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La insignia
31 de julio del 2007


Reconstrucción crítica de la historia del pensamiento económico

La resignación de Jano Bifronte


José Ramón García Menéndez (*)
La Insignia. España, julio del 2007.



Del poder de la erudición a la erudición del poder

El discurso científico soporta una fuerte presión acrítica para presentarse como producto y no como resultado de un proceso. Este hecho produce una gran desconfianza, especialmente cuando el conocimiento científico acepta referirse a su propio pasado, y se debe, a mi juicio, a varios motivos.

En primer término, la teoría de la política económica, en una reconstrucción crítica de su historia, cuanto más se reconoce como verdad científica, más debe enmascarar los errores de su pasado. Y esta contradicción es independiente del punto cronológico en que se inicie el estudio histórico. Esta problemática percepción obliga a la ciencia económica a relativizar con cautela su presente status disciplinario y someter a la cuarentena de los test de aceptación los enunciados teóricos que componen (y justifican) una aportación científica. Por eso, la historia del pensamiento de cualquier ciencia social es, convencionalmente, un referente analítico cuyo ámbito puede ser profundizado como un fin en sí mismo pero que, en relación al contexto socioeconómico actual, es tratado como un mero apéndice tan seudoerudito como incómodo y que precisa, en definitiva y en nombre del prestigio profesional y académico, ser convenientemente neutralizado. En este sentido, a nuestro juicio, con la Historia del Pensamiento sucede lo mismo que con los fundamentos epistemológicos de un determinada disciplina social: la mala reputación de la Filosofía (o de la Historia, en este caso) está causada por la serie de grandes interrogantes que generan y que cuestionan el status pretendidamente consolidado de las ciencias sociales.

En segundo término, la estrategia metodológica para impedir o neutralizar la serie de dudas que plantea una rica introspección histórica se basa, si se me permite la expresión, en dos maniobras tácticas. La primera, consiste en presentar el relato del pasado de un determinado conocimiento después de ofrecer las pruebas de su estatuto científico. Es decir, el relato histórico de la ciencia social diacroniza los antecedentes disciplinares a través de un efecto retórico que crea, en la comunidad de investigadores y en el público en general, una auténtica ilusión retrospectiva sobre la cientificidad de dicha disciplina. La reconstrucción de la historia del pensamiento político-económico deja, de esta manera, de tener una función activa en la representación actual de las ciencias sociales y se convierte en el fondo escénico de un conocimiento relaltivizado. En este sentido, la práctica de divulgación científica consistente en la descripción de un campo de conocimiento consolidado en la actualidad y coronado por su Historia no deja de ser una práctica hipócrita pues, en nombre de la reconstrucción teórica se conforma un relato conclusivo de errores pasados que afortunadamente fueron superados por el sacrificio y el genio de la ciencia. Y ahí radica la segunda táctica.

En efecto, la historia del pensamiento económico se equipara convencionalmente a una lineal dialéctica entre error y genio, entre sacrificio científico y revelación del conocimiento..., figuras descriptivas y categorías analíticas que pertenecen a un discurso sobre el pasado y que se agota con él. Entonces, ¿qué razón instrumental encierra una táctica aparentemente autocontenida?. El efecto es, a mi entender, tan evidente como útil a una estratagema que consiste en autorizar la locución del discurso en ciencias sociales exclusivamente a los depositarios del legado científico y que estén, además, adornados con las cualidades del genio investigador.

Ello implica, sin duda, consecuencias adicionales. Primero, el estudio de la Historia pertenece a una minoría selecta de intelectuales y excluye, de forma simultánea, al resto de la comunidad que, en términos científicos, está condenada a ser tributaria de los primeros. Y, segundo, se fortalece una pretensión autoritaria que está, además, reforzada con argumentos elitistas sobre la seriedad y la objetividad de la minoría mencionada.

