10 de agosto del 2007
Ayer tarde estuvo aquí Martínez Barrio (...). Hablamos de la situación general, militar y política. Opina que la retaguardia está peor, aunque no en el aspecto de orden público. Hay mayor desconfianza, como lo prueba la rapidísima e insoportable subida de los precios, que puede ocasionar disturbios y alborotos de gravísimas consecuencias. Está conforme en que la resolución de la guerra por el empuje victorioso nuestro es muy improbable.
"Creo que el gobierno se inclina -me dijo- a una política de resistencia, de simple aguante a la defensiva. Pero eso, ¿cuánto puede durar? ¿Y después... ?" Hace falta una orientación política interior, acorde con esas miras. Le informo de las impresiones que tengo recogidas acerca de lo que se esperaba de la ofensiva de Madrid y de lo que pudiera significar su fracaso. Le repito que la guerra no es cuestión de amor propio, y que una cosa es la capacidad de resistencia y otra la posibilidad de victoria. Nuestra resistencia, salvo en el caso de un desastre militar decisivo (Martínez Barrio hizo una mueca de duda) puede durar mucho, pero si la posibilidad de victoria se desvanece, hay que hacer lo necesario para no ir dejándose desplumar poco a poco.
Nuestra posición actual y los recursos que tenemos son importantes, y si un día se llega al convencimiento de que no bastan para vencer, habrá que darse cuenta de que sirven para negociar, mientras no los aniquilen. Esa es la opinión también de Martínez Barrio. Si Inglaterra, por fin, se desenmascara y nos toma como prenda para acomodarse con Italia, Martínez Barrio cree como yo que no tenemos salida. Añade que, en caso tal, Francia no tardaría en seguir a Inglaterra, y la URSS tendría que aguantarse (...).
En lo que nosotros no podemos transigir es en lo tocante a la legitimidad del régimen y de sus instituciones fundamentales, no en cuanto a las personas que las representen, pues ninguna de ellas sería estorbo para la obra de pacificación. Todo lo demás es opinable. No puede tampoco perderse de vista la situación en que podrían quedar los adictos a la República en caso de derrota. No es concebible que emigren de España un millón o dos de republicanos y socialistas (...) Martínez Barrio explica que ante la eventualidad de perderse todo, la actitud de las organizaciones obreras revolucionarias no es la misma que la de los republicanos. Para aquéllos, el fracaso es un accidente temporal, y de una manera u otra, en tal o cual terreno, proseguirán su acción y sus fines de clase. Para los republicanos sería el acabamiento de todo, porque no se puede pensar que, ni en veinte ni en treinta años, volviese a existir en España una República liberal. "Y gracias -dice- si podemos encontrar un rincón en el mundo para acabar la vida."
Esto nos lleva a tratar la terapéutica política en los primeros momentos de la rebelión. "El curso de los sucesos -le digo a Martínez Barrio- no ha hecho más que confirmarse en que mi propósito, al intentar que se formase un Gobierno nacional, era bueno. El caso no podía tratarse más que como una rebelión militar, en contra de la Constitución y de la República. La respuesta, en el orden político, me pareció que debía ser un Gobierno formado por todos los que estaban dentro de la Constitución, desde las derechas republicanas hasta los comunistas. Sin más consigna ni etiqueta que la de restablecer el orden y someter a los militares. Casi nadie quiso entenderlo así. Yo mismo hablé con Maura, que estaba en La Granja, invitándole con ahínco a que entrase en el nuevo Gobierno. Era extraordinario que el presidente de la República hiciese una gestión así, pero lo excepcional y urgente del caso lo justificaba. Maura, como usted sabe, me dijo que él no podía participar en tal Gobierno y "que era tarde para todo".
Partidario de una solución dictatorial, como se aprende en los artículos publicados con su firma en El Sol poco antes (con grandes elogios a la juventud fascista), debió de creer que ya estaba todo perdido. Otras resistencias se encontraron también, por distintos motivos (...) Que la solución pensada en las horas difíciles del 17 de julio fuese posible o imposible, dependía de que comprendiesen la situación unas docenas de personas. Ya sé yo que en los partidos no iba a entrar de súbito la percepción cabal de la necesidad, ni que las masas invitadas, asustadas, enfurecidas por la traición, iban a formar como quintos a la voz de mando. Esas dificultades había que afrontarlas. Aunque se hubiese fracasado, nunca habría sido peor, desde el punto de vista de la autoridad, que lo ocurrido después.
Se creyó que era el momento de un gran avance político y social, confundiendo lastimosamente los tiempos: o sea, el tiempo actual de defenderse contra la rebelión, y el tiempo venidero de sacar de ella las consecuencias inevitables. Más urgente que combatir a los rebeldes pareció combatir a los burgueses y al capitalismo. Ahora bien: todo lo que se ha hecho de eficaz en el orden de la guerra, desde entonces acá, ha sido precisamente en contra de aquel estallido (...).