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20 de enero del 2007 |
Carolina Broner
El hombrecito de la espalda curva se quedaba en el rincón, mirando. Un gesto ajeno le arrancaba carcajadas silenciosas y lágrimas de risa. No decía nada, apenas espalda curva apoyada en la columna. Reía, como si las horas valiesen la pena por un gesto.
Uno de estos días va a morirse y a romperme el corazón. El hombrecito de la espalda curva va a quedarse en algún rincón, mirándome llorar su carcajada de padre silencioso. |
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