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24 de mayo del 2007 |
José Luis López Bulla
Ayer aparecieron dos datos de indudable importancia: 1) el Congreso de la Confederación Europea de Sindicatos ha reconocido que, en los últimos años, ha perdido un 20 por ciento de su afiliación; 2) la Organización Internacional del Trabajo informa que "La presencia femenina en el diálogo social no llega al 15 %; las mujeres presentes en las mesas de diálogo social (foros de debate, negociación y entendimiento entre Gobierno, empresarios y sindicatos) no llegan, en el panorama mundial, al 15% del total de los participantes" [...] y que " la proporción de mujeres más elevada se da en Europa, con un 17%".
Debe destacarse, en primer lugar, el sentido francamente autocrítico de los dirigentes sindicales que -cosa inhabitual en otros escenarios- ni han escondido el dato ni lo han disimulado. En segundo lugar continúa siendo muy preocupante el nivel que se deja conscientemente a las mujeres en los ámbitos sociales para que éstas ejerzan plenamente sus responsabilidades de dirección y representación. De manera que, sin forzar la situación, vale la pena plantear este interrogante: ¿guardan relación ambos datos? Hay estudios suficientes (de sociólogos e investigadores sociales) que demuestran que, en el caso español, los sindicatos apenas si perdieron afiliación cuando se produjeron las grandes reconversiones industriales desde finales de los setenta hasta mediados de los ochenta. Me permito un paréntesis: en la situación actual, el sindicalismo confederal español es de los pocos que no sólo no pierde tejido afiliativo sino que (moderadamente) lo incremente. Cierro el paréntesis. Acerca de la mencionada pérdida de los inscritos en el sindicalismo europeo, sostengo que se debe a una serie de factores que, en buena medida, son consecuencia de la personalidad de los sindicatos de los Estados nacionales y, en consecuencia, de las prácticas sindicales. Desde luego, cada sindicalismo concreto tiene unas maneras más acusadas, pero todas ellas guardan, a mi parecer, un hilo conductor. Pongamos por caso el sindicalismo francés: aunque una de sus características (negativas) sea el fisiológico enfrentamiento entre sus organizaciones sindicales, el resto de las causas es muy similar a la de la mayoría de centrales sindicales europeas que pierden densidad afiliativa. Pienso que, a pesar de los esfuerzos de la literatura oficial (la expresada en los Congresos y otras solemnidades), la práctica real (la que se concreta en los procesos negociales) no acaba de situarse en las grandes transformaciones que, desde hace por lo menos tres decenios, están en marcha de manera tan gigantesca como acelerada: el gran proceso de innovación-reestructuración globalizada. Esa no-situación en lo que realmente está ocurriendo hace que, por lo general, el sindicalismo europeo reproduzca los mismos planteamientos reivindicativos de antaño y las mismas formas de representación de antes de ayer. O lo que es lo mismo: si el sindicalismo es, sobre todo, una agrupación de intereses, si éstos no son suficientemente planteados y conveniente representados, la conclusión parece cantada. Y aproximadamente puede ser ésta: sectores del conjunto asalariado que no ven la utilidad de encuadrarse en la agrupación que exige y representa sus intereses concretos; si, por otra parte, esto es así (ese no ver una adecuada tutela en lo concreto) se desprendería una cierta traslación a no percibir una protección de los intereses generales. ¿Habrá que recordar que las contrapartes empresariales no han venido a este mundo a resolver los problemas de los sindicatos? ¿Se deberá traer a colación que las contrapartes empresariales no tienen interés alguno en allanar el camino al sindicalismo confederal? Yendo por lo derecho: el empresariado orgánico o tolera como un fastidio el hecho sindical o arremete contra él de manera inmisericorde; sólo le sirve lo que en Francia se conoce como el syndicat-maison. Así pues, está en los sindicalistas reconducir la situación. Y es bueno que sea así porque, en caso contrario, la hipoteca sería de armas tomar. Los datos mencionados arriba (la pérdida de afiliación de un 20% al sindicalismo europeo y el bajísimo nivel de participación de la mujer, el 17%) expresan algo muy serio que viene de muy atrás. Algo que deben abordar los sindicalistas de manera audaz. Esquemáticamente se podría transitar por las siguientes veredas: a) los contenidos de la contractualidad, y b) las formas de representación en el centro de trabajo. ¿Se trata de que el sindicalismo se circunscriba sólo al centro de trabajo? Por supuesto que no. Pero... Pero es claro que donde se produce la inmensa mayoría del hecho de la representación (ya sea a través de la negociación colectiva como de los sujetos que la conforman) se da en