24 de agosto del 2007
«En la selva no hay estrellas» es el título que diera Armando Robles Godoy a un cuento que, hace exactamente cuarenta años, lo llevaría a realizar uno de los mejores y más innovadores largometrajes peruanos. Es la historia de un personaje ambicioso que roba el oro de una etnia de nuestra selva y se pierde en su intento por llegar nuevamente a la civilización. Camina durante días y días (recordando su infancia, amores y demás) hasta que vuelve al punto de partida. La frondosidad de los árboles amazónicos le impiden guiarse por las estrellas y finalmente muere de inanición.
Algo parecido le sucede desde hace año y medio a la mayoría de los banqueros, calificadores de riesgo y fondistas de inversión y, en no menor medida, a políticos e incluso a experimentados economistas. En la tupida arboleda de la globalización financiera y en la desesperación de sus gestores por gozar del botín de las altas rentabilidades de las bolsas, la venta de viviendas y otras inversiones -cuando menos desde que acabó la recesión del año 2001- saltaron con optimismo de liana en liana para alcanzar el cielo. No se dieron cuenta de que estaban dando vueltas sin orientación alguna, a pesar de las advertencias, rayos y truenos incluidos, de un solitario Nouriel Roubini -profesor de la Universidad de Nueva York- de cuyos pronósticos económicos pesimistas se burlaban hasta hace poco todos los gurús que pensaban salir indemnes.
Y no es para menos, porque a falta de estrellas-guía se fueron perdiendo cada vez más en las oscuridades y peligros del bosque. Hay formas de salir, pero requieren conocimiento de causa y rechazo de intereses particulares de corto plazo. Tal como lo hiciera en 1971 Juliane Koepcke, aquella chiquilla de 17 años que -regresando de Lima a Pucallpa el 24 de diciembre para festejar la navidad con su padre, biólogo investigador- logró volver a la vida después de que su avión (cuya compañía desplegaba el eslogan "Solo con LANSA el Perú avanza") fuera derribado por un rayo en plena selva. En el accidente fallecieron 91 personas, entre ellas su propia madre, ornitóloga cuya memoria se mantiene viva, no sólo entre sus familiares sino incluso por los tres pájaros que descubrió en la Amazonia y llevan su nombre. Juliane no necesitó de las estrellas para guiarse, ni de conservas para sobrevivir. Durante doce días siguió los hilos acuáticos, los riachuelos y arroyos, alimentándose de insectos, ranas y raíces, gracias a que su padre le había enseñado las diferencias entre las variedades comestibles y las venenosas. Lo que al final, tras construirse una pequeña balsa de maderos, le permitió llegar al Pachitea y al Ucayali, ese gran afluente del Amazonas.
Roubini ha transitado por el bosque económico como Juliane, alertando sobre las inminentes amenazas de inflación y recesión en los EEUU. Desde principios del año pasado venía argumentando sus sospechas: que el precio del petróleo seguiría subiendo y podría alcanzar los 80 dólares; que se estaba produciendo una crisis en la construcción de viviendas y que la burbuja hipotecaria iba a estallar; que la inflación estaba bajo amenaza y que las subidas de la tasa de interés de referencia de la Reserva Federal (que llegó a 5,5% hasta hace poco) afectarían negativamente a la economía con un retraso de 6 a 9 meses, todo lo que desafortunadamente se ha cumplido en gran parte, como lo confirman la tremenda volatilidad de los mercados, la caída de las bolsas de valores, la fluctuación de los precios de las materias primas, la necesidad de los bancos centrales de la UE y de EEUU de inyectar sumas multimillonarias, etc.
Y es que, en efecto, comparando el crecimiento anual del segundo trimestre del año pasado con el del presente año, la evidencia es nítida: La inversión bruta privada se desaceleró de 2,5% a 0,3%; la inversión residencial apenas pasó de un aumento del 1,6% (en 2005 había sido del 8%) a un pálido 0,6%; la fundamental inversión bruta fija no residencial descendió de un crecimiento del 2,8% al 0,3%; y el consumo duradero cayó aún más, de -0,7% a -1,4%. A ello se añade que en el segundo trimestre de este año, el desempleo aumentó hasta el 4,6% de la fuerza laboral, la construcción de casas cayó un 17% y la cantidad de viviendas que terminaron de construirse descendió un 28%. Además, el servicio de la deuda de las familias se encuentra en el 14,5% y sus obligaciones financieras llegan al 19% del ingreso personal disponible.
