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La insignia
15 de junio de 2007


Don de la memoria


Miguel de Loyola
La Insignia. Chile, junio del 2007.


El eximio novelista colombiano ha vuelto otra vez a lo suyo: escribir novelas. A pesar de la notoria distancia que Memorias de mis putas tristes guarda con sus grandes obras, en ella queda igualmente de manifiesto el "don de la literatura" con que ha sido dotada su pluma. En cien páginas, sume al lector en las fantasías de un anciano hedonista que a los noventa años se obsesiona por sentir el amor de una joven adolescente, y por ella está dispuesto a dejarlo todo.

La novela se articula a partir del propio protagonista que cuenta su vida, partiendo el día de su cumpleaños número noventa. Día en que quiso regalarse "una noche de amor loco con una adolescente virgen." Obsesión que conseguirá en parte mediante su relación con Rosa Cabarcas, vieja amiga de juventud y todavía dueña del comercio de la carne. Ella le facilitará el acceso a Delgadina, nombre con que Collado nomina a su amada después de conocerla.

El personaje es un periodista que ha vivido sus noventa años entre libros y escritura de artículos "modestos" para El Diario de la Paz. Periodista solitario que ha conservado el celibato hasta sus últimos días, pero que a falta de compañera permanente, dice haber gozado del amor de nada menos que "unas quinientas mujeres pagadas."

García Márquez no lleva a su personaje al desenlace fatal que por sus años el lector espera, y se encarga de infiltrarle la vitalidad propia de la juventud para demostrar, quizá, esa vieja tesis que sostiene la temporalidad del alma. La naturalidad con que juega con ésta problemática está en la línea del recurso que reconocemos ya en su obra como "lo real maravilloso", y el que a pocos escritores le funciona con la verosimilitud que alcanza la pluma del colombiano, Premio Nóbel 1982. "Mi edad sexual no me preocupó nunca, porque mis poderes sexuales no dependían tanto de mí como de ellas, y ellas saben el cómo y el porqué cuando quieren", afirma sorpresivamente el protagonista como una máxima plausible.

Destaca en esta novela la música que alcanza su prosa. Suena casi como un canto que bien podría haber contado en versos. La claridad del lenguaje contrasta con la prosa quebrada y llena de baches de los nuevos novelistas hispanohablantes, y de algunos no tan nuevos, que han olvidado la importancia del idioma en una obra literaria. Ya desde esa sola perspectiva, la reciente novela de García Márquez lleva la delantera a los que corren a tropezones tratando de rellenar páginas en blanco.

Con una frase para el bronce de Cicerón, cargada de sabiduría, "no hay un anciano que olvide dónde escondió su tesoro", el periodista Collado se defiende de los problemas de la memoria que afectan a los hombres de su edad en asuntos cotidianos y puntuales. Que, ciertamente, no constituyen lo fundamental de la memoria, tema que ya vimos en Cien años de soledad y sobre el que se puede concluir, a estas alturas, que ha sido uno de los grandes motivos de su literatura.



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