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La insignia
6 de marzo del 2007


Principios para la convivencia política


Santiago Rodríguez Guerrero-Strachan
La Insignia. España, marzo del 2007.


La reflexión sobre el gobierno de los asuntos públicos ocupa bastante lugar en el espacio público. No podía ser de otro modo; al fin y al cabo, es lo que nos incumbe como ciudadanos. Sin embargo, y aunque algunos no se den cuenta, otros no quieran darse y una tercera parte trabaje denodadamente por cargarse el concepto y la realidad del ciudadano, o quizás por esas razones, no viene mal un repaso.

Vivimos en un momento en que al ciudadano se le ataca desde distintos frentes. Por un lado, los nacionalistas -más en general, los comunitaristas-, lo subsumen dentro de la nación, le despojan de sus derechos para traspasárselo a la nación, como si fueran lo mismo los supuestos derechos nacionales que los efectivos de los individuos. Por otro lado, los liberales propugnan un Estado en el que sólo los acuerdos libremente tomados por cada individuo tengan valor, acuerdos que, por cierto, están ligados al nivel adquisitivo de cada uno. En un principio puede parecer que nacionalistas y liberales son movimientos antagónicos, y sn embargo, comparten muchos rasgos, más de los que les gustaría o de los que aceptarían en público. Lo más notable es el paulatino desmontaje que están llevando a cabo de las democracias y de los Estados surgidos de las revoluciones. Los liberales propugnan una disolución de los espacios jurídicos compartidos. En nombre de la libertad acaban con la política y con la propia libertad asegurada por la ley. Los nacionalistas acaban con la libertad individual, con los ideales emancipadores y con la igualdad en nombre de la nación, la historia y la tradición porque para ellos solo la nación es fuente legítima de soberanía.

El nacionalismo es esencialmente reaccionario, por mucho que intente camuflar su verdadero pelaje (no hay más que fijarse dónde se situó en un principio el nacionalismo vasco al inicio de la Guerra Civil española, y las razones de su tardío cambio). Pretende sustituir al ciudadano por la nación, con el propósito disimulado de favorecer posiciones e intereses de clase. En el fondo, a veces en la superficie, el nacionalismo es expansionista e imperialista. Lucha para recuperar la frontera máxima del momento de máximo esplendor, oultando que la nación no es un ente que exista desde la noche de los tiempos. La nación la han inventado los nacionalistas porque, por más que lo nieguen, ellos no son portavoces de aquella sino de una ideología (reaccionaria) y necesitan a la nación para llevar a cabo su proyecto político, lo que les obliga a inventarse una historia, unas tradiciones, una lengua, en suma una comunidad homogénea donde la disidencia no esté permitida, porque nadie puede estar en contra de un proyecto que busca el esplendor nacional. Los que se oponen se odian a sí mismos y odian a sus compatriotas (no sé si se habrán percatado de que este es el argumento que utilizan tanto los nacionalistas de por aquí como los israelíes que buscan justificar las atrocidades del Estado de Israel a toda costa).

Los Estados no son asociaciones voluntarias y por ello la democracia y los derechos importan. Se dan dentro de un espacio jurídico, dentro de una comunidad política para asegurar los derechos de todos los ciudadanos. Los chantajes a los que suelen someter periódicamente los nacionalistas al Estado amenazando con marcharse si las decisiones no les gustan no son admisibles en democracia, no son expresión de libertad sino, lo repito, chantajes abiertos al más puro estilo mafioso, alejados de lo político. Para el republicanismo, la comunidad política es un conjunto de ciudadanos comprometidos en la defensa de los derechos y las libertades. En política todos deciden todo, independientemente de su nivel adquisitivo, su lugar en la sociedad o su origen. En una verdadera política emancipatoria, que busque la libertad, la igualdad y la realización de las personas, no caben terrenos vedados ni adscripciones prepolíticas, como tampoco son admisibles la ponderación del voto según el nivel económico o la lengua que se hable. En política todos deciden todo.

El republicanismo, en contra del liberalismo, argumenta que la ley no es un límite a la libertad sino su máxima garantía. El intervencionismo está justificado si la libertad del otro está en peligro. Además defiende la argumentación pública porque frena el triunfo de los intereses privados (tan libres ellos en las sociedades nacionalistas: coto privado de las familias de toda la vida, y de las liberales: predio de intereses económicos.) La democracia deliberativa proporciona un vínculo, que no es perfecto pero es razonablemente bueno, entre las decisiones y la justicia. Ahora bien, la deliberación necesita de la predisposición de atender los intereses de todos.

Para el republicanismo, el ciudadano es un sujeto político autónomo, dotado de derechos y obligaciones y con igual capacidad de influencia política, a través del voto. La nación es un ámbito de decisión unitario en donde opera un principio de igualdad política, y un ámbito de justicia unitario, que asegura derechos y obligaciones.

Nadie queda fuera del dominio de la ley y de la justicia. Los ideales de máxima democracia, virtud cívica, igualdad, autogobierno (en el sentido de poder de decisión política) y ausencia de dominación resultan incompatibles con la existencia de ámbitos protegidos, sea en nombre de la libertad económica, sea en nombre de la identidad y de la preservación de los ideales nacionales. Los ámbitos protegidos de la ley están excluidos desde el principio. Han de asegurarse públicamente las condiciones de bienestar público sin que entren en juego ni la caridad ni la condescendencia como consecuencia del acatamiento de las normas del grupo cultural.

La única nación defendible normativamente, desde una sensibilidad emancipatoria, es la de los ciudadanos libres e iguales que arranca de las revoluciones democráticas. Esa nación permite realizar un ideal de justicia, aunque sea limitado territorialmente.

Los ideales emancipatorios surgieron como una reacción a los comunitarios y los liberales. Frente a la concepción privada que tanto nacionalistas como liberales tienen de la política, del ciudadano y del Estado, el republicanismo propone una concepción pública donde la libertad, la igualdad y la justicia organicen las relaciones sociales y políticas de las personas que viven en un mismo territorio. Esto supone que tanto los contratos como los sentimientos nacionales quedan relegados al ámbito privado, al igual que otros sentimientos, como el religioso, por citar solo uno. Si una persona se emociona viendo el mar de su infancia (la suya propia y la de otros) eso ha de quedar dentro del terreno personal y nunca puede proponerse como norma de comportamiento o de enjuiciamiento o de valoración en lo público.

Una vez redactadas estas breves notas, quedaría por responder, ¿hasta qué punto, las proclamas republicanistas del presidente del gobierno son sinceras? ¿O no pasan de ser simple estrategia populista y publicitaria? Por un lado, su política económica no desmiente los fundamentos del liberalismo económico más beligerante; por el otro, un gran número de decisiones políticas son concesiones a los nacionalistas. Por no hablar de los estatutos de autonomía cuya reforma va favoreciendo a espaldas de los ciudadanos. Estos han demostrado ya varias veces que no es algo que les preocupe ni les interese, absteniéndose de ir a votar. Pero nada mejor que crear un debate artificial y que carece de todo sustento social para despistar la atención de lo verdaderamente importante.

Todo lo dicho son ideas ya sabidas. No he pretendido la más mínima originalidad. Veía necesario repetir las razones en las que debe basarse la convivencia política para que no dejemos de tenerlas en cuenta porque hay cosas que no se dan para siempre. La lectura de "Contra Cromagnon. Nacionalismo, ciudadanía, democracia" de Félix Ovejero Lucas ha sido un estupendo acicate intelectual sin el que este artículo enseñaría de manera aún más clara sus deficiencias y costuras. El lector interesado en el tema hará bien en leer, con mucha atención, el ensayo.



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