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21 de diciembre del 2007

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Sociedad

La memoria histórica del sindicalismo


José Luis López Bulla
Metiendo Bulla / La Insignia. Italia*, diciembre del 2007.


Me gustaría enfocar el tema que nos ocupa -esto es, la memoria histórica-de manera un tanto distinta a cómo se han enfocado las cosas en nuestro país en los últimos tiempos. Y, desde luego, con relación a lo que parece que conozco de manera aproximada, a saber: la memoria histórica en el movimiento sindical español, y por extensión en el europeo (*).

Empezaré con algunas preguntas que, aparentemente, tienen pinta de ser provocadoras. ¿Qué pasaría si preguntara en Granada a unos sindicalistas por Ramón Lamoneda? ¿Qué sucedería si hiciera lo mismo en Valencia con relación a Juan López, o en Sabadell por Josep Moix o en Barcelona por Joan Peiró y Angel Pestaña? ¿Qué contestación me daría un dirigente sindical español del más alto nivel si le comentara algo de Daniel de León? Sí, hombre -le diría al alto dirigente-- Daniel de León, el fundador de los wooblys. Más complicaciones todavía: ¿quiénes eran estos wooblys?

De todos los citados hay, en mayor o menor grado, memoria escrita; y de algunos de los nombrados, todavía existe memoria oral. ¿Sería exagerar si manifestara que me llevaría un chasco superlativo si hiciera esas preguntas a la cofradía sindical en Granada y Valencia, Sabadell y Barcelona? Creo que no exageraría lo más mínimo. Y, sin embargo, es sabido que cada hermandad guarda cierta memoria "de los suyos". Los físicos saben quién era Gay-Lusac, los filósofos te dan razones de Epicuro, los músicos conocen a Bocherini y los literatos conocen quién era don Marcial Lafuente Estefanía. Sin embargo, Lamoneda, Juan López, Moix, Peiró, Pestaña y Daniel de León (por no hacer la lista más larga) duermen plácidamente en los archivos del olvido. Quiero decir, olvidados por sus deudos. Francamente, desconozco las razones de ese olvido, que viene de muy lejos; mi generación también participó de estos descuidos.

Cierto, nosotros no conservamos esa memoria, ni tampoco la trasmitimos a las nuevas generaciones sindicales. De ahí que los nombres anteriormente citados fueran tan perfectamente desconocidos como lo siguen siendo en la actualidad. Y por no estudiar, tampoco estudiamos los grandes hitos del conflicto social, así en España como en todo el mundo. Nos contentamos con tener una culturilla general sobre el origen del Primero de Mayo y los mártires de Chicago, leímos superficialmente los asesinatos de Estado contra Sacco y Vanzetti y cuatro cosas más. Así pues, también nosotros estuvimos desarraigados de nuestra memoria histórica. Algunos, por ejemplo, pudieron pensar que la arquitectura organizativa de la casa sindical la concebimos nosotros, cuando la realidad es que éramos deudos de la reforma que hizo Joan Peiró en el famoso Congreso de la CNT (Sans, 1918): unas estructuras que, a pesar de los grandes cambios en todos los órdenes, se mantienen incomprensiblemente intactas.

¿Teníamos documentación para acceder a "la memoria sindical"? Sí, teníamos. Y algo leímos. Por ejemplo, la historia del movimiento obrero de don Manuel Tuñón de Lara. Pero mucho me temo que nuestras lecturas fueron "en diagonal" y, así las cosas, no podíamos escarbar convenientemente en la historia. En resumidas cuentas, si hoy se desconoce la historia y hay déficit de memoria en la casa sindical, la responsabilidad la tenemos las gentes de mi generación. No la tiene, pues, el empedrao. Tal vez, tuvimos cierta arrogancia al considerar que las cosas empezaban en nosotros mismos, olvidando que no pocas enseñanzas estaban ya dadas.

Por ejemplo, pensamos que habíamos inventado la "combinación de las posibilidades legales y su relación con las extralegales" para combatir la dictadura y su ortopedia sindical verticalista. De hecho dos grandes sindicalistas, casi contemporáneos entre ellos, lo habían teorizado y puesto en práctica de manera más o menos simultánea: Joan Peiró en tiempos de la dictadura primorriverista y Giuseppe Di Vittorio contra la mussoliniana. Algo que no sabíamos, desde luego. Y tantas otras cosas.

