12 de diciembre del 2007
Hubo un tiempo en que la juventud del mundo escogió al Che Guevara como héroe. Hasta el día de hoy, la venta de camisetas, pósters y demás chucherías con su efigie constituye un mercado floreciente. Cabe preguntarse si la juventud del mundo conoce los nombres de Taslima Nasreen, de Ayaan Hirsi Ali o de Nawal Al Saadawi. Para ser justos, al menos deberían poderse hallar algunas fotos de ellas en la sección de pañuelos fetiches y otros llaveros solidarios: las tres son mujeres, universitarias, demócratas, y las tres están amenazadas de muerte en sus países.
Wafa Sultan, Irshad Manji, Seyran Ates o Necla Kelek son también discriminadas en sus países de origen
Estas mujeres, como otras víctimas, merecen un reconocimiento internacional
Oriunda de Bangladesh, la escritora Taslima Nasreen tuvo la mala suerte de suscitar la cólera de los islamistas indios con Lajja (La vergüenza), novela ganadora del Premio Sajarov 1994 que denuncia el tratamiento de la comunidad hindú en su país, mayoritariamente musulmán. La autora tuvo que escapar de Bangladesh, donde varias otras obras suyas están prohibidas, al igual que en India, para no herir la susceptibilidad musulmana.
Refugiada en Calcuta, no había decidido callar y criticó en particular la condición de las mujeres en la sociedad islámica. Fue condenada a muerte en agosto de 2007 y, a consecuencia de la pasividad del Gobierno comunista bengalí ante una serie de manifestaciones violentas, tuvo que abandonar Calcuta y refugiarse en Nueva Delhi con protección policial india.
Grupos de mujeres indias piden al Gobierno que se le conceda la nacionalidad india a la autora emigrada de Bangladesh cuya visa vence en febrero de 2008. El partido Bharatiya Janata denuncia también el silencio del primer ministro y exige un debate en el Parlamento. No obstante, en los hechos da la impresión de que las autoridades indias la están empujando suavemente a marcharse, aconsejándole que busque un país acogedor fuera del continente. "Si Taslima vuelve a Calcuta, la izquierda perderá el voto musulmán", amenaza un responsable musulmán local que representa alrededor de un 30% del electorado. "Hay peligro de nuevas violencias. El Gobierno debe elegir entre ella y nosotros".
¿Cuánto pesa la libertad de pensamiento, el valor y la vida misma de una mujer ante la pérdida de las elecciones a favor de los islamistas?
Amenazada de muerte por los islamistas del mundo entero, Ayaan Hirsi Ali, escritora y diputada holandesa de origen somalí, vive actualmente en un "lugar seguro" de los Países Bajos con protección policial. ¿Por qué esta escritora de 38 años con aspecto de top model, diputada liberal, sumamente inteligente y cargada de diplomas, ha de temer por su vida y suscitar una justa entre algunas de las grandes mentes europeas imbuidas de tolerancia?
"Esta mujer es peligrosa, esta mujer está en peligro", según lo resume Pierre Haski de Rue 89. Podría convertirse en "la primera refugiada occidental desde el Holocausto", escriben Sam Harris y Salman Rushdie (a quien no se le puede negar un conocimiento íntimo del problema). La historia de Ayaan es ejemplar: de estricta obediencia musulmana en su infancia, víctima de la ablación y escapando de un matrimonio forzado, se refugió en los Países Bajos donde obtuvo la nacionalidad. En 2002, Gerrit Zalm, viceministro de Holanda, la hizo entrar en política prometiéndole protección física. Pero en 2004, mientras trabajaba con el cineasta Theo Van Gogh, éste fue degollado por los islamistas, quienes unieron este asesinato con la amenaza de muerte para la joven diputada liberal. Para que la carta de amenaza no pasara desapercibida, se la encontró clavada en el pecho del joven con un cuchillo de carnicero. Ayaan Hirsi Ali se exilió por un tiempo en Estados Unidos, donde prosiguió su investigación sobre las Luces en el Islam, pero perdió los fondos destinados a su seguridad que le había concedido su Gobierno.
