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La insignia
23 de mayo del 2007


Gracias, Uwe


Jesús Gómez Gutiérrez
La Insignia. España, mayo del 2007.


Lecturas interesantes en una semana de periódicos. Peter Stein, fundador o más bien refundador de la Schaubühne berlinesa: «El arte es lo único que justifica la existencia humana». Uwe Bergmann, físico, a quien se le ocurrió analizar la tinta del Palimpsesto de Arquímedes con un sincrotrón. Y en el capítulo del corazón, Johnny Deep, el magnífico Johnny Deep, que se sintió incómodo por la diferencia de edad al besar a Keira Knightley. Lo comprendo; a mí tampoco me gustan crudas. Todavía.

Lo de Deep, es decir, Jack Sparrow en Piratas del Caribe, me recuerda que la prensa no existe para lo importante, sino para rellenar los huecos que deja lo importante e incluso para cubrir o redefinir lo importante. Que tampoco está mal. Que puede estar muy bien si se trata de besos. Pero la afirmación no es tan retorcida como parece: me lo recuerda por contraposición entre la nada periodística (cargante, mal escrita, mal pensada) de un muestreo personal en una semana de mayo y el placer de una historia entretenida, con calidad ajustada al objetivo y sin pretensiones.

En cuanto al arte, Stein tiene razón. A pesar de ese verbo difícil, «justificar», que cabe en pocas cosas y menos aún en la medida de todas, el hombre (*). Es lo único que nos da sentido. Y la ciencia. Incluso se dice que inventamos el arte para matar el tiempo mientras el tiempo nos mata, en espera de que la ciencia nos convierta en dioses: Lo dudo. Seremos dioses o no seremos nada, cierto, pero quién querría ser dios sin teatro, poesía y hasta novela, género manifiestamente sobrevalorado. Yo no. Podría divertirme durante mil, diez mil, veinte mil años de viajes por el universo, creando vida, destruyendo alguna, montándomelo con extraterrestres de formas inconcebibles (soy español; ya como pulpo, ranas, gulas, estómago, pezuñas, criadillas, sesos, bichos de cabeza triangular, pétrea, y cuerpos como cubiertos por tela metálica que llamamos percebes). Podría sin más condición que una buena nave, bien armada, y un suministro aceptable de vino, tabaco y café. Pero tendría que ir al cuarto de baño en algún momento y allí no vale la música ni la arquitectura ni el cine. En los cuartos de baño se confirma la superioridad de la literatura sobre todas las artes, exceptuados los videojuegos y el bidé.

He hablado de Stein, a quien por cierto admiro, y he recorrido el beso de Deep, a quien por cierto admiro, entrando por la boca de Keira y terminando por abajo, por la literatura. Me falta lo esencial, que es Uwe Bergmann.

El asesinato del talento es uno de los peores delitos que se pueden cometer. A eso se dedica la mitad de nuestra especie, a destruir el talento por motivos de lo más triviales, desde el miedo a la envidia. Pero la otra mitad lo encuentra necesario o aprovechable y procura que de vez en cuando triunfen la razón, la belleza, el estilo, tal vez la verdad. En general -siempre hay excepciones- la humanidad avanza por los segundos y se jode por los primeros. Y a veces, cada vez más aunque no tanto, la mano izquierda descubre lo que hace la mano derecha y a un físico se le ocurre analizar un manuscrito del siglo X con un acelerador de partículas. Eso no es sólo talento; también es la esperanza.


(*) Weil der Mensch zählt (Alf Poier, 2003). Me encanta la rubia.



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