Lo chocante es que posteriormente hemos exigido la recuperación de la memoria histórica sin haber aclarado que nosotros no la cultivamos en nuestra casa, y siendo herreros como éramos, teníamos cuchillos y tenedores de palo. Así pues, ¿porqué los actuales sindicalistas iban a conocer a Lamoneda, Daniel de León? ¿A santo de qué debían conocer el gran movimiento estadounidense de los wooblys? Bien, ya se han apuntado las responsabilidades de mi generación. Es cosa, por lo tanto, de pasar a estos tiempos.

Las generaciones de hoy deben recuperar el tiempo perdido en lo atinente a la "memoria histórica" de la casa sindical y, por supuesto, al inseparable vínculo que la une a la memoria democrática en general. Porque no se trata de una cuestión de erudición historicista. Tiene, claro que sí, mucho que ver con el conocimiento de cómo intervenir ahora en la acción colectiva del sindicalismo confederal y con el ejercicio de los derechos. Ni que decir tiene guarda relación con las necesarias autorreformas de la casa sindical y con el ejercicio del conflicto social.

Es el momento insoslayable de revisitar (o de leer por primera vez) dos libros -de momento recomiendo dos libros para no abrumar excesivamente al personal-de gran interés: el primero es la Historia del movimiento sindical inglés, cuyos autores son el afamado matrimonio de los Webb (Beatrice y Sidney, de filiación fabiana); el segundo es el anteriormente apuntado de Tuñón de Lara. Otro día recomendaré otros, también de suculentas enseñanzas.

El de los Webb es de gran importancia porque describe los primeros andares de las reivindicaciones en los convenios (tal como eran en aquellos entonces) y la génesis de la forma-sindicato y sus primeras estructuras. Una lectura perspicaz nos mostraría las razones de por qué las reformas sindicales nunca vinieron de los grupos dirigentes del "centro" sino de las periferias. Lo que, por ejemplo, se constata en tiempos más recientes -otoño italiano de los primeros setenta- con la creación de los "consejos de fábrica", vistos de manera asaz inamistosa por la mayoría del centro dirigente del sindicalismo italiano.

El libro de Tuñón nos es más próximo, naturalmente. Ahí tenemos, entre otras cosas, no pocas descripciones de la permanente memoria sindical de la división entre UGT y CNT. Y algunos pespuntes de las diversidades que, todavía se reflejan, en los sindicalismos territoriales españoles.

Ahora bien, leer ambos libros puede ser de gran interés porque uno y otro describen las dos grandes `transiciones´ del sistema y, por lo tanto, de la acción colectiva: la de la primera revolución industrial y la de finales del siglo XIX. Comoquiera que, en la actualidad, vivimos otra gran transformación -del fordismo hacia otro paradigma- tendría utilidad revisitar aquella memoria y ver qué enseñanzas nos deparan.

Hubo un tiempo en que la historiografía benévola se dedicaba, siempre de manera muy parca, a biografíar las vidas ejemplares de los santos laicos del sindicalismo. Pongo como ejemplo dos de ellas: "Pablo Iglesias, educador de muchedumbres" y "Giuseppe Di Vittorio". Más allá de sus limitaciones -sus autores, además, no eran historiadores-- jugaron un noble papel, pues venían a situar en "la memoria" el relato de los próceres del movimiento obrero. Tenían, en todo caso, el defecto de las biografías más convencionales, que dicho caricaturescamente era la situar el personaje al margen del conflicto social. Es como si se escribiera la vida del ajedrecista Capablanca sin relatar la partida de ajedrez y el juego del contrincante. Tenían aquellas dos biografías el encanto de las "vidas ejemplares" de los santos padres de la iglesia católica, apostólica y romana. Más o menos: san Pablo Iglesias y san Giuseppe Di Vittorio.

En fin, como el tiempo apremia, tomo carrerilla para ir acabando. El material de archivo y las nuevas investigaciones científicas pueden ser un material necesario para que las nuevas generaciones sindicales tengan unas mínimas condiciones `técnicas´ para reapropiarse de la memoria sindical histórica, y -como me hace ver Javier Tébar, corrigiéndome mi primer redactado- ello será más posible si hay curiosidad intelectual, pasión por la lectura y voluntad de disponer del tiempo de otra manera. Naturalmente, para ello es preciso poner recursos para que las nuevas generaciones accedan a dicha documentación. Aproximadamente así, puede ser que la memoria de Anselmo Lorenzo no se pierda del todo.


(*) Albacete 6 y 7 de Marzo de 2008. Jornadas sobre la Memoria histórica.