Los pretendidos portavoces del "genio científico heredado" se benefician de las notas de seriedad profesional y de objetividad científica que forman parte de la mitología ortodoxa sobre los cientistas sociales que son juzgados como investigadores con una amplia visión técnica del trabajo y con gran capacidad de renuncia (ideológica y material) al servicio de la objetividad científica. No obstante, la reconstrucción crítica del conocimiento político-económico acumulado a lo largo de la Historia del Pensamiento, rechaza las visiones simplificadoras del error -como resistencia individualizada a la verdad y como un túnel de oscuras incertidumbres teóricas- y del genio -como fuerza intuitiva e individual que descubre la luz de la verdad al final del mencionado túnel- en un proceso que culmina con la victoria del argumento más fuerte en una peculiar pugna darwinista. Y, como en todas las batallas, ello supone una gran variedad de alianzas, treguas, traiciones y operaciones de distracción táctica. Porque, en definitiva, referirse a una aproximación crítica a la Teoría y a la Historia de la Política Económica, en la dirección de los vectores metodológicos planteados en el presente ensayo, implica situar el centro analítico no sólo en la problemática relación saber-verdad en ciencias sociales sino, más bien, en la relación de poder que subyace.

En consecuencia, el juego del conocimiento sobre el objeto de naturaleza social y económica es básicamente un juego de convencimiento, tanto de carácter persuasivo como disuasivo; y la historia del pensamiento constituye, en la reconstrucción crítica de las ciencias sociales, el terreno de controversia entre las distintas tendencias del discurso político-económico. Con inusitada frecuencia, la mirada retrospectiva sobre la historia de la ciencia tiene un "lastrante" contenido nostálgico, especialmente por parte de la minoría de "portavoces autorizados" que se atribuyen la propiedad intransferible de la tribuna absolutista del conocimiento científico. Una nostalgia que es, desde luego, una evidente confesión de impotencia intelectual y de menguada vanidad insatisfecha pues, en definitiva, cuanto menos segura está una ciencia social como la teoría de la política económica de su actual capacidad para identificar problemas reales y prescribir guías de acción, más necesita interrogarse sobre los logros analíticos alcanzados en su recorrido histórico.

En suma, la reconstrucción crítica de la Teoría requiere una lectura, también crítica, de la Historia. Una lectura que transcienda las convenciones tradicionales en las que se formuló la divulgación académica (en este caso, de la historia del análisis político-económico) reducida a una celebración póstuma del genio individual (W. Petty, F. Quesnay, A. Smith...) o al recordatorio, meramente descriptivo y pontificante, de los dogmas y las sectas (el liberalismo, el institucionalismo, el keynesianismo...). Una disciplina planteada en los anteriores términos tiene, a mi juicio, una consecuencia adicional: linda el terreno científico como propiedad exclusiva para un especialista -docente o investigador- que no sólo debe estar signado con una acendrada vocación "arqueológica" y una motivación "enciclopédica" sino, también, con un cultivo constante de la erudición en el estudio y en la transmisión de conocimientos.

Ante estos condicionamientos, la reconstrucción crítica de la teoría de la política económica ofrece algunas consideraciones y sugerencias de interés.

- Previa a la recomposición sistemática y panorámica de los principales hitos de la Historia del Pensamiento Económico que contengan una lectura enriquecedora, se requiere una evaluación "inrternalista" y tomar los distintos discursos político-económicos fuera de la secuencia cronológica de tiempo real: discursos "sincronizados" tras la despersonalización biográfica y la descontextualización histórica; posteriormente, la reconstrucción permitirá una nueva secuencia diseñada en tiempo histórico.

- Toda obra político-económica es, también, el conjunto de sus interpretaciones. Por tanto, el corte reflexivo que más interesa a la reconstrucción crítica de la teoría de la política económica es el que permita una mayor densidad interpretativa que coincide, en general, con la dilucidación de la obra enigmática (es decir, el discurso político-económico formulado y las glosas apologéticas y críticas que inspire en la comunidad científica). Ello implica una mayor riqueza en el estudio pero, también, un mayor grado de conflicto analítico que es incompatible no sólo con los defensores del absolutismo metodológico sino, además, con los docentes e investigadores que hacen de la abulia y de la inercia académica e institucional dos de los principales valores de su pretendida profesionalidad.

