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11 de mayo del 2007 |
El norte (I)
Francisco Buzón Llanes
«Se trata de un informe redactado en noviembre de 1937 por el entonces teniente coronel Francisco Buzón Llanes. Al mismo hace referencia Manuel Azaña en nota de fecha 21 de noviembre de 1937 (Memorias políticas y de guerra) (...) Buzón era, como Hernández Saravia, Julio Parra, Riaño, Vidal o los hermanos Menéndez, del grupo de militares de confianza de Azaña, desde la época en que fue ministro de la Guerra. Republicano sin fisuras y de probada lealtad. Durante el Bienio Negro estuvo destinado como comandante de la Guardia Civil en el gabinete telegráfico del Ministerio de la Gobernación y gracias a esta coincidencia pudo Manuel Azaña salvar su vida en varias ocasiones, por conocer a tiempo los planes de los pistoleros a sueldo de Juan March o del propio gobierno cedista.»
Apenas desembarcado del avión en Santander se recibía una impresión dolorosa al ver la inconsciencia con que dirigentes y dirigidos vivían al margen de la guerra. Cada una de las tres provincias tenía su Gobierno, que odiaba cordialmente a los de las otras dos y que hacía mangas y capirotes de las disposiciones del Gobierno de la República. Entre cada dos provincias existía su frontera, mucho más difícil de atravesar que una internacional y en tales menesteres aduaneros vivían emboscados multitud de hombres jóvenes perfectamente armados que hacían mucha falta en los frentes. Con los hombres dedicados en el norte a extender, controlar, visar y exigir pasaportes, autorizaciones y salvoconductos, incluyendo desde los consejeros respectivos al último ordenanza, se habría formado una lucidísima división, mientras que allí no hicieron más que entorpecer las naturales actividades de la vida cotidiana. Da una idea de cómo se ejercía la fiscalización fronteriza el detalle de que en una ocasión el general jefe del Ejército del Norte, al trasladarse de Asturias a Santander, fue detenido, registrado y despojado de un queso que llevaba. Trataremos de cada provincia aisladamente. Vizcaya En ella se percibía la sensación de no estar en guerra; el dominio político lo ejercían en absoluto los nacionalistas, con apoyo de los demás partidos políticos y sociales que por lo menos el reflejado en la prensa rayaba en la claudicación. El orden era perfecto, la tolerancia mutua en las ideas completa, pero la vida se desarrollaba, especialmente en lo relativo al abastecimiento, con tales deficiencias, que la población civil estaba materialmente pasando hambre y deseando que aquello terminara como fuera. En todos los servicios se notaban las deficiencias de la improvisación y la falta de preparación de los encargados de dirigirlos; aquel arribismo de la juventud excesiva a todos los cargos de responsabilidad fue una de las muchas causas que contribuyeron a la caída de Bilbao [junio de 1937]. El ejército, creado según modalidades propias, tenía más vicios de origen que virtudes, carecía de comisarios políticos indispensables antes como elementos que inspiraran a la tropa la confianza en el mando; sólo existía como unidad orgánica superior el batallón y éste adolecía del defecto de una duplicidad de mandos de igual categoría, uno militar y otro administrativo, lo que se traducía en que la tropa comía mal y estaba mal atendida. El vestuario y el armamento se daban según la influencia política de la entidad organizadora del batallón y mientras unos vestían con verdadero lujo, otros iban descalzos. La moral no se había puesto a prueba; hasta el mes de marzo, la vida en todos los frentes del norte era de una tranquilidad natural cuando llegan a estabilizarse, que sólo la perturba algún tiroteo sin consecuencias; las fortificaciones se reducían a las típicas trincheras sin una obra de carácter semipermanente siquiera. Envanecidos por la ofensiva hacia Vitoria, que se llevó a efecto sin enemigo y en cuanto éste reunión unas unidades la paró en seco, la indispensable rigidez disciplinaria se había relajado (suponiendo que alguna vez existiera); los mandos que no vivían en contacto con su tropa se pasaban los días y sobre todo las noches en Bilbao de francachela; en resumen se vivía como si la guerra allí estuviera ganada y sólo se esperase a que en el centro ocurriera lo mismo, y con esta idea suicida se había perdido casi un año en el que se puedo hacer muchísimo en organización y en instrucción. Se inicia la ofensiva [franquista] en marzo y fue tal la impresión causada que en el frente de Vitoria, en la posición llamada de Los Embalses, próxima a Villarreal, se indicaba por la oficialidad, con unanimidad absoluta, la conveniencia de retirarse al cinturón de Bilbao, distante 70 km. Y en el Estado Mayor dominó el pesimismo de tal modo que sólo un relevo colectivo habría podido atenuar aquel ambiente derrotista, hasta el punto de que en los primeros días de abril salían aviones correo para Francia cargados de familiares tanto de los consejeros como de los jefes del Estado Mayor. En esta situación se intenta la organización de las fuerzas en divisiones y brigadas; se proponen dieciséis profesionales para el mando de estas últimas y de ellos sólo tres [fueron] aceptados por los partidos políticos, mientras el enemigo avanzaba unos cuantos kilómetros diarios. Viene después el nombramiento del presidente para general en jefe, dejando al que ejercía este cargo en situación más desairada de la que ya tenía, y desde aquel momento el pueblo bautiza al señor Aguirre [presidente del Gobierno vasco] con el apodo de "Napoleonchu". A