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11 de noviembre del 2007

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Cultura

Viaje seguro


Margarita García (*)
Publicado en La Insignia por cortesía de Sudaquia. Argentina, noviembre del 2007.

 

La seguridad en los aeropuertos es un chiste viejo que cada vez vuelve con más ímpetu. Los agentes y su cara de rudos: quítese todo por favor; y ese escáner hipersensible a la hebilla del cinturón, al piercing de lengua, al ganchito que sujeta el rodete de la seniora. Y después está esa mesita al fondo sobre la que yacen culpables las armas confiscadas: sets de manicura, mayormente. Y ni se crea, seniorina -me ha dicho cada agente, silueta a contra luz-, que se va a salir con la suya; y allí es cuando saca la mano de mi bolso y levanta airoso la pinza de cejas, la prueba del delito.

Es un chiste, sobre todo cuando después nos enteramos de la cantidad de cosas que pasan ante los ojos de lince de estos agentes sin que lo noten, o hagan como si no; desde cientos de miles de dólares y paquetes de droga y bandas abrevalijas organizadas, hasta ninios como el brasilerito que viajó de una ciudad a otra sin papá, mamá, equipaje, mochila o, por ejemplo, un tiquete; y ninguna cámara lo detectó. Pero lo que viene siendo insólito, o aterrador, no son tanto las cosas que salen a la luz pública, sino las que uno sospecha que jamás saldrán. Un escándalo de robo en un aeropuerto puede ser la punta de un iceberg gigante y criminal; un niño que puede burlar todas las instancias de seguridad -o de mera verificación de existencia- que anteceden el embarque a un avión sin que nadie le diga ni pío, es muchísimo más que negligencia. Yo creo que en los aeropuertos debe haber un error básico, alguna tara estructural que no tiene que ver con que no nos escanean lo suficiente a quienes tenemos cejas pobladas y cargamos con lo propio para emprolijarnos, ni con que sean catorce tipos y no veinte los que te abren la maleta y agitan tus corpiños viejos al aire y tantas otras cosas vergonzosas que una guarda y cierra y se olvida, porque una no aprende nunca.

O sea, que como en casi todos los ejemplos de seguridad ejercida con esmero, dedicación, rigurosidad y correspondiente frunce de ceño, en los aeropuertos arremeten contra el más inofensivo y pasan por alto lo esencial. Y esto me recuerda a una señora que viajó conmigo hace poco desde Colombia, a quien retuvieron seis horas en Bogotá por culpa de un mini atomizador de lgora color platino. Cuando la liberaron, la señora se dirigió al capitán de agentes aeroportuarios: explíqueme cuál es la razón de semejante ineptitud. Y el tipo no dijo nada, le pasó de mala gana una solicitud de indemnización. Y yo pensé que aunque la respuesta más tentadora a esa pregunta fuera la de índole conspirativa -como que esta gente genera distracciones menores para no buscar lo importante, tipo: un cargamento sembrado en el utero de alguna chica pobre-, a veces la verdadera razón de semejante ineptitud es simple y llana ineptitud.


(*) Margarita García (Colombia) es periodista y dirige la bitácora Sudaquia.