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La insignia
23 de julio del 2007


Perú

Comechados


Rocío Silva Santisteban
La Insignia*. Perú, julio del 2007.


La semana pasada una amiga portorriqueña nos preguntaba a dos amigos y a mí por el significado de las siglas APRA. En ese momento nadie acertó con la respuesta correcta: habíamos olvidado su significado. Todos nosotros, peruanos y post-universitarios que hemos estudiado a Basadre y a Flores Galindo, y que conocemos en vivo la historia peruana última, no podíamos acertar con la "r". Simplemente no podíamos asociar en nuestro imaginario la posibilidad de que esa "r" en sus orígenes tenía el significado de "revolucionaria". Y que la "p" no se refería al Perú, pues la propuesta de Haya de la Torre era un antiimperialismo internacional, sino que era la sigla de "popular". La verdad es que, hoy desde los diversos palacios de esta ciudad (de Gobierno, Legislativo, de Justicia) las siglas del aprismo prístino, de los orígenes, han devenido en una vacuidad de sentido que llora ante los excesos de un significante sin significado. El pensamiento radical y provocador de Haya de la Torre se convierte en los discursos de los líderes del aprismo next generation en sombra, en humo, en polvo, en nada.

Todos mis tíos maternos fueron apristas. Uno de ellos pasó buena parte de su vida en el Panóptico y otra parte en El Frontón porque defendió sus ideas poniendo el cuerpo y asumiendo con valentía todas las consecuencias. Otros tíos perdieron puestos de trabajo; otro no pudo casarse con la chica de sus sueños porque eran el apestado de la época; otros fueron repudiados por sus parientes, e incluso desheredados por los ancestros con cierta fortuna. Porque aunque Ud. no lo crea, jovenzuelo y jovenzuela, ser aprista en los años 30 y 40 en nuestro país implicaba ser antiimperialista y revolucionario; creer en la justicia social y luchar por ella; estar completamente convencido de que el derecho de huelga es legítimo y que por la jornada de las 8 horas -ocho de trabajo, ocho de sueño, ocho de descanso- valía la pena hacer paros y marchas. Poner el cuerpo. Ir a la cárcel. Ofrecer la vida.

Pero hoy en día las acciones del delfín de Haya de la Torre parecen borrar y traicionar las ideas primigenias del maestro con una rúbrica en una Ley de Carrera Pública Magisterial que, entre otros asuntos graves, no ha sido pensada desde una realidad que palpita por sus contradicciones y su heterogeneidad. Y no sólo eso, con los calificativos que el presidente del Perú lanza a los cuatro vientos como "comechados" y burlándose de las medidas radicales de lucha como la huelga de hambre, sepulta el recuerdo de uno de los primeros peruanos que la llevó a cabo en nuestros lares. Exactamente, ha acertado: Víctor Raúl. Pero además, con su arrogancia y voluntad de poderío, AGP no hace sino aglutinar a los sectores enfrentados entre sí en un acto de harakiri político de largo aliento.

¿Qué ha sucedido en nuestra historia política para que el partido mejor organizado de todos los tiempos se aleje a la velocidad de la luz de sus valores fundacionales? ¿cómo es posible que la realpolitik permita el ninguneo de los sectores sociales que han demostrado una rotunda presencia en las calles? ¿acaso se han olvidado que quienes plantean plataformas de lucha -aunque uno discrepe o no con sus agendas y sus métodos- son miembros de la clase trabajadora que ve, mira, observa de cerca y sufre las metáforas infamantes como la del "chorreo" y otras que han devenido en discursos vacuos frente a la rotunda apertura de las brechas sociales? Puno, Cusco, Piura, Ucayali y otras ciudades que han paralizado por completo están demostrando que el malestar no puede apagarse sólo con represión. Como sostiene Julio Cusuricchi, representante del pueblo shipibo, "con insultos no se gobierna un país".

Los periodistas quejosos por las maneras de los guardias de seguridad de los políticos -¡una marcha no es un desfile de modas!- convierten con su protagonismo narcisista a una jornada de protesta social en una serie de razones para criticar, burlarse, ridiculizar, ironizar y, en suma, minimizar las convulsiones sociales. Si fuera por los noticieros de la televisión parecería que los movimientos sindicales sólo quisieran "fastidiar", o "atarantar" como ha dicho Hugo Neira en desatinado calificativo, cuando lo que están reclamando son derechos inalienables. Lo que sucede en este campo de batalla llamado nación peruana es que, señores de la CONFIEP, los reclamos de la clase trabajadora también son objetivos nacionales. La "dictadura de la sociedad civil" es una aporía y el Estado como tal, si se pretende justo y promotor del bien común, debe recoger las diversas voces para legislar no en función de intereses fragmentados sino para redistribuir. Y la única manera de lograrlo es radicalizando la democracia.


(*) Publicado originalmente en La República, de Perú.



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