el centro de trabajo. ¿Se trata de no influir -o de influir menos- en los grandes problemas del Estado de bienestar a favor de poner más énfasis en las cuestiones del centro de trabajo? Tampoco es eso. Se quiere decir lo siguiente: la gran mayoría de afiliados se inscriben al sindicalismo a través del centro de trabajo, que conoce una sostenida mutación en su morfología, en su organización del trabajo. Es en ese microcosmos donde se produce la fuerza estable del sindicalismo confederal. Es más, es desde ese lugar donde se adquiere una cultura de centro de trabajo, capaz de impregnar toda la organización, para abordar los problemas de la innovación-reestructuración. De ahí que, me imagino, el Congreso de la Confederación Europea de Sindicatos, afirmó ayer tajantemente que: "Los sindicatos deben ser capaces de anticiparse y dirigir la transformación industrial para asegurar que los cambios se efectúen de forma responsable". Una exigencia -ésta de ànticiparse´- potente e ineludible. Naturalmente, se trata de una transformación que no puede ser concebida en términos transhistóricos sino actuales. Me permito una matización: que el sindicalismo debe anticiparse, es algo obligado; ahora bien, me parece un tanto exagerado decir que debe dirigir la transformación industrial: ¿en solitario o acompañado? Una cosa es dar ánimos y plantear exigencias o autoexigencias y otra cosa es la hipérbole. Ya hemos dicho que cambia el centro de trabajo, y con él mutan las necesidades materiales del conjunto asalariado en cuestión. Pero ese conjunto asalariado de cada centro de trabajo ya no es un compacto como parecía que lo era antaño. Ya no es un universo sino un pluriverso: una miríada de situaciones, incluso personales, cada vez más amplia. De manera que la vereda por la que tal vez debería transitar el sindicalismo confederal podría ser ésta: la plena ubicación en el actual paradigma en el que debe ejercer su alteridad el sindicalismo de las diversidades. Por eso apuntábamos recientemente que la acción colectiva (durante todo el recorrido de la plataforma reivindicativa) debería ser la expresión de la equidiversidad. La dinámica síntesis entre la equidad y la diversidad. Mejor dicho, la equidad en la diversidad. Así, como hipótesis, se iría caminando hacia el sindicato general que se estructura confederalmente. Ahora bien, no sólo el 17 por ciento de la representación de la mujer trabajadora desdice la característica `general´ del sindicalismo sino que, además, le penaliza. Le castiga porque no le nutre de afiliación femenina. Así pues, parece que nos encontramos con dos déficits simultáneos: 1) el de las negociaciones de la equidiversidad, no sólo para las mujeres sino para todos los colectivos diversos; y 2) el de la representación de las diversidades. No obstante, recuerdo que estamos reflexionando sobre los dos datos antedichos. Sigo, pues, en ese orden de cosas. ¿Estamos seguros de que la forma de representación de la acción colectiva debe continuar tal como sigue siendo? Lo digo porque se mantiene intacta la de hace treinta años en España y en todo el sindicalismo europeo. Dejo de lado la fatigosa cuestión de los comités de empresa porque no quiero hacer enfadar a mi sobrino Antonio Baylos con el que mantuve una fraternal controversia en la Revista de Derecho Social, núm. 22 (reproducida en The Paparanda Tribune); me referiré sólamente a la forma de la sección sindical de empresa o, si se prefiere, al sindicato en la empresa. De momento, dejo las cosas ahí, aunque sigo sospechando que el mantenimiento de esa forma (ojo, estoy hablando sólo de la forma) no sólo no lleva a ningún sitio útil sino que es, sobre todo, un freno para un (teórico) incremento de la afiliación a la casa sindical. Lo es porque la sección sindical sigue manteniendo su tradicional carácter de conglomerado de cuando las cosas nos parecían homogéneas, de cuando hablar de las diversidades se corría el riesgo de que le llamaran corporativo al que mencionaba la `bicha´. Bien, antes de poner punto final, me permito recomendar la lectura de un libro que, a lo mejor, será útil a la cofradía sindical en relación a lo que estamos hablado: Marx Reloaded (Traficantes de sueños, 2007. Madrid), cuyo autor es Moishe Poston, e igualmente se sugiere la lectura del prólogo, a cargo de Alberto Riesco Sanz y Jorge García López: es muy baratito. Punto final. Los datos que ofrece el Congreso de la CES y la misma OIT pueden resolverse a condición de que cada organización sindical no se camufle en el porcentaje global y asuma los propios; y, segundo, que se aplique el viejo refrán de "a Dios rogando y con el mazo dando". Finalmente, pregunto: ¿es el amigo Raimon Obiols el único político de nuestro país que ha escrito sobre el congreso sevillano? Véase en Noucicle. |
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