-Sin embargo, cuando se multiplican las fuentes (orales, documentales y referenciales) y se acumula el material de investigación, se genera un simultáneo riesgo de autosatisfación que es preciso eliminar o, por lo menos, domeñar adecuadamente. Pues, en definitiva, ante la "cantidad" el investigador tiende a no enfrentarse con la reconstrucción crítica de la amplia documentación disponible bajo la excusa, tan frecuente, de una estéril contemplación de los grandes monumentos teóricos del pasado. Es preciso, por tanto, desmontar la historia del pensamiento político-económico y reconstruirlo críticamente más allá del descubrimiento de una "psicología de la invención genial" que permita componer una visión compleja, dimensionada socialmente que atienda a los hechos y a las pruebas de su constancia, que informe sobre la historia interna y externa del conocimiento así como de la lógica del montaje histórico y al sistema interno de sus intenciones; una reconstrucción crítica bajo una fórmula que permita conocer no sólo el poder de la Erudición del discurso económico sino, también, la erudición interesada del Poder para defender, en dicho discurso, un determinado orden político, social y económico.

Afirmaba M. Blaug que la ciencia se caracteriza por sus métodos de formulación de proposiciones contrastables y no por su contenido ni por su petulante pretensión de certeza: "...si alguna certeza proporciona la ciencia, ésta será más bien la certeza de nuestra ignorancia". La teoría de la política económica, en estos términos de convencionalismos autosatisfactorios de la Historia del Pensamiento, se encuentra en una situación que no sólo recuerda el despectivo juicio de Hegel sobre el conocimiento adquirido en la reflexión sobre la diferencia no esencial de los fenómenos sino, también, la posición del fabulista Esopo que, puesto a la venta entre dos compañeros de esclavitud -uno, filósofo y gramático; otro, artista y retórico-, contestó a su comprador, en último lugar, sobre lo que sabía hacer con la siguiente respuesta: "nada, porque mis compañeros lo hacen todo; ciertamente, tal es para ellos la ciencia: saben todas las conclusiones pero ninguna cosa".

Los intentos más reconocidos para superar los problemas de demarcación y aceptabilidad que soporta el conocimiento social contemporáneo provienen, en cambio, de las ciencias "duras". Ahí radica, primero, la permanencia de dificultades de experimentación y especialización en una investigación que, en segundo término, no cuestiona radicalmente las bases en las que se apoya el evaluador científico para acotar el campo de conocimiento y para medir el posible progreso existente en el acervo científico. Ello origina que la reconstrucción de la teoría de la política económica esté obligada a analizar profunda y críticamente en su recorrido de la Historia del Pensamiento, una de sus consecuencias más lastrantes: lo que se presenta como esquemas alternativos de dilucidación y exposición de la ciencia social contemporánea no son tales sino, en cambio, reiteración de versiones distintas del mismo hecho ante el cual, obviamente, la reconstrucción crítica de una ciencia social, como la Economía, debe superar el síndrome de Esopo a través de un esfuerzo analítico adicional que encarne el espíritu del verso debido a la recordada pluma del argentino Roberto Arlt: "...el futuro es nuestro, por prepotencia de trabajo".

La reacción ante la disyuntiva de consolidación científica fundamentada por la vía apologética o por la vía académica entraña riesgos que, a su vez, constituyen también parte del objeto de análisis. En primer término, en palabras de M. Blaug, "...el progreso científico se produce únicamente cuando conseguimos maximizar el papel que juegan los hechos y minimizar el que juegan los valores (...), tan sólo podemos confiar en el mecanismo de la contrastación de hipótesis para erradicar los prejuicios políticos y sociales...". Sin duda, la opinión de Blaug es de un desmesurado optimismo pues, primero, existe una cuota de imponderabilidad en el juicio sobre fenómenos socioeconómicos protagonizado por agentes dotados de conciencia y capacidad creadora, cuyo comportamiento no puede determinarse apriorísticamente; y, segundo, porque las debilidades de la vía apologética no son resueltas satisfactoriamente por la vía académica. Al respecto, K. Marx describía muy acertadamente las características de este tipo de respuesta academicista que "...actúa en 'términos históricos' y con sabia moderación recoge 'lo mejor' de todas las fuentes, y cuando hace eso no le interesan las contradicciones; por lo contrario, lo que le interesa es la amplitud". Marx, retomando el pensamiento hegeliano, fundamenta el principio de identidad de los fenómenos socioeconómicos de interés analítico en la determinación consistente en homologar para todos ellos la posibilidad de "contradicción" y, consustancialmente, la determinación "opuesta" que implica la apuesta férrea y visceral por una visión excluyente de la realidad como producto del esfuerzo del intelecto por oscurecer y alejar de la conciencia las pruebas de las contradicciones existentes.

