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La insignia
30 de mayo del 2007


Tamales con cubiertos de plata


Mario Roberto Morales
La Insignia. Guatemala, mayo del 2007.


La ladinidad tiene sus orígenes en la difícil sociedad colonial, en la que la división tajante entre indios y españoles de pronto se vio resquebrajada por la emergencia de estos intrusos, los primeros indios ladinos, gente nacida de la unión sexual de españoles e indias; gente que no quiso trabajar la tierra debido a que esa condición laboral era vista como poco menos que denigrante. Y como tampoco podía aspirar a ocupar los espacios españoles de poder, tuvo la inmensa sabiduría de inventarse espacios intermedios de sobrevivencia que, poco a poco, habrían de consolidarla como una etnia imprescindible para definir al país.

Así las cosas, y habiendo copado los espacios intermedios de la sociedad (artesanos, tinterillos, ayudantes, trabajadores de servicios), los ladinos -como los burgueses europeos- poco a poco se hicieron con el poder económico suficiente como para poder situarse por encima de los campesinos (indios) y hablar de tú a tú con los criollos (aunque a éstos no acabara de gustarles la arrogancia de estos "indios igualados"), para de esa manera protagonizar en mínima parte la independencia criolla y, luego, beneficiarse como emergente clase media de la también criolla revolución liberal.

El poder y la representación de la nación, el Estado, el país, no se las arrogó, pues, el ladino -como suelen decir algunos-, sino que los arrebató de las manos de los otros grupos étnicos con los cuales tuvo que competir y a los cuales acabó venciendo en un proceso histórico que pudo controlar gracias a su habilidad para situarse en el lugar adecuado, en el momento adecuado.

Su necesidad de ubicuidad le confirió a la ladinidad algunos rasgos de mentalidad (como el oportunismo y el arribismo) propios de una sociedad jerarquizada y brutalizada por la política dictatorial que el liberalismo criollo adoptó en nuestro país. Por eso, la ladinidad se dividió según las ideologías al uso, y así entró en el siglo XX y así ha hegemonizado (no dominado) la historia reciente, aunque no como único actor, pues los criollos oligárquicos siguen siendo la etnia dominante y los indígenas explotados y oprimidos siguen jugando un papel central en la economía: las excepciones (indios ricos, explotadores, asesinos, que los ha habido siempre) confirman la regla. La ladinidad, pues, ha protagonizado hegemónicamente lo bueno y lo malo de nuestra historia desde principios del siglo XX.

Culturalmente, la ladinidad siente tan suyas las tortillas como el pan, los frijoles como el salmón, el aguardiente como el vino, los huipiles como las camisas Guess, los pantalones rayados de Santiago Atitlán como los Dockers; y se reserva el derecho de usarlos en las ocasiones que le parezcan convenientes (para dormir, salir, o estar en casa). Asimismo, la ladinidad considera tan suyo el Popol Vuh, el Rabinal Achí y el Chilam Balam, como las Crónicas españolas; el Viernes Santo como el Pascual Abah, el caldo de frutas como la televisión por cable y los videojuegos, que comparte con los indígenas del altiplano junto a la música Tex-Mex que se escucha durante las ceremonias de San Simón en San Andrés Itzapa. La ladinidad es tan mestiza, híbrida y ecuménica como los grupos indígenas culturalistas autodenominados "mayas".

Los ladinos, por ello, defienden su derecho a apropiarse del componente cultural maya de nuestra identidad mestiza. Negarles ese derecho equivaldría a que España nos negara el derecho de apropiarnos del Quijote o a que los ladinos les prohibieran a los indígenas hablar el español. La ladinindad defiende su derecho a apropiarse de la cultura indígena de Guatemala con el mismo fervor con el que defiende su derecho apropiarse de la cultura europea. Los ladinos no se avenguenzan de comer tamales con cubiertos de plata, y aplauden el autonomismo del movimiento indígena, siempre y cuando no use a los ladinos como contrapartida negativa para proponer lo "maya" como alternativa positiva, pues eso no pasa de ser una pedestre muestra de vulgar demagogia victimista.


Pittsburgh, 7 de abril de 1997.



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