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19 de julio del 2007 |
Luis Peraza Parga
Viviendo en Estados Unidos, el país de las indemnizaciones, te das cuenta de que al final todo se reduce a dinero. Iincluso el sufrimiento y angustia de una madre ante la desaparición forzada de su hijo.
Hoy dos indemnizaciones están sobre la mesa. La del arzobispado de California para evitar procesos judiciales en el caso de sacerdotes pederastas, que equivale a un indudable reconocimiento de culpa pero salva a la iglesia católica de una exposición vergonzosa del clero que traiciona la enseñanza cristiana de que más vale atarse una piedra de molino al cuello y tirarse a un río que escandalizar a un pequeño. Casi un millón de euros a cada víctima. Seiscientos setenta millones de dólares. Bancarrota total. El otro es el millón de dólares -provenientes de la Unión Europa- para las familias de los quinientos niños infectados de sida en Libia, de los que sesenta murieron supuestamente a manos de cinco enfermeras búlgaras y un médico palestino. A cambio de conmutar la pena de muerte, dictada en un proceso judicial sin todas las garantías, por cadena perpetua a cumplir en Bulgaria. Las cortes internacionales de derechos humanos y las penales de justicia reparten sumas también millonarias a cargo de los Estados violadores. Sumas que se pagan y que ponen precio y tapabocas al sufrimiento humano y a la vergüenza de gobiernos e instituciones tan antiguas como la iglesia católica. |
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