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13 de enero del 2007 |
Preocupaciones
Mario Roberto Morales
Como preocuparnos nos da la ilusión de que estamos haciendo algo por lo que nos preocupa, nos hacemos adictos a esa ilusión y terminamos derivando un inexistente sentido de importancia de nosotros mismos a partir de una crónica actitud preocupona que solemniza las cosas, las vuelve "importantes", "serias" y "delicadas" cuando a veces se trata de lo más sencillo del mundo.
Existen algunas personas que tienen el don de no preocuparse por nada y sin embargo ocuparse de lo que tienen que hacer, sin asumir la pose de quien cree que está en medio de importantes tareas sólo porque se preocupa con aplicación y constancia. Por lo general, los preocupones no consiguen completar nada o hacen bastante menos de lo que sus expectativas preocuponas les dictan en el espacio ilusorio de la "importancia" y la "seriedad". Los que no se preocupan hacen mucho, y lo toman como algo perfectamente natural en sus vidas. Es necesario realizar, sin embargo, un deslinde para separar al preocupón genuino, sufrido, emocionalmente desgastado y tenso, del que finge ser preocupón, solemne, importante y estar en medio de cosas "serias" y "delicadas". Este fingidor hace tiempo que ha caído en la cuenta de que fingiendo preocuparse por lo que le importa un pepino consigue aprobación y prebendas de los demás. Quienes han hecho tan crucial descubrimiento son los benditos oportunistas. Ellos andan por ahí, muy estirados, arreglándose la corbata y mirando de reojo a los demás con una pose de "cómo pesa el mundo que estoy cargando, señores". Por lo general, son circunspectos, o fingen serlo. En los preocupones genuinos, la circunspección expresa el "preocupismo" crónico como mecanismo de compensación para no sentirse culpables de no hacer nada o de hacer muy poco. En el fingidor u oportunista, expresa sólo una pura, clara, llana y triunfal hipocresía. De modo que en donde mire usted a un estirado, allí tendrá a usted a un vago, sólo que disfrazado de gente muy ocupada. La circunspección es requisito de "seriedad" y toda persona pública que quiera mercadearse bien debe asumirla en forma de un bien fingido sentido común gracias al cual todo lo comprende; de una desarrolladísima capacidad de aceptar las flaquezas de los demás, de una humildad tan bien montada que todo el mundo habla de ella, y de una falsa voluntad inquebrantable para defender lo que el vulgo concibe como "causas nobles", las cuales van desde la caridad burguesa hasta la salvación utópica de la patria, pasando -claro está- por toda suerte de tareas dizque bien cumplidas. En estas tareas es imprescindible el traje y la corbata, naturalmente. Y también la imagen de ser un hombre (o una mujer) de familia, lo cual implica una desarrollada habilidad para ocultar inevitables amoríos que le ponen la sal a la vida insulsa -por sacrificada debido al constante fingimiento de la preocupación- de los oportunistas y circunspectos. Es imprescindible igualmente el despliegue del saludo pródigo e indiscriminado y la sonrisa ancha, accesible a pobres y ricos, antes de volver a adoptar la pose circunspecta y preocupona que exige hablar "en serio" aun cuando se hable en broma, y no creer en nada de lo que uno dice para no caer de verdad en las garras de la preocupación genuina. Si usted cree tener estos atributos, láncese de candidato a la presidencia de la república, que ya tiene recorrida la mitad del camino. Y no se preocupe. Cedar Falls (EEUU), 1 de marzo de 1999. |
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