Mapa del sitio Portada Redacción Colabora Enlaces Buscador Correo
La insignia
23 de mayo del 2007


Reflexiones peruanas

La música de la boda


Wilfredo Ardito Vega
La Insignia. Perú, mayo del 2007.


-Para la fiesta quiero que pongan las salsas de moda en Lima -me dijo un amigo que había regresado tras vivir varios años en Holanda y estaba organizando su boda.
-Mas bien tendrás que poner tecnocumbia -le dije.
-¿Estás loco? ¡Esa es música fujimontesinista!

Yo le expliqué que si el régimen autoritario había manipulado dicha música, era precisamente porque a la gente le gustaba.

Descubrí la cumbia peruana mucho antes del gobierno de Fujimori, gracias a unos amigos piuranos y chimbotanos a quienes les gustaba cantar y tocar guitarra, pero la conocí mejor cuando, a partir de 1988, comencé a viajar por la selva. Me llamaba la atención la cantidad de motivos que encontraban los habitantes de Iquitos, Yurimaguas o Puerto Maldonado para celebrar y que las fiestas, aun en las casas, eran muchas veces con un conjunto musical en vivo.

De hecho, las agrupaciones más reconocidas viajaban por las distintas ciudades para los aniversarios de colegios e institutos pedagógicos, las fiestas patronales y eran especialmente esperados para las abrumadoras celebraciones de San Juan, donde inclusive se cerraban varias calles para bailar. Todos se divertían en esas fiestas, hasta los más pobres, para quienes bailar era un momento de liberación, de dejar atrás los problemas cotidianos y obtener fuerzas para volver a enfrentarlos.

Años después, cuando esa música llegó a Lima, y logró vencer los prejuicios de las clases medias y altas, me gustaba mucho que, por algún tiempo, peruanos muy distintos tuviéramos los mismos gustos musicales y se bailara música en castellano y compuesta por peruanos, lo cual era inconcebible diez años antes. Recuerdo un matrimonio en que los novios, una pareja de abogados, decidieron reemplazar el "Danubio azul" por una canción de Agua Marina (años después otros también han roto con la tradición del vals, pero con canciones de Joaquín Sabina o Miguel Bosé).

Ahora bien, debo reconocer que, salvo dos o tres canciones, no lograba distinguir si se trataba de Néctar, Agua Marina o Armonía 10 y también confundía a las diferentes agrupaciones femeninas. En cuanto al tema más famoso de Néctar, confieso que en un principio me llamaron la atención tantas palabras acentuadas erróneamente en la última sílaba:

Aquel arbolitó,
donde estaba escritó,
tu nombre y el mió.

No quiero pensar cómo se habría escandalizado mi exaltada profesora de música, que en primero de media nos enseñaba a elaborar letras de canciones. Sin embargo, al poco tiempo esa melodía, a la vez alegre y melancólica, me gustó más que todas las consideraciones formalistas. Además, era una de las pocas veces que aparecía en una canción uno de esos diminutivos tan presentes en nuestro lenguaje cotidiano.

En aquel entonces, yo desconocía que Néctar había nacido en Argentina entre la diáspora de peruanos que se tuvieron que marchar debido a las políticas económicas y que después de varios años tanto Johnny Orozco como el resto de los músicos habían regresado al Perú cosechando éxitos.

Con su capacidad para manejar los medios de comunicación, el régimen de Fujimori encontró el ritmo oficial para su campaña por la segunda reelección. En estos momentos, me parece inverosímil la imagen del ex-canciller y ex-rehén Francisco Tudela, obligado a bailar tecnocumbia en las manifestaciones públicas; aunque recuerdo también años antes a su predecesor Fernando de Trazegnies haciendo lo mismo en un almuerzo de la Facultad de Derecho, amenizado por una orquesta en vivo, como en las fiestas de la selva, aunque los músicos usaban saco y corbata.

Ahora que los integrantes de Néctar han encontrado abrupta muerte en el país donde comenzaron a hacerse famosos, se hace evidente el contraste entre ellos y lo que vino después: el reggaetón o esos grupos brasileños de bailarines que algunos amigos antes se empeñaban en imitar y ya nadie recuerda. He visto en internet algunos videos de Néctar y en comparación con el reggaetón, me parecen tan inocentes como los dibujos animados de mi infancia, mientras que sus letras parecen una poesía de Bécquer.

Es verdad que el período en que oí más cumbia peruana fue un tiempo de autoritarismo, temor y prepotencia, pero debo reconocer que en esos años hubo numerosos momentos felices. En fiestas, matrimonios (los holandeses que llegaron a la boda de mi amigo se veían especialmente dichosos bailando), cumpleaños, la música de Néctar estuvo cerca de mí y de las personas que yo más quería.

Por eso, supongo, los he recordado tanto en estos días; y sin duda, así van los recuerdos de tantos peruanos, que bailaron, se enamoraron, festejaron y rieron al son de ellos. Por algunos días más y cuando regresen al Perú, quizás nos tocará llorar cuando oigamos su música. Pero después, nuevamente, nos ayudarán a recordar buenos momentos y nos acompañaran en los que la vida nos depare.



Portada | Iberoamérica | Internacional | Derechos Humanos | Cultura | Ecología | Economía | Sociedad Ciencia y tecnología | Diálogos | Especiales | Álbum | Cartas | Directorio | Redacción | Proyecto