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La insignia
27 de junio del 2007


Perú

La camisa de fuerza


Jürgen Schuldt
La Insignia. Perú, junio del 2007.


En sus Cuentos chinos, último bestseller de Andrés Oppenheimer, leemos que en Latinoamérica "la falta de consenso está impidiendo adoptar políticas de Estado que alienten la inversión productiva a largo plazo. Sin embargo, la experiencia europea demuestra que los consensos internos se pueden lograr, en condiciones favorables, desde fuera". Así, el ingreso de España y Portugal en la Unión Europea "les sirvió de vacuna contra el populismo y los extremismos políticos". De manera que ese proceso les habría servido como un "pacto de previsibilidad" que los obligó a adoptar "políticas económicas responsables y reglas democráticas inflexibles". Con lo que, termina pontificando el autor, "los países latinoamericanos necesitamos lo que funcionó tan bien en Europa: una camisa de fuerza".

La afirmación me recuerda una 'receta' parecida de uno de nuestros más lúcidos ex presidentes del Banco Central, quien -poco después de firmar un "acuerdo contingente" con el FMI- decía algo así como: "En realidad no necesitamos el dinero que nos aseguraría esta Carta de Intención, pero la hemos firmado para asegurar la disciplina económica interna", por supuesto que muy ortodoxa. Como esa mágica poción no llegó a funcionar para encaminarnos por la ruta de un crecimiento sostenido, hoy en día el brebaje que nos ofrecen los buenos economistas consistiría en lograr lo mismo y mucho más por medio de Tratados de Libre Comercio. Incluso Robert B. Zoellick, el próximo presidente del Banco Mundial, quien lideró el equipo negociador de ese país durante las primeras rondas del TLC, reconoció que "los tratados comerciales pueden ser más útiles que el FMI para conseguir que los países en desarrollo hagan reformas". Por lo que no es necesario revisar con mucha minuciosidad el articulado del TLC para llegar a la conclusión de que se trata casi literalmente de una nueva e informal constitución económica para el país, inspirada en los intereses de Washington que sorprendente y respetuosamente coincide con y refuerza los principios más perversos de nuestra Constitución política de 1993 y del actual modelo primario-exportador de acumulación.

Lo que va a contracorriente de la esperanza que muchos teníamos respecto a la posibilidad de un desarrollo socialmente incluyente a partir del uso de los excepcionales excedentes de explotación que se han logrado durante los últimos años. Ingenuamente creíamos que el esquema exportador de recursos naturales no renovables, que explica gran parte de la temporal bonanza macroeconómica, permitiría redistribuir paulatinamente determinados montos de sus excedentes al resto de la economía para generar una modalidad de acumulación 'hacia adentro' por medio de una serie de círculos virtuosos. Lo que habría podido lograrse a través del fomento de actividades productivas con rendimientos crecientes a escala, el impulso de ciertas actividades por medio de una 'selección de ganadores', mayores efectos multiplicadores y de trasvase, incrementados valores de retorno, generación y diseminación de tecnologías modernas e intermedias, etc. Todo lo que habría permitido ampliar y descentralizar nuestros escuálidos mercados domésticos, que son bastante más estables y fiables que el mercado mundial. Con lo que se establecerían las bases para integrarnos proactivamente a la nueva división internacional del trabajo en base a ventajas comparativas dinámicas, en vez de las de origen estático que continuarán profundizando nuestro subdesarrollo.

Pero la normativa del TLC va precisamente en la dirección contraria de lo deseable y nos amarra al esquema de exportación primaria en su forma más primitiva. Porque ya no podemos establecer autónoma y democráticamente una serie de mecanismos de redistribución, al recortarse las posibilidades de conseguir legalmente ingresos tributarios por concepto de ganancias extraordinarias o regalías, ya que no se puede renegociar los contratos 'de estabilidad'; porque tampoco nos permite establecer límites sensatos a la repatriación de utilidades a la casas matrices de las empresas transnacionales, con lo que se amenaza desestabilizar nuestra balanza de pagos por su incremento exponencial; porque tampoco estaría permitido el control temporal de capitales de corto plazo, que son los que en algún momento podrían evitar una estampida de divisas; porque será imposible generar cadenas productivas, ya que se impide lograr un determinado porcentaje de contenido nacional en la producción exportable, de dar preferencia a las mercancías domésticas en algunos sectores estratégicos, de permitir abrir los paquetes tecnológicos que traen las empresas extranjeras y demás requisitos de desempeño; etcétera. Y ya no hablemos de lo obvio, relacionado con su impacto que ejercerá sobre la producción agropecuaria, los precios de las medicinas, las patentes, el uso de la biodiversidad, el desarrollo tecnológico y, en último término, sobre sus consecuencias para la gobernabilidad y la democracia.

Y lo más grave es que nos han hecho creer que gracias al tratado accederíamos al 'infinito' mercado estadounidense, cuando todos sabemos que a él están acudiendo eficazmente decenas de países 'nuevos' (con China a la cabeza y con la India por penetrar) con una oferta similar a la nuestra y a precios bastante menores (con o sin TLC), especialmente en productos 'no tradicionales', por los que nuestros empresarios -grandes y chicos- abrigan tantas esperanzas por diversificar nuestras exportaciones. Es decir, ese esquema representa una verdadera 'competencia de fondo de pozo', en el que será cada vez más difícil incrementar la venta de estos productos agroindustriales y manufacturados. Lo que explica por qué su gremio representativo está presionando desesperadamente por una mayor 'flexibilidad laboral' (léase: reducción de salarios reales) y el ajuste del tipo de cambio (léase: devaluación real), política que sólo aumentaría nuestra competitividad en forma espuria, insostenible en el mediano plazo y contraproducente para un desarrollo auténtico de largo plazo. En pocas palabras, la camisa de fuerza que nos quieren imponer figurativamente con el TLC, terminarán aplicándonosla literalmente para los fines para los que fue creada: "para sujetar los brazos de quien padece demencia o delirio violento", por usar la jerga de la RAE.



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