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25 de febrero del 2007


__Especial__
España, 1936-1939
España, 1936-1939

La batalla del Jarama (II)


Vicente Rojo
De «Así fue la defensa de Madrid».



El día 13 se acentuó la confusión táctica, y por el desorden con que se realizaba la lucha y los vaivenes de la línea de combate, verdaderamente imprecisa e inconsistente, creíamos hallarnos en el momento crítico de la batalla.

El Comando Superior (...) resolvió que quedasen en Madrid las reservas estrictas y se reuniese en el Jarama lo necesario para asegurar -cuando menos- el aplastamiento de la maniobra, impidiendo una penetración más profunda.

(...) Volvíamos a hallarnos ante un problema de organización angustioso, por la urgencia con que había que resolverlo en plena batalla. Más que la cantidad de tropas precisas para la lucha -pues había bastantes- importaban su orden y su calidad; más que el acierto rigorista de las disposiciones tácticas que se adoptasen, importaba la reacción moral de la gente y la firme resolución de detener al enemigo. No interesaba mucho el detalle de las posiciones en que esto se hubiese de lograr, pero sí que se lograse urgentemente, en el llano o en la zona montañosa, cerrando el acceso del enemigo a la red de carreteras del este de Madrid.

Pero también era de gran importancia discernir algo que aún no estaba claro: si el ataque del enemigo era su acción principal, o si en él había empleado solamente las tropas estrictas para una fuerte demostración de fuerza, mientras se reservaba las más numerosas y mejores para el ataque a Madrid, en el caso de que nosotros llevásemos al Jarama todas las reservas. Y no podía juzgarse que el ataque por el Jarama fuese el principal, porque el frente de Madrid no estaba inactivo y porque la maniobra de las reservas y artillería adversarias, desde el centro de gravedad de la Marañosa al centro de gravedad de la Casa de Campo o de Campamento, era un simple problema de media jornada (...)

Los refuerzos de aviación y carros que por entonces recibimos actuaron con una resolución y una eficacia extraordinarias. Nuestras primeras baterías antiaéreas automáticas debutaron también en el Jarama; tres de las Brigadas Internacionales, las españolas de nueva organización y las tropas seleccionadas de la defensa de Madrid, rivalizaban, emulándose y batiéndose de manera ejemplar; la lucha no cesaba día y noche y las tropas no se conformaban con detener al adversario; contraatacaban sobre cada nueva porción de terreno conquistado y, de este modo, las posiciones se perdían y se volvían a ganar, agotándose en tales esfuerzos el ímpetu del ataque.

La mitad de la artillería de la defensa de Madrid fue a participar en la detención yu en la batalla; y para no sacar más tropas de la capital, se respondió desde su frente con otros contraataques, especialmente de la 4ª División (Vallecas), lo que contribuiría a desarticular el despliegue enemigo y a restar potencia a su ataque por el Jarama.


Aviación, carros y artillería

Pocas eran las porciones de terreno que se cedían al adversario, pero ¡a costa de cuántas bajas! De la arista montañosa que había ocupado paralela al río, el punto esencial era la posición denominada El Pingarrón. Sobre ella se orientaron los esfuerzos de nuestros contraataques que culminaron hacia el día 17. Posiblemente, entre todos los cerros que han jalonado nuestro frente general de guerra, el de El Pingarrón, en el Jarama, es el que puede escribir su propia historia con mayor cantidad de sangre. Durante tres días fue objeto de incesantes acometidas con el propósito de dominarlo para luego descender hacia el río y cortar por San Martín de la Vega el paso a las fuerzas atacantes, que ya se hallaban en nuestra orilla. Con ese objeto se dio la máxima amplitud a nuestro contraataque del día 21. Todos los esfuerzos fueron inútiles.