partir de esto las cosas se precipitan; no vamos a narrar episodios ya de sobra conocidos, el bombardeo de toda la provincia, la superioridad artillera del enemigo, que llegó a emplear piezas del calibre 28, el mito del cinturón de Bilbao, que puede decirse que empezó en plena ofensiva y las pocas obras de cemento que tenían eran defectuosas; todo ello son episodios divulgados. Cuando la ofensiva adquirió caracteres graves y se creo el problema de la aviación (quizá si entonces se envían setenta cazas el norte no se habría perdido), la política se agudizó y empezaron a trascender a la vía pública asuntos de cuya autenticidad no puede responderse; uno de ellos fue la proposición del Partido Comunista de que se les entregara la Consejería de Guerra, y garantizaban que antes de cuarenta y ocho horas llegaría la aviación esperada. Otro rumor fue el de que Bilbao no caería porque antes lo convertirían en protectorado inglés, y se hablaba de conversaciones sostenidas en enero de 1936 ante el temor de que las elecciones trajeran un triunfo comunista; estas afirmaciones fueron algo más que un rumor, pues incluso personas que ejercían cargos oficiales las propagaron; y por último salieron los partidarios de la rendición, que tomaron como bandera el nombre del señor Jaúregui. Al fin Bilbao cayó entre la decepción de no pocos batallones nacionalistas que incluso hicieron fuego contra las fuerzas asturianas que se retiraban de Archanda porque intentaban producir un incendio en Deusto, y defendieron a tiros los depósitos de material de guerra para evitar su voladura y fueron íntegros a poder de los rebeldes; hasta última hora se sustentó el criterio de preferir la pérdida del material a entregarlo a santanderinos o asturianos. Las causas de la caída podríamos basarlas por orden de influencia en las siguientes: falta de aviación, carencia de un mando militar que limpiara el Estado Mayor, hambre de la población civil y desavenencias políticas (...) Santander Fue ésta la provincia que menos sufrió las consecuencias de la guerra en sus comienzos; cubiertos los flancos por Vizcaya y Asturias, sólo tenía el frente sur que, apoyado en la cordillera, era invulnerable durante los meses de invierno y de difícil acceso en los demás. La vida en Santander era de una frivolidad absoluta; hasta en el Estado Mayor se veía una profusión de señoritas en continuo flirteo con los oficiales, que restaban seriedad; en las carreteras se encontraban con excesiva frecuencia coches cargados de mujeres, la población civil estaba un poco mejor abastecida que en Bilbao, espectáculos de todas clases funcionaban intensamente y nadie sentía la guerra ni se preparaba para ella. Esta provincia batió el récord en el afán de crear consejeros, pues para los efectos del Orden Público llegó a tener dos, uno de Interior y otro de Exterior. Este ambiente confiado se respiraba igualmente en el ejército; aquellas famosas operaciones rumbo a Burgos que el enemigo toleraba porque no le convenía distraer allí efectivos, forjaron una confianza en sí mismos completamente irrisoria, creyendo que aquel juego era la guerra, y cuando ésta hizo su aparición con todo su cortejo de horrores, los frentes se derrumbaron como un castillo de naipes. La famosa Junta de Defensa debió crearse antes y formarla el general con un representante de cada partido, aprovechando la oportunidad para acabar con los consejeros. Militarmente se cometieron errores de bulto, como el de no haber replegado sobre Santander y Torrelavega las cuatro divisiones que se salvaron de Euzkadi, entre las que había batallones sociales muy buenos, y que, al cortarles al enemigo la comunicación con Asturias, unos cayeron prisioneros y otros, previa sublevación, se entregaron; y otros, los menos, marcharon a Francia en barcos con no pocos jefes y oficiales que, al salir del puerto, en lugar de poner rumbo a Asturias como se había ordenado, se fueron a Burdeos y Bayona y de allí a Valencia, donde, en lugar de recibirlos como desertores y asumariarlos, se los colocó en cómodos destinos, como si hubieran realizado una acción meritoria. Entre ellos puede citarse a los capitanes de la Sección de Operaciones del Estado Mayor Francisco Llano y Eduardo Díaz de Junguito; el primero está a las órdenes del general Llano de la Encomienda; el segundo desempeña hoy una misión del ministro de Defensa en Francia, y justo es consignar que desde Asturias el coronel Prada interesó la detención y procesamiento de todos los fugados. La retirada en los últimos días adquirió proporciones de catástrofe; las fuerzas ceden el terreno sin lucha; por las carreteras huyen miles de hombres abandonando toda clase de material; en el puerto de Unquera, que da acceso a Asturias, se forma un tapón humano de militares, civiles, mujeres y niños; los primeros se abren paso violentamente; a los últimos se les cierra de orden del Consejo de Asturias, y cuando se les dice que van a caer bajo el fuego de la artillería y que están hambrientos, contesta Belarmino Tomás: "que pasten en los prados". En resumen, se perdió Santander con su ejército, las cuatro divisiones del vasco y veintidós batallones de asturianos; es decir, la tercera parte del total de esa provincia. Las causas ya han sido apuntadas. La insensatez y también la falta de hombres providenciales que surgen de las crisis decisivas y se imponen por su prestigio o por su talento. Valencia, 21 de noviembre de 1937. (*) De Memorias del secretario de Azaña. Ed. Planeta (España), 1999. |
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