En Francia circuló una petición para que se le concediera la nacionalidad francesa, algo que no despertó el entusiasmo de las autoridades. "Europa es cobarde", escribió Salman Rushdie. En realidad, Ayaan Hirsi Ali desorienta a los "especialistas" de la intolerancia. Se declara atea y cita a Voltaire: "El Corán es obra del hombre, no de Dios", escribe. "Por consiguiente debemos interpretarlo y adaptarlo según los tiempos modernos. Abandoné el mundo de la fe, de la ablación genital y del matrimonio en aras al mundo de la razón y la emancipación sexual. Después de este viaje, me consta que uno de estos dos mundos es simplemente mejor que el otro". Pero su juicio sobre la actitud occidental es lapidario: "La colonización y la esclavitud han creado un sentimiento de culpabilidad en Occidente que lleva a la gente a adular las tradiciones foráneas. Es una actitud perezosa y hasta racista".
Las afirmaciones de Ayaan Hirsi Ali no gustan a todo el mundo. Es así que tanto Timothy Garton Ash como Ian Buruma han criticado su pensamiento radical.
"Ayaan Hirsi Ali es hoy una valiente, abierta y un tanto simplificadora fundamentalista de la Ilustración -escribe el primero-. No estoy convencido de que declaraciones públicas como las que ha hecho Ayaan Hirsi Ali acerca de que el Islam es 'atrasado' y su profeta 'perverso', sirvan para algo". Por el bien de todos, en una palabra, Ayaan haría bien en defender su vida pero endulzando su pensamiento y sin criticar demasiado a sus verdugos.
"Es la paradoja del multiculturalismo -responde el autor francés Pascal Bruckner-, que otorga el mismo tratamiento a todas las comunidades pero no a los individuos que las componen, negándoles la libertad de liberarse de sus propias tradiciones...". Para cerrar un debate tan profundo como vital para Europa, el célebre escritor sueco Lars Gustafsson sugiere "dos axiomas bastante obvios:
-La tolerancia de la intolerancia engendra intolerancia;
-La intolerancia de la intolerancia engendra tolerancia".
¿Más nombres? No hace falta recordar la historia de la birmana Aung San Suu Kyi, cuyos 16 años de arresto domiciliario alternándose con simulacros de liberación son, junto con la represión sangrienta de sus sostenedores, el pasatiempo preferido de los dictadores birmanos. Casi desconocido es, en cambio, el caso de la catedrática birmana Aung Ma Tin Yee, amenazada y exiliada en Tailandia, en donde codirige la All Ethnic International Open University como así el Empowering Women of Burma, un movimiento de mujeres que ella misma fundó en 1992.
Discriminadas en sus países de origen, amenazadas, exiliadas, son también la sirio americana Wafa Sultan, la asiática Irshad Manji, nacida en Uganda, la turca alemana Seyran Ates, y la turca Necla Kelek, todas ellas culpables de haberse tomado en serio nuestros principios democráticos.
La decana de nuestras heroínas es probablemente la egipcia Nawal Al Sadawi. Conocidos son sus méritos -diplomada en la Universidad de El Cairo y en Columbia University de Nueva York, investigadora en la Facultad de Medicina de Ain Shams, en El Cairo, repetidamente encargada de misiones por cuenta de las Naciones Unidas, ex consejera de la Comisión económica de las Naciones Unidas en África Occidental, comprometida autora de 45 libros, muchos de ellos premiados y traducidos a más de 30 idiomas-. Nawal Al Saadawi es una luchadora incansable por la emancipación de la mujer en el Islam, por la recuperación del nombre materno asociado al paterno, por el aborto, contra la ablación y contra el abuso sexual de los niños. En un Egipto en el que un 91% de las mujeres ha sufrido la ablación, "el velo mental es el más peligroso -escribe-, porque es invisible. El sistema educativo y los medios de prensa colaboran para velar las mentes".
Encarcelada repetidamente, Nawal Al Saadwi vive exiliada desde abril de 2007. El detonador fue esta vez la reedición en enero de una obra de teatro escrita varios años antes titulada Dios dimite de la cumbre, en la que Dios aparece como un espíritu, ni mujer ni hombre. No es demasiado políticamente correcto pedir para estas mujeres, como para muchas otras, verdaderas víctimas de nuestro tiempo, junto con el derecho a expresarse libremente y a elegir su vida, un reconocimiento internacional a la altura de sus méritos.