En efecto, la reconstrucción crítica de la historia del pensamiento político-económico debe enfrentarse con las consecuencias de la vía academicista de la lógica de investigación y del orden de exposición (docente o divulgativo) de sistemas político-económicos que, en términos retóricos y en palabras de Marx, se vuelven insípidos, se embotan y se coleccionan "pacíficamente" en una miscelánea acrítica: "...en este caso, el calor de la apologética queda moderado por la erudición que contempla con benignidad las otras relaciones de los pensadores económicos y les permite flotar como cuerpos extraños en su papilla mediocre (...) Como tales obras sólo aparecen cuando la economía política ha llegado al fin de su horizonte como ciencia, son al mismo tiempo el cementerio de esta ciencia".

La anterior opinión es, sin duda, de un excesivo pesimismo por cuanto está descontextualizada de su marco de procedencia, no lo olvidemos, como es la segunda mitad del s. XIX. Sin embargo, el autor pone un marcado énfasis, quizás exacerbado pero real, en torno a los riesgos de una aproximación al Pensamiento que no entrañe una opción por una empresa intelectual de enorme complejidad, en la que la lectura de los textos antiguos a la luz de los conocimientos actuales ni puede convertirse en una absurda caza del precedente ni debe tener como punto de mira sólo las ideas que hoy consideramos de aceptación más o menos general.

La reconstrucción crítica de la Historia y de la teoría de la política económica, en conclusión, responde a dos requisitos globales que fijan una opción metodológica que, en términos generales, tiene una doble lectura.

En primer lugar, el investigador social no debe limitarse a la "historia del análisis", en un sentido pre- schumpeteriano, sino que debe interesarse, además, por un profundo conocimiento de los factores que inciden en la aceptación social de la aplicación de determinadas ideas político-económicas. Por tanto, la reconstrucción del conocimiento acumulado requiere cumplimentar dos áreas de reflexión. Una, delimitada por las intersecciones entre pensamiento y política económica y, otra, entre difusión de idearios político-económicos y aceptación social.

En segundo lugar, es preciso insistir en la importancia que tiene la persuasión en el discurso político-económico. Por eso, cuando me refería a que una mera "historia del análisis" no permitiría valorar el lugar de una aportación en la historia del pensamiento se debía, en concreto, a la desconexión existente, con frecuencia, entre poder explicativo y predictivo de un modelo político-económico y la influencia real que tiene sobre la sociedad. En este sentido, si en términos schumpeterianos el economista cuando contempla su propia historia científica es un analista que decide sobre prioridades en la investigación; cuando ejercita su papel de comunicador se transforma en un peculiar predicador que transmite un mensaje político-económico en función de lo que la sociedad desea recibir.

Porque, en definitiva, la historia del pensamiento económico es la historia de la valuación y, a pesar de que algunos economistas reclaman de los responsables políticos resultados probables mediante evaluación objetivas, en la práctica han descubierto, incluso resignadamente, que es imposible retroceder ante unos pronunciamientos de variada índole que obligan al policy-maker a adoptar, cuando desea mantener una fluida comunicación con el poder ejecutivo, las mismas suposiciones básicas acerca de la naturaleza de la actividad social y la escala de prioridades político-económicas. Por eso, nos parece muy pertinente el siguiente comentario de Cole, Cameron y Edwards:

"Todos los esfuerzos de los economistas por hacer pasar su profesión por algo que está por encima de la refriega política, capaz de dictar juicios desinteresados acerca de las mezquinas disensiones de los políticos, se fundan en una disensión interna y no en una crítica externa. En Economía, el perro devora al perro, pero no indiscriminadamente. Hay una compacta lealtad entre perros de la misma raza".


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(*) José Ramón García Menéndez es profesor titular de Economía Aplicada de la Universidad de Santiago de Compostela (España).
Correo electrónico: earoe@usc.es



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