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28 de marzo del 2006 |
Luis Peraza Parga
"Los que viven en casas de cristal, no deben tirar piedras." Me ha sorprendido esta frase, pronunciada en inglés por un diplomático iraní en respuesta a las acusaciones de un homólogo canadiense durante una sesión del Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas. Éste último había denunciado violaciones a la libertad de expresión, de reunión pacífica y de persecución de minorías religiosas en Irán. Pero donde las dan, las toman. El funcionario iraní se expresó sin restricciones diplomáticas y acusó a Canadá de violaciones "masivas y sistemáticas" de los derechos humanos de sus indígenas, en especial mujeres, y de los actos de tortura de sospechosos de actividades terroristas.
Los derechos humanos son un asunto esencial en la llamada agenda política mundial. Diez de cada nueve discursos pronunciados por personalidades y personajillos del mundo de la política se enredan en la bandera de su protección y difusión. Incluso el mismo Bush lo utiliza para justificar la agresión contra Irak con el objetivo, según él, de llevar la antorcha de la democracia, cual Estatua de la Libertad, hasta los más oscuros rincones del planeta. Pero entre el informe del estado de los derechos humanos en el mundo emitido por los EEUU y el emitido por China, media un abismo de violaciones maquilladas según los intereses nacionales y datos que no aguantarían una auditoria internacional imparcial. Todos vivimos en casas de cristal. Nadie está libre de pecado. Sin embargo, existen países que por su ejemplar comportamiento, no exento de fallos, tienen altura moral para denunciar comportamientos violatorios en otros Estados. Canadá es, sin duda, uno de ellos. Es la nación que más asilados y refugiados políticos ha acogido, con una generosidad no vista en otras latitudes. Ese dato, por sí mismo, concede a Canadá el lujo de poder erigirse en portavoz de una comunidad internacional que se nutre no sólo de análisis diplomáticos sino de las informaciones aportadas por fortísimas organizaciones no gubernamentales, del tipo de Amnistía Internacional. Irán, mientras tanto, es un país sin separación entre religión y Estado, intolerante con otras religiones, con un presidente que niega el holocausto judío, que anhela ver destruido un Estado como Israel (verdugo a su vez de los derechos humanos de los palestinos, como ha confirmado el último informe del relator especial de la ONU para la zona), y que se empeña en continuar con su programa nuclear contra la opinión de la comunidad internacional. Todos vivimos en casas de cristal. Lo esencial es que el vidrio esté limpio y deje pasar la luz, para que todos veamos lo que pasa en el interior. |
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