La batalla quedó localizada en ese posición, a donde el enemigo acudió con sus mejores tropas y contra la que nosotros empeñamos también nuestras mejores unidades. Pasó varias veces de unas manos a otras; en el se estrellaron ambos contendientes y cayeron las granadas y las bombas con mayor profusión. Se batieron en lucha cuerpo a cuerpo innumerables batallones, desde la tercera jornada de la segunda fase de la batalla hasta la última (...). Tres elementos desempeñaron en esta batalla sobresaliente papel: la aviación, los carros de combate y la artillería. La primera, extraordinariamente reforzada con nuevos modelos alemanes, en el campo adversario; y en el propio, con una importante masa de caza, que se mostró superior a la del enemigo. Ello daría ocasión a que se librase en el Jarama lo que -si mi información no es errónea- sería la mayor batalla aérea de la historia de la guerra llevada a cabo hasta entonces, pues intervinieron más de cien aviones de caza y bombardeo. El triunfo correspondió a la aviación del Gobierno, que quedó dueña del aire.

Dicha Arma colaboró eficazmente con las tropas de tierra y, en algún momento, de manera decisiva para el combate empeñado. En algunas situaciones no dudó en afrontar el combate aéreo en condiciones de inferioridad, con una acometividad notable (...). El número de servicios prestados algunos días por determinados pilotos desbordaba cuanto de ellos era humana y técnicamente correcto exigir (...).

Los carros también se mostraron superiores en número y en eficacia a los del adversario, y combatieron igualmente con verdadero espíritu de sacrificio contra los enemigos, contra las tropas y en misiones de reconocimiento, en los momento sde confusión en que no se podía saber dónde se hallaba la línea de combate, qué terreno se había tenido que ceder y qué porciones resistían desesperadamente y esperaban apoyo. Lucharon también en sus dos formas típicas de empleo: con autonomía y adscritos a algunas de las unidades de choque, especialmente en los principales contraataques.

En cuanto a la artillería, la adversaria fue manifiestamente superior en número y en calidad. Allí apareció el famoso 8.8 alemán y se ensayaron nuevos métodos de tiro sorprendentemente precisos; en esa batalla se acreditaría también la eficacia de las baterías de defensa contra aeronaves de dirección de tiro automático, las cuales, en algunas de las situaciones críticas de la batalla, tuvieron que hacer sus primeros ensayos de fuego contra objetivos terrestres.


Conclusiones

La batalla del Jarama se puede considerar como un hecho táctico simplísimo, rudo, elemental, sangriento y de estilo falangista (*), con dos frentes chocando, en una brutal fricción, sin ningún resultado. Sólo grietas, pequeños objetivos que se alcanzan y se pierden en un espacio limitado y, en fin, relevo incesante de unidades desgastadas, sin otro fruto que ganar unos metros de terreno (...).

No se puede afirmar que en el Jarama hubiera sido derrotado nuestro adversario. Tampoco lo habíamos sido nosotros. Pero, pese a la indeterminación en que quedó la lucha, nosotros podíamos afirmar -porque así era público- que la maniobra adversaria había fracasado, lo mismo que había sucedido cuando el mes anterior operó contra nuestra ala derecha por Las Rozas.

En ambos casos, el enemigo había ganado una porción de terreno; pero no había derrotado a nuestras fuerzas, no había logrado ningún objetivo de valor táctico o estratégico, no había destruido nuestro sistema de fuerzas ni cortado nuestras comunicaciones. En cambio, se había impuesto un agotamiento que lo incapacitaba para lograr culminar sus maniobras.

Por ello, el triunfo era categóricamente nuestro; y ahora que se conocen con toda amplitud los propósitos que perseguía en su empresa en el Jarama, también se puede afirmar que la victoria fue nuestra, porque nuestro combatiente logró que fracasara una maniobra táctica que pretendió ser decisiva y no sólo no alcanzó esta finalidad, sino tampoco los objetivos tácticos que por su valor compensaran el daño sufrido.

(...) El Jarama era una réplica contundente a la conquista de Málaga que los rebeldes habían llevado a cabo por las mismas fechas.


(*) Me refiero, naturalmente, a la falange griega.



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