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11 de mayo del 2007 |
En el frente de Extremadura
Miguel Hernández
En la sierra de Yelves, frente a Santa Amalia, se halla repartido un grupo de unos treinta hombres. Amanece el día 31 de marzo con esperanzas de combate. La tarde anterior se ha visto desfilar por la carretera un gran número de camiones del enemigo procedentes de Mérida.
Los campesinos extremeños que defienden Medellín aguardan el ataque bien resueltos.
-Hoy tenemos tiros. Y Víctor esgrime su arma contra la luz de la mañana que comienza a clarear. Relumbran sus ojos más que ella. Se tiende detrás de una piedra y observa al enemigo ansiosamente. Los demás hacen lo mismo. Ninguno piensa esquivar el golpe que se avecina a pesar de haber reconocido la superioridad numérica de los fascistas. Uno de éstos grita como debajo de la tierra: -¡Apretaos mucha las cintas de las alpargatas, rojos, para correr! Víctor ve venir por La Alameda una gran masa de caballos. Por la parte izquierda de Santa Amalia otra, y detrás un batallón de infantería. La gana de destrozarlos a todos se les nota en la dureza de la boca. -¡Ya están ahí! ¡Fuego con ellos! Los treinta campesinos, como uno solo, descargan sus fusiles. Los doscientos caballos que galopaban a coronar la pequeña sierra de Yelves, retroceden con sus doscientos jinetes. La infantería que le sigue también retrocede. Durante cinco horas, con las municiones contadas, los veintinueve fusiles y el ametrallador, manejados por unos hombres dispuestos a todo, contienen las insistentes arremetidas del enemigo. Víctor es el primero en advertir que la munición se agota. Multiplica su arma yendo de una piedra a otra, disparando desde varios puntos casi al mismo tiempo para que el enemigo crea que son varios los fusiles ametralladores que le acosan. La retirada es obligada, y Víctor es quien cubre las espaldas de sus compañeros. Cerca de cuatro mil cartuchos salen disparados de su mano. Cuando ya no dispone de ninguno, se deja rodar sierra abajo perseguido muy de cerca por los fascistas de a caballo. En la orilla del Guadiana se muerde rabioso los puños mirando la sierra que ha tenido que abandonar. Por mi lado no pasan En uno de los puentes de Medellín sobre el Guadiana hay un grupo de dinamiteros. Entre ellos sobresale uno por su edad y su gesto. Manda una sección de mineros y barreneros lanzabombas. Medellín no se verá en peligro por la parte que a él le corresponde defender. Es un hombre curtido, endurecido a través de su vida de minero y a través de nueve meses de guerra y de muerte. Dos hijos suyos han sido asesinados y una hija de veinte años. A su lado tiene otro hijo, dos veces herido y mil veces decidido a morir vengando los crímenes cometidos con sus hermanos. -Por mi lado no pasan. Aquí los espero. Si no me queda otro remedio, mataré a este hijo que me queda, me mataré yo y nuestros dos cuerpos podrán servir de parapetos a los compañeros (...) |
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