Por tanto barullo mercantil y por las complicaciones que implica esta 'globalización fracturada' (Francisco Sagasti), hemos perdido de vista las estrellas que permitirían orientarnos en el caos aparente de fusiones, adquisiciones, derivados, derivados de los derivados, carry trade, bonos basura, titulizaciones, hipotecas subprime, fondos mutuos, fondos sin fondos, etc. Sacándonos de encima esas lianas y ramas selváticas, es evidente que EEUU ha vivido una especie de carnaval durante los años que siguieron a la recesión del 2001, generando gigantescos desequilibrios económico-financieros. Como es sabido, el irresponsable déficit fiscal es consecuencia del colosal gasto en armamento y de la reducción tributaria que benefició a los estratos de ingresos altos. Por otro lado, EEUU ha vivido alegremente del ahorro externo, sobre todo a partir del año 2002, momento a partir del cual los déficit externos rebasaron el 4% del Producto Interno Bruto (PIB): 4,5% en 2003; 5,2% en 2004; 5,8% en 2005 y 2006; y (con optimismo) un 5,3% en el año 2007, ya que el valor nominal del déficit externo en cuenta corriente del primer semestre de este año respecto al mismo periodo del año pasado se ha reducido en un 7,7%, de 382.300 millones de dólares a 352.800 (tres y veces y media el PIB del Perú), gracias al aumento de las exportaciones de bienes y servicios (11%) y al hecho de que las importaciones sólo se expandieron un 4,4%. Lo que indica que en el imperio se ha vivido bastante más allá de las posibilidades reales de su economía.
Financiados por el ahorro del resto del mundo, especialmente por la acumulación de bonos del Tesoro, no parecen vislumbrarse mayores peligros para la economía estadounidense... por lo menos hasta que -espada de Damocles que pende sobre EEUU- los bancos centrales no se decidan a reestructurar sus portafolios de activos de la zona-dólar a la del euro, sobre todo si lo hicieran China o los países exportadores de petróleo.
Si bien es cierto que esos dos fenómenos y el sobreendeudamiento extremo de Gobierno y familias estadounidenses son elementos fundamentales para entender el proceso (véanse los detalles en el texto «El país de las burbujas» de Alberto Graña, en la revista Actualidad Económica del Perú, junio-julio del 2007), creemos que la causa última de la turbulencia financiera -que sólo es el detonante de un proceso más profundo- estriba en la culminación de la fase ascendente o 'A' de la onda larga de Kondratieff (esos ciclos que duran alrededor de 50 años), durante la cual se aprovechó muy bien -las dos últimas décadas- la revolución tecnológica basada en la microelectrónica y las telecomunicaciones, así como en la biotecnología y los nuevos materiales.
Desde hace un año, sin embargo, como consecuencia de la fenomenal sobreinversión acumulada, se han ido esfumando los 'espíritus animales' (Keynes) de los empresarios, especialmente los de los más innovadores o schumpeterianos. Esto se refleja en el estancamiento e, incluso, en el descenso de la productividad y de las tasas de ganancia de los sectores que fueran los más dinámicos de las economías desarrolladas. Pierden así competitividad a escala mundial, lo que también permite entender por qué el capital financiero-especulativo ha estado desempeñando recientemente un papel protagonista frente al capital propiamente productivo. Es decir, hemos pasado ya a la etapa 'B' o descendente de la onda larga: la turbulencia económica y financiera nos acompañará en lo que resta de década y estaría caracterizada por devaluaciones competitivas, amenazas político-económicas entre los grandes, guerras de precios con los pequeños y, sobre todo, proteccionismos selectivos, tanto de tipo para-arancelario respecto a los bienes y servicios que les exportamos, como del tipo -nefasto e ingenuo a la vez- que construye muros para evitar la globalización de la fuerza laboral. Si no reconocemos el infernal proceso de la economía real seguiremos con la intención de resolver la crisis financiera como si fuera una de liquidez, cuando es de solvencia. Y no habrá quién pueda escapar indemne de la selva tras el inevitable aterrizaje forzoso.
Lima, 23 de agosto.