr este objetivo son necesarias diversas medidas, entre las que destacan el decidido aumento del esfuerzo tecnológico general, y, desde luego, mayor desarrollo y difusión de las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (TIC).

 

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